Tierras, dinero y mujeres.

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Año 483.

TIERRAS MUERTAS.

No recordaba haber entrado en aquel lugar antes.

Cuando vivía con el viejo cascarrabias apenas pisaba cualquier lugar que no tuviese que ver con su entrenamiento.

La sala de los banquetes estaba exclusivamente reservada para aquellas cenas de carácter importante donde los hombres decidían por el futuro del pueblo. Nadie entraba sin una orden explícita, y ahora que había atravesado el gran umbral de madera junto a Julius, se había quedado absorto ante la inmensidad de aquel lugar. 

En comparación con el resto del castillo, la sala de banquetes había permanecido intacta mientras los Zititas invadían Tierras Muertas, ignorando por completo la belleza y el valor que aquella estancia reservaba en silencio. 

Una gran mesa se alargaba hasta casi dar con el otro extremo del salón.

Cuatro hombres se encontraban cómodamente sentados, cada uno en una silla, adornada con espirales e insignias hermosamente hechas a mano. 

El hombre de casi dos metros de altura, se acerca junto a Melkíades hacia aquellos semblantes, ahora serios, que lo escrutan con sus ojos viejos y sumidos en la experiencia más agonizante, al ser testigos de innumerables guerras que azotan a cualquiera cuando uno menos se lo espera.

El silencio los sumerge en una tensión que parece empequeñecer, si aún cabe, al pobre y ahora temeroso Melkíades ante semejante escrutinio.

-Pronunciáos, niño.

-Mi nombre es Melkíades, El Valiente, y no soy ningún niño.

La risa de los viejos experimentados irrita al pequeño Melkíades.

-Para ser el futuro dueño de Tierras Muertas al que deberemos obedecer incluso con los ojos vendados, lo sois. Si me permitís el atrevimiento, mi señor.

-¿Qué?

Apenas pudo articular palabra alguna. ¿Dueño de Tierras Muertas?

Una mujer, de unos cuarenta años, aparece de entre las puertas con una enorme bandeja repleta de todo tipo de carnes. Detrás, la siguen otras cinco mujeres más. Cada una atestada con grandes fuentes de plata, llenas hasta el límite de gran variedad de alimentos y productos comestibles de la zona. Dos hombres son los encargados de traer la bebida. 

Ordenan a cada lado de los comensales los vasos de barro y vierten en ellos un líquido rojizo. Melkíades al observar cómo cada uno de los hombres sentados justo enfrente de él, atacan y se beben sus copas, hace lo mismo. La bebida pasa por su garganta dejándole un sabor amargo en el paladar. Casi se atraganta ante el fuerte sabor.

-¿No os gusta el vino, señor? -Le pregunta uno burlón al ver el rostro encogido de Melkíades, arrugado y asqueado.

-Sé que puede resultar algo apabullante que de la noche a la mañana obtengáis semejante responsabilidad sin apenas previo aviso, -le dice el de al lado, haciendo que le preste toda su atención- pero me temo que en vos, Volstein ha puesto toda su confianza. A nosotros solo nos queda callar y asentir ante su decisión -Julius lo observa impasible.

Melkíades los mira incrédulo a cada uno con una expresión de confusión y asombro al mismo tiempo-.

-Si...sigo sin entenderlo, ¿Cuál decisión? Además, ¿no hay ya un rey que gobierna Tierras Muertas?

-Niño, Volstein os ha dejado como único y heredero de todo lo que antaño le pertenecía: las tierras cultivables de trigo y verduras, este castillo y el poder de gobernar a todos los que trabajen en él, incluidos nosotros, sin olvidar el pequeño grupo de futuros caballeros. El actual rey Peyro es el encargado de mantener todo en orden mientras os buscábamos. Ahora que os hemos encontrado, se celebrará una transición monárquica en la que se os coronará a vos como futuro rey de Tierras Muertas. -le comunica tajante y algo exasperado por su incompetencia a la hora de entender temas tan serios.

ThánatosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora