Siete días y siete noches.

25 2 0
                                    


-Venimos de un mundo salvaje, en donde o eres el más poderoso o el menos digno de vivir. Semillas hemos ido cultivando para hacer de nuestra sociedad algo más digna, y con el tiempo, florecerán, crecerán y nos darán la vida de libertad y justicia que todos necesitamos. 

La justicia en ocasiones puede ser cruel, tanto o más que la vil venganza. Yo juré impartir justicia en este pueblo, justo cuando aquella corona de muertas raíces se posó en mi cabeza, y hoy, ante Volsten y ante todos vos, juro una vez más ajusticiar a aquel que le arrebató la vida de la forma más despiadada a nuestros hombres y al que antaño era mi maestro. 

Como símbolo de eterno respeto hacia aquellos que nos han dejado, mantengo durante siete días y siete noches la abstención a las armas. Los caballeros, arqueros y demás soldados permanecerán con sus familias sin blandir la espada; el centro de entrenamiento se cerrará durante todo el día así como comercios y tiendas. 

En cuanto acabe de hablar, iréis a la plaza y almacenaréis los productos básicos para esta semana. Todo será gratis, no os preocupéis por el dinero; no es el mejor momento. 

Asignaré un toque de queda; en cuanto anochezca todos y cada uno de los habitantes de Tierras Muertas tendrá prohibido salir a las calles, incluido el rey. 

El sol abrasador, la sequía y el dolor, reinan con belleza en unas Tierras Muertas. -todos murmullan junto a él en un tono monótono y triste-. Gracias por haber venido al entierro de Volsten Herckhinson. Disfruten del resto del día.

Todos los allí presentes le ofrecen a Melkíades sus últimas condolencias y con una reverencia se marchan a la orden recientemente anunciada. El murmullo de voces se va apagando a medida que los pueblerinos se alejan y Melkíades suspira agradecido por la soledad. El calor del fuego abrasador le llena el rostro quemándole las mejillas; aún así se mantiene erguido e inmóvil, observando en silencio lo único que queda del cuerpo inerte de su maestro. 

Dos hojas secas descansan en los párpados de Herckhinson que terminan por calcinarse junto a él entre las llamas de una intensidad amenazadora.

-Ha sido un bonito discurso.

-Gracias.

-Es la primera vez que optas por el toque de queda y la prohibición del uso de armas.

-Es la primera vez que encuentro la cabeza de un ser querido clavada en una estaca.

-Aún así lo veo algo precipitado, Mel. Cualquiera que se entere por cualquier medio de lo que acabas de decir, aprovechará nuestra repentina desnudez militar y nos atacará sin dudarlo.

-La ley dictamina que se respetará el funeral de alguien destacado sea del reino o tribu que sea, prohibiendo que se les ataque durante la fiesta.

-¿Crees que respetarán lo que digan unos papeles anticuados cuando la oportunidad de atacar y conquistar esté en la palma de sus manos? -Julius observa a su amigo con atención: el reflejo de las llamas en sus pupilas, el ceño levemente fruncido, así como la fina línea que ahora forman sus labios lo estremecen. Nunca lo había visto tan afectado por algo.

-Quiero estar solo.

-Pero Mel...

-He dicho -su mirada de malestar y furia contenida lo callan al instante- que quiero estar solo.

-Si me necesitas ya sabes donde encontrarme -comenta algo molesto. Se aleja de las profundidades del bosque y se detiene ante una desconocida que intenta acercarse a Melkíades. 

-No creo que sea el mejor momento para intentar dialogar con él. 

-Gracias por la advertencia, Sir Voltraine, pero es de suma importancia. Si me disculpa -le muestra su respeto junto a una reverencia y prosigue con su camino. Julius desaparece entre el espesor del bosque seco.

ThánatosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora