Epílogo

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Cualquiera podría retratar aquella brutal tragedia en el marco de una tormenta. Uno podría sentir el viento de la batalla y los truenos de fondo, el mar de atrás bravío chocando contra los barcos del enemigo. Incluso uno podía imaginarse los gritos de aquellas pobres almas en pena, o el olor a sangre. Quizás el sabor a metal en los paladares de los soldados.

La escena se veía retrocedida. No llovía aún a pesar de los horribles nubarrones que habían cubierto el campo de batalla desde el principio de ella. El viento que agitaba las banderas aceleraba la adrenalina en las venas de los combatientes, que se gritaban barbaridades los unos a los otros, presos del orgullo de pertenecer a una patria.

Pronto volverían a su hogar.

Pero había un hombre en concreto que no tenía hogar. Había dejado todas sus ideas de un país grande y próspero detrás de sí mismo al robar un barco de su propio bando y zarpar a toda prisa hacia Narantar después de atravesar el mar entre el continente y la isla capital de Oridia. A partir de ahí, todo debería haber sido coser y cantar.

Desgraciadamente para él, un puñado de guardias le pararon en el puerto de Esdaxar. Le empezaron a cuestionar sobre sus raíces y asuntos en el reino, a lo que él respondió sin titubeos.

"Soy un mero viajero desde la Isla Caída del norte del continente." mintió él cortamente. "Llevo allí un par de meses de expedición y necesito llegar a Ganges, a mi familia. Esperaba hacer escala aquí."

Obviamente no diría su verdadera identidad debido a la guerra que se estaba llevando a cabo a kilómetros detrás de él, pero no por ello frenaría sus planes.

Los guardias le creyeron y siguieron su ruta de vigilancia. Parecían haber perdido el interés en el chico - un interés que, por otra parte, no debía pasar de eso: curiosidad. Muy a su pesar, Zack decidió volver al barco y navegar hacia Ganges paralelamente a la costa. En mar abierto nadie le juzgaría.

Una brisa favorable le trasladó hasta dicho reino, donde fue bien recibido por los vigilantes. Algo en su conciencia le decía que las brisas las había mandado alguien desde más allá del mundo.

Después de esa escala en Ganges, dejó su barco en puerto y cabalgó hasta el Reino de las Montañas, Narantar. Estaba al este del continente, entre una sierra irregular de montañas que lo solía aislar de tempestades fuera del reino.

El viaje de vuelta duró una semana a máxima velocidad. El príncipe tuvo que meterse en cabañas de baja talla en los bosques más sombríos con las hogueras más calientes del orbe. Tiraba la leña a las llamas y las observaba consumir la madera distraídamente hasta quedarse dormido.

A veces, soñaba con la muerte de Reese y se levantaba lleno de sudor. Aunque le costase admitirlo, una parte de él sabía que la muerte de Reese había sido parcialmente culpa suya. No había droga en el continente que le fuese a robar aquel recuerdo de su retentiva: ella, en su regazo, la tormenta fuera y ella tan tan herida. Había borrado los minutos siguientes - aquellos en los que el cielo se despejaba tras su muerte - porque eran tan crueles que le volvería loco.

En muchas ocasiones pensaba en situación actual, un fujitivo que había traicionado a ambas patrias: a una por ir a conquistarla y a la otra por querer detener dicha conquista. Su misión era harto ridícula, pero no por eso iba a detenerse. Le debía un favor y miles más...

Tiró un tronco de leña. Algo le decía que iba en buen camino.

El último día del mes llegó él a las fronteras de Narantar. Los guardias le reconocieron al instante - no como esos patanes de Ganges y Esdaxar. Zack Walker se encontraba en dos segundos subiendo las escaleras hasta la gran porticada gris, su abrigo invernal siguiendo su ruta.

La Ley del EquilibrioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora