Año 513.
TRIMEM
-Mantén los ojos bien abiertos. Estamos rodeados de enemigos -la voz pronunciada en un susurro de Lyudmila se hace eco en el final del túnel. Acaban por salir de este y con sigilo se adentran al fin en el Castillo Negro.
-¿Dónde está la alcoba de Ásur?
-No muy lejos; en el piso de arriba. Sígueme.
Se transportan en el mejor de los silencios y consiguen llegar sin dificultad a las puertas de las grandes escaleras de piedra. -'Qué raro'- piensa Lyudmila con el ceño fruncido.
Suben con sigilo los escalones y llegan al piso de arriba en completo silencio.
El rastro de agua que van dejando por el camino puede resultarles una trampa peligrosa y así traerse problemas, pero estarán listos para contraatacar, aunque sea a patadas y puñetazos.-Esta es la puerta -Dice con la emoción invadiendo su menudo cuerpo. Al fin podrá acabar con el hombre que le arrebató su familia y su más preciado orgullo.
Melkíades observa el material arcaico de las puertas de madera con las fuerzas listas para dar por terminada una de las etapas de su vida y al fin poder cumplir la promesa de su mentor y la suya propia: acabar con los soldados de Trimen junto a su rey. La mitad de la promesa está hecha, ahora queda la otra.
Lydumila posa su mano con delicadeza encima de las manillas de la puerta pero un fuerte empujón la aparta con dureza. Observa con enfado a Melkíades pero solo puede vislumbrar en él odio y resentimiento. Con una fuerte patada, el hombre amenazado con salirse de sus cabales, abre de par en par las puertas con el estrepitoso rugido de un león, y se adentra como un lobo a punto de atacar a la oveja vieja e indefensa.
Ambos se sumergen en los aposentos del rey de Trimen y con una fuerte desilusión se percatan de que allí no queda presencia viva más que de silenciosas arañas pegadas por cada esquina de la gran habitación. Lyudmila maldice y Melkíades, presa de su ira, arremete contra cualquier objeto fácil de romper y transportar con un fuerte golpe de pierna.
-Ese maldito hijo de puta ha huido como una cucaracha; una mugrienta y asustadiza cucaracha.
-Era lo más sensato que pudo haber hecho si no quería ser sepultado junto a sus hombres.
-¿Cómo se les quedaría la cara a esos hombres que vieron huir a su rey como un hombre sin orgullo mientras estos dieron su último aliento protegiéndolo?
-Esos hombres ya están muertos. A lo mejor, si salimos ahora, podremos alcanzarlo. Solo hay que saber o al menos intuir la dirección que habrá podido tomar.
-No. Es una pérdida de tiempo. Tenemos que regresar a Tierras Muertas, reabastecernos y tomar unos cuantos días de descanso mientras organizamos la próxima salida en su captura. Lograremos alcanzar con él y enterrar su insignificante cabeza en una estaca.
-¿Tenemos? Yo no voy a ir a ningún sitio con vos. No pienso perder el tiempo hinchándome el estómago de sabrosa comida y buen vino mientras ese traidor escapa con toda la libertad del mundo. Repito, si salimos ahora podremos dar con él, no debe de andar muy lejos. Habrá cogido un caballo, o más si va escoltado, pero podremos con ellos. Podremos acabar con sus guardias y así capturarlo. Si queréis venir conmigo, estáis invitado, pero si preferís daros un sabroso baño y dormir plácidamente, entonces volved a vuestro maldito pueblo.
Y sin más que decir, Lyudmila y sus ganas de acabar con aquel hombre, salen de la desagradable habitación con el frío volviendo al cuerpo. Los ropajes siguen húmedos y siente cada líquido impregnado en la ropa contra su piel, provocándole escalofríos. Cuando estaba ya bajando las escaleras, una fuerte presión la acorrala contra las paredes que la conforman y la mirada que él le ofrece no permite objeción alguna.
-No quiero ser el malo de todo esto pero si no me haces caso saldremos perdiendo ambos. Necesito de tus conocimientos y habilidades y tú necesitas mi cobijo y seguridad. No pienses que esto lo hago porque me agrade estar pasando este maravilloso encuentro contigo. Ese malnacido yacerá por debajo de las tierras más lejanas tarde o temprano, pero no será ahora. Por mucho que te creas la mujer más valiente del mundo y salgas tú y tu optimismo para adentrarte al bosque, acabarán o: por matarte, o por capturarte -sin dejar que ese culo pomposo que tienes salga intacto- y después, matarte. No tienes elección, rubia; o te vienes conmigo, o te vienes conmigo.
La cercanía que sin esperarlo se había apoderado de ambos, los sumerge en un intenso pero no por menos incómodo silencio. Lyudmila lo observa detenidamente y tras unos segundos forma una suave y sumisa sonrisa en sus labios. Melkíades sonríe a su vez y dando por sentado que su convencimiento tuvo éxito, afloja su agarre. La rodilla de la "rubia" se cuela sin permiso y con gran firmeza contra lo que viene siendo la entrepierna masculina y tras un alarido cual lobo solitario aullándole a la luna en lo alto de una colina, se escapa de entre sus brazos y consigue llegar a las puertas del Castillo Negro sin problemas.
Todo está completamente en silencio. No hay absolutamente nadie en el lugar y eso la pone nerviosa. Todos los que antes le daban vida a este sitio, o han muerto en batalla o simplemente han huido como su propio rey hizo. Una pequeña daga brilla aclamando ayuda de ser rescatada de la ignorancia. Lyudmila la coge entre sus manos y la admira con adoración. El cuerpo de la pequeña arma es dorado y relieves ondulados la decoran con profesionalidad. La cuchilla parece afilada y en la punta tiene una abertura, como si de la boca de un animal temible se tratara.
El quejido de su voz ronca a lo lejos la ponen en alerta y sin querer que descubra su nuevo juguete, se la introduce con sigilo y rapidez entre las costuras de sus pantalones. Se levanta cual resorte y antes de que pudiese siquiera tocar el pomo de las grandes puertas, siente sus manos apoderarse de sus pantorrillas, para después ser impulsada con fuerza hasta chocar contra su mojada y musculada espalda.
-¡Soltadme! ¡¿Es que habéis perdido la cabeza!? ¡Bajadme!
Te avisé y tomaste la decisión incorrecta. -El estruendoso sonido cuando algo pesado y metálico choca contra el suelo se hace eco en la estancia. Melkíades frunce el ceño y gira sobre sus talones. Buscando algún tipo de objeto culpable de semejante orquesta, encuentra justo debajo de él la pequeña daga que se escondía entre las costuras del pantalón de Lyudmila. Esta maldice en silencio cerrando los ojos con enfado. Se le había resbalado de su escondite.
-Vaya, vaya. ¿Pero qué tenemos aquí? ¿El juguete favorito de la damisela en apuros?
-Devuélvemela. Es mía y tiene un gran valor sentimental.
-¿En serio? Qué raro...no la había visto antes -comenta agachándose para recogerla.
-Es que...la tenía muy bien escondida.
-¿A sí? ¿En dónde? -Comienza a andar con ella sobre el hombro-.
-En un lugar muy íntimo.
-¿Podré conocerlo algún día? -Comenta con sorna. Hace lo que a ella no le dio tiempo, y abre las puertas sin problemas. Con ella encima sale al exterior y sin dar nada más que dos pasos se para de repente-.
-Ni en tus sueños más húmedos- Lydumila, con la cabeza contra sus caderas, frunce el ceño-. ¿Y ahora qué ocurre? ¿Te has dado cuenta de que tienes que llevarme así hasta Tierras Muertas y no te supongo tanto esfuerzo?
La baja sin emitir sonido alguno y avanza con el cuerpo tenso. Lyudmila ve más allá de él y la horrible escena de miles de cuerpos yacientes en el suelo la enferman. Pero no es eso lo que al parecer lo ha perturbado.
La visión de una estaca clavada en el suelo siendo decorada con una cabeza se postra ante ellos, y ella cree descubrir de quién pertenece.
Los blancos cabellos de Volsten Herckhinson se asientan en la cabellera del viejo cascarrabias junto a la suciedad de haber estado en la intemperie. Sus ojos abiertos, vacíos y con una capa blanca le dan un aspecto terrorífico incrementado por su boca abierta llena de gusanos y moscas carroñeras.
-Deberíamos llevárnoslo para enterrarlo como es debido.
Melkíades agarra la parte inferior de su camiseta rota, mojada y sucia y envuelve la cabeza con ella. Con un fuerte movimiento la desclava de la estaca y sin preocuparse por nadie más, comienza a alejarse de allí. Lyudmila, resignada a hacerle caso y dejar que Ásur Caeserigus encuentre un lugar seguro en donde esconderse, baja detrás de él las escaleras y juntos comienzan el largo camino de vuelta a Tierras Muertas.
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Thánatos
Tarihi KurguY las alimañas hicieron el resto. Sangre, sudor, muerte y silencio se respira en el aire contaminado por los gritos de guerra y los gemidos de dolor que minutos atrás se grababan a fuego en las cabezas de los soldados. Decenas, centenas, millares de...