Mortero

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Bernardo y Joaquin estaban en los baños. El periodista se lavó la barba y se peinó el cabello sucio con los dedos. Joaquin vio que su cabello castaño ya crecía al igual que un pequeño bigote, no le gustó. Bernardo se secó y cogió la pistola que habían encontrado, se paró enfrente del espejo, y apuntó a su reflejo.

—Oh, hombre, eres un maldito asaltante de comisarias, debería estar en prisión.

—No por nada me dicen "peligro"

Ambos rieron. Joaquin sacó su revolver e hizo lo mismo.

—Dame todas tus putas municiones y provisiones, sabandija inmunda.

—Oh si, inspiras temor ¡cuidado! tenemos a un chico malo suelto.

—Sí, perra, ese soy yo —y alzó el arma al cielo.

—¿Así que botaste toda la porquería esa?

—Lo juro, a mi madre no le hubiera gustado que yo siga en esos malos pasos. Ella murió creyendo que su hijo era un maldito adicto.

—Eso es lindo.

—La extraño.

—Y yo a mi esposa.

—No la buscaste.

—Era inútil.

—Pero...

Los gritos los hicieron reaccionar. Guardaron sus cosas y fueron hasta la salida. La bestia los agarró en la entrada. Joaquin maldijo. Bernardo protegió al joven mandándolo detrás lentamente, la bestia filuda se acercó lento. Como un predador. Bernardo se cagó de miedo.

—¡Muere, perra! —gritó Joaquin zafándose de su amigo y le disparó, la bala traspasó el pecho, pero enfureció a la bestia.

Se abalanzó a ellos alzando sus garras, casi los toca. Bernardo desenfundó el arma y disparó, pero el arma se le cayó de las manos y chilló. Era inexperto. La bestia pegó su cara a la de él abriendo sus feroces fauces y mostrando sus macabros dientes. Bernie pudo ver como los restos de unos ojos se revolvían en la lengua.

Joaquin le disparó en el cráneo antes que lo mordiera, la bestia retrocedió y cayó. Disparó una vez más.

—¿Estas bien? —preguntó Joaquin.

—Tengo que cambiarme los pantalones.

Afuera estaba el resto del grupo. Aldo tendido en el suelo bocabajo, Brenda llorando a mares cogiendo su mano. Cesar le colocaba algo de gasas y alcohol en las heridas. Habían cadáveres a su alrededor

—¿Se va a morir? —preguntó Joaquin acercándose.

—Está contagiado —contestó Cesar—, no hay nada que hacer, solo esperar o, acabar con su existencia ahora disparándole.

—¡No! ¡No permitiré eso!

—¿Crees que arriesgaré mi vida para que pueda morderme? Aldo morirá de todos modos, sea ahora o mañana, le estaremos haciendo un favor al dejar esta ciudad gris, cualquier sitio es mejor que este.

Brenda intentó golpearlo pero la voz de su esposo la detuvo, había despertado.

—Ya sé lo que tengo que hacer —dijo.

Atardeció en silencio. Ninguno de ellos mencionó palabra o quiso hacer algo.

Bernardo y Joaquin se sentaron en el almacén del camión mirando a su compañero caído. Brenda no lo dejaba en ningún momento. Oyeron que estaban hablando de como se conocieron, de como se casaron, de sus problemas, de como se enteraron que no podían tener hijos, el trato con sus padres, las largas jornadas de trabajo, y en la cama. Hablaban de su aniversario de bodas, de sus anécdotas, de sus recuerdos, de la infidelidad.

Un Largo Mundo GrisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora