Una mujer solo trae niños y mala suerte.

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Año 513.

TRIMEN.

Estaban a punto de comenzar con lo que Melkíades llevaba soñando desde hacía años. Tenía la mejor y posiblemente, única oportunidad de hacer de su deseo de vengar a su maestro un echo. Pero le faltaba algo.

Se detiene en seco.

-No. Antes tengo que hacer una cosa-. Lyudmila se detiene unos pasos más adelante y lo mira impaciente y exasperada. Observa cómo se acerca a ella, en silencio. Su corazón se descontrola durante unos efímeros segundos, expectante a su siguiente movimiento. Con elegancia y agilidad le arrebata la espada que seguía descansando en su mano izquierda sin dejar de mirarla directamente a los ojos, osado y orgulloso. 

Con un gemido observa cómo da media vuelta y desaparece del pasillo dejando un rastro de la gran presencia que siempre lo acompaña y de su olor natural, mezclado con la sangre de hombres sin vida y el sudor que provoca cada una de sus muertes.

Sin muchas opciones más, lo sigue sin querer hacerlo del todo, pues están perdiendo el tiempo. Puede incluso que el rey de Trimen ya se haya marchado al presenciar con sus propios ojos desde lo alto de su castillo su inminente derrota.

Salen al exterior y la lucha continúa. 

Cientos de cadáveres yacen inertes entre la tierra mugrienta y repleta de grandes charcos de sangre. Intenta no respirar demasiado debido a la peste que se cuela por sus fosas nasales. El olor es tan desagradable que tiene el impulso de volver de entre sus pasos y cerrar detrás de sí la puerta de la casa, para poder inspirar con intensidad un poco de aire fresco. Pero saca a la luz su fuerza de voluntad y sigue corriendo detrás de Melkíades, casi perdido entre los combates que aún se siguen celebrando en medio de la ciudad.


Esquiva los muertos como puede, mientras se defiende del enemigo. Su agilidad y experiencia la salvan de cada golpe invisible de espada y como puede se aleja todo lo posible de los hombres que aún siguen con vida.

Mira a su alrededor buscando a Melkíades con los ojos frenéticos, pero no lo encuentra.

Se detiene en seco. Ahora cuatro caballeros la rodean. Dos a sus espaldas y otros dos justo enfrente.  Muestra una postura defensiva con su espada en alto dispuesta a asestar y atacar en el momento preciso. Cada uno gira a su alrededor achechándola con sonrisas burlonas, seguros de poder vencerla, pues no tiene el yelmo y su rostro de mujer les revela lo que ellos creen que será una batalla sencilla y divertida.

-¿Qué hace una mujer en una guerra?

Pregunta uno enseñando los dientes mugrientos y podridos.

-Tenemos que acabar contigo, preciosa. Una mujer solo trae niños y mala suerte.

Los otros tres ríen por su ocurrencia y ella aprovecha para acallar de una vez sus erróneas opiniones asestándole un golpe de espada, que, con algo de torpeza logran esquivar.
Los hombres se miran unos a otros, ahora más interesados en su presa.

-Vaya, pero si la putita sabe usar una espada. Menudo hallazgo, ¿no crees, Petrick?

El aludido asiente sonriente y se acerca amenazante.
Lyudmila, con semblante serio, no se deja intimidar ante sus dos espadas, una en cada mano, y se coloca de nuevo en posición de ataque. Escupe en el suelo antes de acabar con las distancias y atacarla con un juego de manos. Consigue como puede enfrentarse a él y esquivarlo con elegancia.

-¡Ninguna mujer me dejará en evidencia!
Grita para volver a amenazarla con sus veloces movimientos.
Esta vez no consigue con éxito ahuyentarse de su ataque y la fina punta de su espada atraviesa con sutileza la parte inferior y al descubierto de su fino cuello.
Se lleva la mano a la zona ensangrentada y con una invasión repentina de furia y al mismo tiempo dolor da un paso al frente y ataca con valentía.

ThánatosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora