Que comience el juego.

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Año 513.

TIERRAS MUERTAS.

Es el día.

Apenas quedan unas cuantas horas para que salga el sol y ya siente la adrenalina apoderarse de su cuerpo.

La guerra ya es inminente. Los soldados, aún durmiendo entre las sábanas, (si es que pueden pegar ojo) saben a lo que atenerse. Saben que posiblemente mueran en batalla, pero el honor de un hombre es mucho más importante que sus miedos. ¿Por algo hay que luchar y morir en esta vida, no?

Despierto y con el cuerpo desnudo, vigila con una mezcla de tranquilidad y nerviosismo sus tierras enmarcadas por el horizonte, aún oscuro y frío, acorralado por las sombras de la noche.

No quiere que llegue el momento pero desea con todas sus ansias que acabe ya. Aunque no es muy creyente, reza ahora más que nunca a aquellos dioses que dicen velan por todos.

Les pide que la victoria se apiade de sus soldados y que consigan ganarle a los Zititas.

El acuerdo con los Guardianes del Bosque ha sido todo un éxito. Julius tenía razón. Han aceptado el trueque sin nada que objetar y también el unirse a ellos para acabar con los soldados de Trimen.

El cuervo le había llegado apenas un par de horas atrás. El grazno del ave lo había despertado y desde aquel momento no pudo conciliar el sueño. A la luz de las velas había leído la unión bélica de los Guardianes del Bosque y una sensación de que todo acabaría bien se había apoderado de él.

¿Acabarán al fin con el reino de Trimen y con todos sus despiadados soldados? 

Ojalá, piensa con recelo. ¿Lyudmila seguirá con ellos y estará bien?

Aquella pregunta le produce escalofríos cada vez que se la formula en la cabeza. Pensar en aquellos ojos marrones, vacíos y apagados, y en su sonrisa atrapada por el miedo y la desgracia, le carcome por dentro. ¿Y si ya se la han entregado a un hombre sin escrúpulos que lo único que quiere es el placer que el cuerpo de una mujer le puede proporcionar? Cierra los puños y los aprieta con fuerza. Si le han llegado a tocar un milímetro de su piel, se promete a sí mismo que se la arrancará a aquel que osara haberlo hecho.

-¿Melkíades, qué haces a estas horas despierto?

La voz aletargada de Crisel lo saca de sus más temidos pensamientos. La que comenzaba a ser más que una simple acompañante de placeres indiscutibles, se muestra ante él enroscada entre las finas pieles de su cama, con los ojos entrecerrados por el reciente despertar y el torso al descubierto.

El recuerdo junto a ella durante toda la noche reemplaza por un momento la preocupación de la guerra. Habían estado despiertos hasta bien tarde y lo habían pasado de la mejor manera.

Se gira hacia ella y con una sonrisa conciliadora se acerca a la cama y se deja tocar por sus manos.

-No puedo dormir.

-Debe de ser desesperante la víspera de una guerra.

-Lo es.

-¿Volverás? -Le pregunta ahora totalmente espabilada, con un deje de preocupación en su voz.

-No te preocupes por mí.

-No me puedes pedir eso, Melkíades -lo acuesta entre las sábanas y se acomoda a horcajadas encima de él. Por un momento la angustia y la tristeza desaparecen y son sustituidas por el deseo y la expectación.

Sin más dilaciones, la mujer ataca su boca y se deja acariciar por sus atrevidas y grandes manos.

Gime en su boca al sentirlas en lo más íntimo de su ser. -Si no vuelves, seré yo misma la que te vaya a buscar-. Otro grito lleno de placer atraviesa su garganta y sale despavorido por su boca. Sin tiempo a la delicadeza y a caricias tiernas, deja que se sumerja en su interior y experimentada, comienza a galopar violentamente encima de él.

ThánatosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora