Temí que te perdía.

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Año 513.

TRIMEN.

-¿Estáis segura?

-Que sí. Solo ayudadme a bajar.

Estira el brazo y coge sin permiso su mano. Este la sostiene con seguridad mientras ella se agacha para llegar mejor a la hendidura de las rocas y comienza a descender con el mayor equilibrio que la gravedad le permite.

Acaba por soltarse de su agarre para poder proseguir con la certeza de que él no la cogerá si se llegase a caer. No tarda en sentirlo más arriba, recorriendo su mismo trayecto.

Llega hasta un saliente y se mantiene en pie para comenzar a sacarse la pesada armadura.

-Debemos despojarnos de las armaduras, solo dificultarán nuestros movimientos y acabaremos ahogándonos.

Se deshace del peto dejando al descubierto una camisa de cuero marrón mientras Melkíades hace lo propio con el suyo. Le siguen los quijotes que les protegen los muslos y las panceras para el estómago.

Ya libres de pesadas ataduras, prosiguen con el descenso. Llegan hasta el fin del terraplén, en donde el agua choca contra las rocas con violencia. Sin articular palabra alguna, la mujer se sumerge de un salto en las profundidades del mar embravecido. Melkíades aspira una buena bocanada del aire gélido de Trimen, y se adentra junto a ella en las frías aguas del océano Negro.

-¡Seguidme!

El grito lleno de adrenalina de Lyudmila se ve casi asaltado por el estruendo de las olas romper contra la frontera terrestre.

Con bravura bucean a través del viento y la marea, utilizando toda la fuerza posible para así poder llegar hasta los acantilados del Castillo Rojo.
Una de las tantas olas que impedían su misión, lame de lleno a Lyudmila hundiéndola en la otra dimensión, en el mundo marítimo del que intentan escapar.

Melkíades deja de nadar al no percibir su menudo cuerpo donde debería estar y se introduce en el agua aguantando la respiración. Abre los ojos para intentar ver algo a través de la espesura de los remolinos submarinos pero solo percibe oscura e impenetrable agua salada.

Vuelve a la superficie en busca de más aire del que henchir sus pulmones y se sumerge de nuevo al rescate de su compañera.

-¿Dónde está?

-Justo donde nos pidió, mi señor: en las puertas del castillo, clavada en una estaca de cinco metros.

Ásur Caeserigus sonríe con malicia.
Postrado con comodidad en uno de sus grandes sillones de piel de ciervo, bebe con parsimonia de su copa de agrio y caliente vino.

-Dime, Qawalame, ¿Qué se siente asesinar a tu propio padre?

-Para mí no era mi padre, mi señor. Era mi enemigo, el enemigo de Trimen y el enemigo de nuestro dios Zinka, dueño divino de todo cuanto poseemos.

-Así me gusta, Qawalame. No hay piedad para aquellos que nos traicionan.

El oxígeno se le acaba. Sus pulmones no pueden aguantar más y si no quiere morir entre las aguas de unas tierras que siempre consideró fraudulentas, es mejor que vuelva de nuevo a la superficie y busque su salvación. Emerge de las profundidades y con el corazón desbocado vuelve a hundirse, cada vez menos esperanzado de poder encontrarla con vida. (Ya llevaba más de diez minutos buceando en su busca.)

Con los brazos estirados para poder abarcar más espacio, logra rozar algo sólido entre las fuertes olas. Se aproxima con rapidez al mismo lugar y sin saber bien qué es lo que ha tocado, se aferra a lo que parece ser el brazo de alguien. Nada con todas sus fuerzas para sacarlo a la superficie.

ThánatosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora