Capítulo 4 - ¿Tiempo de qué?

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Aunque nadie se animaba a dispararle, todos la apuntaban con sus armas. Y ella no se quedaba atrás, los apuntó a todos con su ametralladora y comenzó a disparar.

Pero para cuando menos lo esperaba, la voz se fue y todo dejó de ser violeta. Los edificios, las personas, todo ya era como antes. Su ametralladora no era más que un lanzador de clavos. Su láser, una pistola de pegamento y la bazuca no era más que una escoba.

- Ele, danos las pastillas y vuelve a casa.- dijo el jefe de la policía local, un hombre de una musculatura envidiable que portaba una pequeña pistola en su mano derecha.

Ele, sin hacer caso de lo que le decía el oficial, caminó hasta donde se encontraban los policías y le dedicó unas palabras.

- No voy a darte nada, imbécil.

- Tendré que quitártelas entonces.

Ele rió y acto seguido le pegó al hombre en las piernas para derribarlo. Y así sucedió, el policía más rudo de toda la estación fue derribado por una niña.

Hombres y mujeres le apuntaban con sus armas, pero ninguno se atrevería a dispararle. Cuando Ele advirtió la cantidad de armas que la apuntaban, decidió caminar varios metros lejos, nadie se lo impidió.

Una vez lejos de las armas, agarró todas las pastillas que pudo con una sola mano, y se las llevó a la boca. De pronto, esos policías que la miraban temerosos comenzaron a verse borrosos, cada vez más. Los colores se le confundían con los sonidos y los sonidos con los olores.

Tras esa agonía, se desmayó. En su desmayo sintió varias voces, pero no podía reconocer cuáles eran verdad y cuáles mentira o ilusión.

La primera voz que escuchó venía de una mujer diciendo: "Se nos acaba el tiempo, tenemos que...", pero no pudo escuchar más que eso.

¿El tiempo de qué? ¿Qué tenían que hacer? Muchas preguntas surgieron de repente en su cabeza. Una lastima que aún no podía responderlas, no veía nada más que un espeso negro.

Y luego, un pitido agudísimo sonó cerca suyo. Era cada vez más fuerte, y ella no podía pararlo, no se podía mover y no veía nada. La desesperación la tenía prisionera.

Hasta que al fin, luego de un duro esfuerzo, logró abrir sus ojos. Estaba en un hospital, recostada en la camilla. La luz no dejaba que sus ojos se abrieran del todo, pero aun así pudo ver un poco más del lugar.

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