Los restos del palacio descansaban en una hondonada, amparados por aquella noche sin luna. Poco quedaba en pie: una torreta torcida, tres cuartas partes de los muros y la cara oeste se erigían con orgullo de reliquia histórica a pesar del polvo, la decadencia natural y los cientos de desperfectos que decoraban la piedra. Los restos de un camino, sepultado por las malas hierbas, bordeaban la ladera hasta el cementerio que acompañaba al edificio. El resto de senderos se habían perdido en el bosquecillo que rodeaba la hondonada en un abrazo asfixiante, como si su intención fuese hacer desaparecer aquel lugar. A decir verdad, ni siquiera las alimañas se atrevían a recorrer esa tierra abandonada y anclada para la perpetuidad en una época de dichos y leyendas.
Algunas todavía existían, aquellas cuyos nombres forman parte del eco que recorre las ruinas.
Lidia Seraph se detuvo delante de la verja que separaba el camino del camposanto. A pesar que no necesitaba recuperar el aliento, a pesar de su aspecto demacrado y traslúcido, a pesar de su innegable condición de fantasma, estaba temblando. Armándose de valor, la mujer cruzó los restos oxidados de la puerta. El cementerio compartía el mismo orgullo putrefacto del palacio: diferentes panteones y estatuas, todas ellas de ángeles: volando, durmiendo, extendiendo un brazo...; descansaban con elegancia en un laberinto que recordaba más a un archivero de antepasados que a un auténtico lugar de reposo. La familia de sangre a un lado, la política a otro, los sirvientes más fieles en su propia parcelita... Y en el centro de todo, rompiendo el esquema y alterando parte del orden, una fosa común.
El espíritu se detuvo ante la tierra revuelta después de saludar a una de sus tataratías que rondaba los alrededores con una cesta vacía. El temblor, lejos de desaparecer, se había hecho más intenso. Ahora su figura era trémula, inconsistente como el reflejo de un estanque.
A pesar de sus quince años de vida fantasmal, atrapada en unas ruinas de las que no podía salir y conviviendo con todo tipo de espectros, el esqueleto que se retorcía en la fosa todavía lograba estremecerla. Quizás fuese por sus nuevas cualidades paranormales, pero podía sentir esa presencia que en vez de descansar en paz se revolvía en un sueño inquieto. O en una pesadilla horrible.
Quería huir, pero estaba desesperada y solo le quedaba ya una leyenda a la que recurrir.
―Cimopolia ―le susurró a la tierra mojada. Detrás suyo, el fantasma de la cesta asomó su rostro de abuelita entre las lápidas, instigado por la curiosidad―. Cimopolia, aparece, por favor, te necesito...
Lo único que respondió a sus plegarias fue un silencio vacío, ausente hasta del susurro de las hojas.
―Cimopolia ―repitió, más frustrada que asustada―. Sé que estás aquí. Aparece. ¡Es una orden de la familia a la que tienes que proteger!
Lidia lanzó una nueva mirada desesperada a la fosa. El esqueleto parecía haberse detenido, tan expectante como ella.
―Proteger a los muertos está fuera de mi jurisdicción.
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Donde sueñan las libélulas © (Concurso elementales)
FantasyLos Seraph son una familia antiquísima que por tener tienen hasta castillo en ruinas, un concurrido cementerio familiar y una maldición que ha ido acabando con todos ellos a lo largo de los siglos. Velvet, la última descendiente viva, está decidida...