Prólogo - Humana

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Ele dormía en su habitación ese día caluroso de verano, relajada y despreocupada, como todos los demás días. Nada en ese mundo podía alterarla, o al menos, no dejaba que nadie supiera si algo le preocupaba tanto.

Era raro, cualquiera en su situación sufriría ataques de nervios o estrés constante. Pero ella no, no se preocupaba por nada. Sólo reposaba sus rubios cabellos sobre la almohada, y dormía como una bebé.

Y la verdad, es que hacía bastante que había dejado de ser una bebé: ya cumplió sus diecisiete años.

- ¡Ele! ¡Baja ahora!

Su sueño por fin había sido interrumpido. Por primera vez en el día, Ele abría sus hermosos ojos verdes lima para luego cerrarlos y volverlos a abrir con otro grito. Con terrible sueño y cansancio, apoyó sus manos en la cama y logró levantarse.

Una vez de pie, pudo verse al espejo que estaba frente a ella y ver cómo de despeinada estaba. Además, vio en su cara que tenía la marca de la almohada, cerca de su nombre.

Sí, cerca de su nombre, pues tenía tatuado "#Ele" en su mejilla izquierda. Pero ¿por qué? ¿Acaso se olvidaba su nombre cada mañana y debía leerlo para acordarse? No, de hecho tenía muy buena memoria. Ese nombre gravado en su cara, era su identificación, la diferenciaba de los demás. Ella era humana.

- ¿Qué querías mamá?- gritó Ele mientras se peinaba frente al espejo.

- ¡Baja ahora! Encontraron una nueva droga.

Ese era el único trabajo de Ele, probar drogas y fármacos de prueba. Hasta ahora, su sistema inmune había sido tan fuerte como para resistir a cualquier efecto de las drogas que le daban.

También habían puesto en ella virus y gérmenes. Jamás se enfermaba.

Pero hoy era diferente, pues la droga en cuestión no era creada por los científicos que se la hacían probar, sino que la habían encontrado en La Tierra, un lugar al que nadie se atrevía a ir hasta hace unos años.

- Malditos nudos.- decía mientras libraba una dura batalla contra su cabello, para poder peinarlo.

Se resignó con el pelo a medio peinar y se dispuso a bajar. Abrió su puerta despacio y salió en pijama. Un pijama rosa que la cubría de pies a cabeza, solo que sin incluir los pies y la cabeza.

Bajó la rechinante escalera y fue directo al salón comedor. Allí estaban su madre y su hermana.

Irian, la madre de Ele, era una mujer completamente blanca. Bueno, casi, sus ojos eran negros, todo negros. Pero tanto su piel como su cabello lucían un blanco resplandeciente.

Su hermana era similar a su madre, pero con un cuerpo atlético y bien marcado. Fanática del deporte y la gimnasia, no podía quedarse quieta.

El padre de Ele casi nunca estaba en casa a esa hora. Era un miembro importante del laboratorio de la ciudad. Se decía que sin gente como él no podía hacerse un trabajo tan sutil como el que se hacía en aquél laboratorio. Él era el encargado de la limpieza, tenía que mantener todo en perfecto estado para que los demás puedan hacer sus cosas. También lucía como su madre y su hermana.

Pero ella no era completamente blanca con los ojos negros. Tenía ojos verdes lima y piel morena, desentonando con su familia.

Eso era porque, como habrán advertido, Ele era la única humana de esa familia, y de ese mundo.

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