Que yo ya no escribo poemas,
que cuando me invade la pena,
soy más de descalzarme y llorar en un rincón,
que quizás he perdido las ganas, la emoción,
que mis lágrimas de cera aguardan impacientes en un cajón.
Que más que aferrarme a los versos los evito,
porque me hacen tropezar
y a veces,
a veces me recuerdan a tus besos.
Te juro que no sé que es eso a lo que llaman vida,
si es una entrada o una salida,
si son tus labios o tu saliva.
Si es un saludo, una despedida, un salto con los ojos vendados...
o solo la caída.
Aunque por ti, cielo, por ti,
saltaría igualmente,
sin saber qué diablos me espera abajo.
Que soy un idiota, porque ya me he partido las piernas más de una,
y hasta dos veces,
y que espero que sea cierto eso que dicen de la tercera.
Que yo también llegué con tres heridas,
y en todas aparece tu nombre, aunque tus labios las curan.
Que te besaría infinitas veces,
con la misma esperanza que te lleva
a leer el mismo libro una y otra vez.
Y es que tú eres un libro con quinientas doce páginas,
y cada una de ellas más perfecta que la anterior.
Sé que soy un imbécil, un estúpido que
muchas veces no sabe valorar lo que tiene,
y que soy un desastre caótico y desordenado,
pero, por algún motivo que no alcanzo a comprender
me has elegido a mi.
Y me da igual si mañana me levanto y el sol se ha ido,
me da igual mirar al cielo y no volver a ver la luna,
pero tú...
por favor,
tú no te vayas.
Sé que soy un maldito egoísta, pero joder, que te necesito.
Que, como he dicho al principio: yo ya no escribo poemas,
pero por ti escribiría otros diez mil
y ninguno
sería
tan bonito
como
tú.