Cuando todo nos iba malditamente bien y termina benditamente mal

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—¡Eres un maldito hijo de puta! —espetó Joaquin y se abalanzó a él a su encuentro.

Aldo intentó detenerlo pero Bernie lo detuvo.  Cesar intentó defenderse cogiéndole de las manos, pero éste lo mandó directo al suelo, la espada de motociclista empezó a arder por el golpe. Sus ropas se mancharon contra el pavimento, Joaquin se montó encima de él y comenzó a golpearlo furioso mientras le gritaba. Cesar llevó sus manos hasta su cuello e intentó ahorcarlo, fue casi inútil.

—Harán demasiado ruido, nos van a encontrar —le dijo Aldo zafándose de Bernardo.

—Déjalo, deja que desfogue su ira.

Cesar lo golpeó por debajo del mentón y Joaquin cayó al suelo. El joven intentó patearlo desde el suelo pero el otro ya se había levantado. Cesar cogió su casco, Joaquin se levantó, pero con una patada punzante en el pecho lo mandó al suelo y con el casco comenzó a golpearlo en la cara seguidas veces. Se descontroló y Joaquin empezó a gimotear. El joven aprovechó un descuido y sacando una navaja le rozó parte de la mejilla, Cesar se asustó y retrocedió, así que se levantó de una y le pateó la cara tan fuerte que cayó inconsciente al suelo junto con su casco.

Luego de eso, Joaquín también cayó.

Cuando despertó, era de noche, ya no estaban en la ciudad sino lejos o eso le pareció porque lo único que vio fue arboles, no había luna, sólo un pequeño rayo naranja que dejó de cegarlo cuando recuperó la conciencia.

Un hombre se le acercó, tenía el cabello marrón más largo y la barba le llegaba al cuello, lo miró triste. Era Bernardo.

—Despertaste —le dijo él y le sirvió un poco de agua—, estuviste fuera por casi cuatro días.

—¿Donde estamos? —preguntó él algo ronco, la bebida lo despejó.

—Salimos, aprovechamos que los merodeadores no estaban y nos fuimos, Aldo me ayudó a cargarte a ti y a Cesar dentro de un camión, fue un desastre, casi sale mal, una horda nos emboscó, los gigantes comenzaron a seguirnos... pero nos ha ido jodidamente bien

—Me perdí lo interesante.

—Pero estas sano.

—¿Como está...

—¿Cesar? —interrumpió Bernardo—, despertó a la noche del día siguiente, lo golpeaste muy fuerte, casi le rompes la columna, felizmente no pasó.

—Debo de ir a disculparme —intentó parase pero un dolor punzante lo detuvo.

—Tendrás el tiempo, ahora descansa, mañana será un día agitado

—¿Por qué?

Pero Bernardo no le respondió y se fue. Sentada en el almacén del camión estaba Brenda y Aldo comiendo en un plato, a Cesar no lo vio. Bernardo fue a hablar con ellos, la fogata se estaba apagando y ya no le afectaba la vista.  Luego de eso, volvió a dormir.

Amaneció. 

Joaquin abrió los ojos de a poco, la luz solar lo afectaba, se apoyó en un brazo tocando el césped y se levantó levemente, cuando miró su pecho, se dio cuenta que su polo guinda ya estaba roto, así que se puso su polera gris.

Todos dormían aun, así que aprovechó. Buscó dentro del camión su mochila, no estaba, así que fue a revisar las provisiones que tenían en la intemperie y la encontró, la sacó muy despacio y se alejó del lugar.

Parecía que estaban en una especie de pampa cerca a la ciudad, desde lo alto podía ver lo devastado que estaba, los edificios, las calles, las casas, todo, todo estaba invadido de esas cosas, eran demasiadas, pero no vio a los gigantes, sólo a los muertos blancos que corrían por debajo, alejándose de la ciudad, los vio tan pequeños pero tan peligrosos a la vez.

Un Largo Mundo GrisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora