Lo Muerto no puede Morir

779 29 11
                                    

Entonces

El sol ya se ponía y empezaba a amanecer luego de la trágica noche. Ya se oían los helicópteros en el cielo y los claxon de los autos que iban apresurados. También los gritos de las personas que se iban de un lado a otro. Los vándalos empezaban a hacer desmanes en las tiendas. Bernardo llamaba insistentemente a Diana mientras corría junto a Joaquín camino a la casa de éste

—¿Contesta? —le preguntó Joaquin.

—No, nada, su celular está malditamente apagado —contestó Bernie.

—Mandale un mensaje pues, quizás lo lea cuando lo prenda de nuevo.

—Mejor llamo a la casa, ella me dijo que estaría allí a las once.

—Faltan pocas cuadras para llegar a mi casa, puedes usar mi teléfono

—Bien, no quiero gastar mi saldo, lo necesitaré después, espero.

Siguieron avanzando esquivando algunos carros y a las desesperadas personas, hasta que giraron a una pequeña calle, se detuvieron un momento para descansar y Joaquin lo guió hasta una casa naranja de tres pisos a medio construir.

—Aquí es, no es una mansión pero...

—No importa.

—Sólo quería pedirte una cosa —dijo y se puso la capucha gris—. ¿Se nota que estoy drogado?

—Tienes los ojos rojos —respondió Bernie.

—Mierda, no le digas a mi madre que he vuelto a consumir, quizá no se de cuenta, ella es algo corta de vista ¿entiences? —Bernie asintió y Joaquin tocó el timbre.

—No deberías meterte esas cosas —aconsejó el periodista—, son peligrosas, puede jugarte una mala pasada como una sobredosis o un infarto. Ya no debes de hacer esto

—Tu no sabes ni una mierda de lo que es mi vida —contestó Joaquin—, a estas alturas, eso es lo único que tengo.

La puerta de la casa se abrió de forma lenta y una cabeza tímida se asomó.

—Oh, mamá, ya estoy aquí —dijo Joaquin y ella abrió la puerta, se abrazaron, ella acarició los cabellos castaños de su hijo—, estoy bien, tenemos que irnos. El hombre de acá —señaló a su compañero—, es Bernardo, me ayudó a venir hasta acá.

La señora abrió la puerta, a diferencia de su hijo, tenía los cabellos oscuros, largos, su rostro era cansado, gastado quizás por la vida y las arrugas empezaban a notarse, la estatura baja no ayudaba tampoco

—Un gusto, señora —el preiodsta le estrechó la mano.

—Me llamo Rita ¿se conocen de algún lado?

—No —intervino su hijo—, prestale el teléfono para que pueda llamar a su esposa.

—Esta en la cocina —dijo ella.

—Gracias, señora, llamaré rápido—y se fue.

Joaquín le asintió y caminó hasta su cuarto mientras Rita lo seguía

—¿A donde iremos? —preguntó él mientras sacaba una mochila sucia de su armario y empezaba a llenarlo de ropa—. Las cosas allá afuera... son un desastre.

—El gobierno tiene un área segura cerca al municipio, la prensa ha dicho que están instalando carpas en una zona segura y otros dicen que puede ser también  cerca a las áreas militares.

—Eso es muy lejos —dijo él—. Ni siquiera sé donde queda un área militar por aquí.

—Yo menos —contesto Rita preocupada.

Un Largo Mundo GrisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora