Carne Fresca

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La luna estaba roja, pero se mostraba brillante encima de sus cabezas. La noche envolvía a toda una ciudad caída de manera perfecta. Ya todos estaban durmiendo. El humo subía a los cielos como un llanto.

Arrinconados al borde, y lejos de los demás, estaban Joaquin y Bernardo completamente drogados.

—Si, hombre, tú y yo, solos, a este pequeño instante, le llamo felicidad —dijo Joaquin fumando hierba.

—Esto, esto en sí, o sea, todo este lugar, es la vida misma, es el mundo que tendremos que asimilar, pero estaremos tu y yo juntos para protegeros ¿no? —le contestó y se rieron.

—Te juro —y se sentó—, que después de esta noche, botaré toda la droga que tengo en mis bolsillos y en mi mochila.

—¿Por qué?

—Esta es como, una nueva vida, un nuevo comienzo, y no puedo comenzar todo cagado. Así que dejaré todo lo que me una al pasado, y seré un nuevo yo.

—¿Por qué?

—Porque estoy harto de tener una rutina así, levantarme para nada, ser un inútil y hacer que cada día sea igual al anterior, recuerda que Cesar me dijo estúpido drogadicto —fumó más—, bien, lo acepto, lo soy, pero mi madre no, y yo no puedo hacerle eso a ella.

—¿Por qué?

—¿Vas a responder a todas mis mierdas con un "por qué"?

—Que sé yo, ya estoy pegado —y se levantó algo tambaleante, se cogió de la pared.

La ciudad se veía horrible, ya no había luz, ni en casas ni en calles, los muertos merodeaban por todos lados y el humo se veía lejos, como en las carreteras o bosques. Bernie sintió pena por ellos. Joaquín se levantó igual.

—¿Sabes? —dijo el señor—, odio esto, en serio, lo que está pasando en el mundo, llámalo castigo divino o error humano pero, es algo que no merecíamos.

—¿Quieres desfogar tu ira, eh? —le dio una palmada en el hombro y fue atrás donde había una botella vacía sucia, se acercó y se la dio—. Bueno, lánzala con toda tu fuerza.

Bernie cogió la botella y retrocedió, alzó su brazo y la lanzó a la calle tan fuerte como pudo. Joaquín empezó a reír. Bernardo gritó. El joven cogió unas piedras pequeñas y comenzó a tirarlas también. Bernie lo siguió. Estaban eufóricos. Y no midieron el riesgo. Bernie cogió un ladrillo partido a la mitad y lo lanzó, el objeto fue directo a chocar en el parabrisas de un coche. Sonó la alarma.

Y todos los infectados cercanos al centro comercial lo oyeron, y más de ellos alrededor, y por supuesto, los gigantes. Bernie y Joaquín se desesperaron y fueron donde el resto del grupo a despertarlos. Joaquin comenzó a sacudir violentamente a su madre. Bernie hizo lo mismo. Cesar maldijo y casi los golpea.

—La cagamos, hombre, la cagamos —gritaba desesperado el joven.

—¿Qué paso? —preguntó Brenda.

—Los muertos vienen hacia acá —le contestó.

—¿Pero cómo? No nos habían visto —hizo lo mismo Aldo.

—Alguien, quizá unos vándalos, hicieron sonar la alarma de un auto, los están trayendo acá a todos —mintió Bernie.

—¿Incluido las mierdas gigantes? —se levantó Cesar—. Maldita sea, seremos carne fácil de conseguir.

Asintió, empacaron las cosas rápidamente y subieron apurados al coche. Cesar abrió las trancas para poder irse y luego fue a su moto. De bajada por la rampa, ya se veían venir a los muertos, voltearon al segundo piso y una horda los esperaba

Un Largo Mundo GrisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora