Elise recuerda despertarse envuelta en una marabunta de escalofríos.
Enredada en las sábanas y el camisón de noche, se sentó en la cama, con la respiración entrecortada y una mano en el corazón. Se acarició la frente y se apartó los mechones castaños de su rostro, agobiada sin saber porqué. No había tenido una pesadilla, al menos no recordaba haberla tenido. Respiró hondo y miró por la ventana a su derecha. La luna brillaba, a punto de llenarse con plata y resplandeciente con las estrellas alrededor.
Miró después a su derecha. Estaba segura de que algún estímulo del mundo exterior la había despertado y, por primera vez en muchos meses, debió equivocarse. Al no ver nada en las sombras, puso sus pies en el suelo e investigó cada esquina de la habitación con puntillosa exactitud. Escaneaba y escaneaba sin ver nada que pudiera haberla despertado. Recordando que tenía una cosa que hacer (aunque no fuera definitivamente el momento adecuado) abrió el armario de madera de caoba y empezó a buscar ropa abrigada.
Aquella noche iba a ser fría, y ella era una mujer en una misión. Una muy importante para ella.
Se puso un gran abrigo marrón con capucha parecido a uno que tenía Reese. Mientras se ataba el cordón del cuello y se ajustaba la capucha alrededor de su cabeza, juró ver sombras moverse. Culpó al sueño que tenía, negando que cualquiera se hubiese metido en su habitación para verla dormir. "Qué noche más siniestra." vocalizó, apenas sin oírse su pensamiento.
Antes de partir no olvidó coger su cesta de mimbre, llena de provisiones. La tapó con una pequeña manta y palpó los contenidos con algo de adoración. Iba a agarrar el pomo, pero dejó la mano suspendida en al aire, a medio camino. Tenía un mal presentimiento sobre lo que iba a hacer. Si la descubrían, iba a crear problemas, y era su primer anoche después de su larga misión en los confines del continente.
No era lo adecuado, pero era su visión del bien. Y sus principios no le permitían traicionarse a sí misma porque otros se lo impusieran.
Agarró el pomo con seguridad y salió de la habitación, rezando a las divinidades porque Reese estuviera durmiendo y sus padres también lo hicieran. Tampoco le importaría que hiciera algo menos de frío fuera o que no tuviese que andar el largo camino que la esperaba.
Anduvo de puntillas por la larga moqueta del pasillo con su sombra recorriendo las paredes, persiguiéndola. Su capa volaba con su paso y agitaba el silencio, haciendo brisillas y rozando los floreros. Torció la esquina con la sensación de unos ojos clavados en su nuca. Estaba del todo segura de que alguien la perseguía.
Su plan era el siguiente: cruzaría el largo vestíbulo y después se dirigiría hacia el comedor, donde podría escabullirse por el jardín. Lo que no esperaba era que fuera a tener que mantener la vista en cualquier punto para asegurarse de que nadie la perseguía. No veía a nadie, por lo que estaba tranquila, pero sabía que las sombras nocturnas eran muy traicioneras. En las tinieblas todo era diferente a su naturaleza real.
Avanzaba con paso ligero por los pasillos, decidida y algo encogida por lo silencioso que era el aire, pero dispuesta a salir de ahí. Si por ella fuera volvería a la cama, pero ya había pasado por esto más de una vez y no iba a retroceder. No ahora que estaba cerca de llegar al comedor. Torció otra esquina y su capa golpeó un pilar con un florero encima, lo que lo hizo tambalearse.
Nada más percibir el ruido del florero al borde de caerse y sus planes a punto de ser tirados por la borda, corrió hacia él y lo mantuvo en su sitio con un suspiro. Lo colocó en su sitio y reorganizó las flores. Lamentablemente, cuando terminó con ellas y se giró, su plan dio un gran vuelco.
Una mano grande y gastada (la piel de Elise era increíblemente sensible y podía notar alguna cicatriz y herida en la mano) tapó su boca desde detrás de ella y la agarró por la cintura con la otra mano. Ella soltó un grito contenido por la mano de su opresor y su cesta llena de comida cayó al suelo, derramando los manjares y haciendo demasiado ruido para el gusto de la princesa. Ella luchó por soltarse, moviéndose todo lo posible, pero quien la estaba agarrando se estaba asegurando de que ella permaneciera quieta. Empezó a arrastrarla hacia adelante, en dirección al comedor, pero paró a medio camino con ella acorralada en una pared.
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La Ley del Equilibrio
Ficción históricaTodo lo que empieza a subir termina bajando. Mientras la lluvia nos tira al suelo y las heridas del tiempo cicatrizan, no siempre los justos pagan por pecadores. Y cuando menos nos lo esperamos llega un claro en el cielo. La cuestión es... ¿cuánto t...