El Primer Día...

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La casa de los Uzumaki estaba en silencio en medio de la noche. Los dos retoños estaban dormidos en sus respectivas habitaciones, y solo Kurama caminaba por los pasillos, inspeccionando que todo estuviera en orden.

El zorro rememoraba la salida del mocoso y su esposa. Los niños se habían puesto a llorar, tanto así que Hinata tuvo que llevarlos a dormir antes de lo previsto mientras Naruto le volvió a pedir que no perdiera los estribos con sus mocosos, porque los llantos le rompían sus delicados y refinados oídos.

Eso sí, antes de irse, Hinata le dio unas indicaciones: De que solo esta vez los niños comerían ramen los dos días en la hora del almuerzo, pero el desayuno tenía que ser leche con pan o fruta, mientras la once podía ser arroz con pescado, y debía evitar que Bolt se excediera con los dulces de la repisa.

Las horas de dormir y levantarse se las sabía, al igual que las veces del baño, en especial por la mocosa que lo veía como peluche. Y, por último, que, si querían salir, al menos él los vigilara desde lejos, porque llamaría mucho la atención que Kurama estuviera fuera.

Eso no se lo pudo discutir, al fin y al cabo, a pesar de haber limpiado su nombre en la Cuarta Guerra Ninja, no faltaba el humano idiota que aún tuviera resentimiento hacia él por aquel ataque a Konoha de hace unos años.

Cuando las indicaciones fueron recibidas, Hinata, agradecida, lo abrazó, sobresaltándolo nuevamente, y, para ira y celos de Naruto, le dio un beso en la frente, agradeciéndole el haber decidido cuidar a sus retoños.

Kurama, haciéndose al que no le importa recibir cariño, se despidió con un "No se tarden", aunque tuvo que aguantar las miradas enojadas de Naruto. Eso, al menos, era un buen premio.

El zorro llegó al salón, que, como todo el lugar, estaba en silencio. Decidió que también era hora de descansar, por lo que se acomodó en el sillón. Le sorprendió lo suave que era, tanto así que se acomodó varias veces, hasta quedar patas arriba...

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Las primeras luces de la mañana no despertaron al zorro, quien, durmiendo bien a gustito en el sillón, aún boca arriba, llegó a roncar.

En eso, sus orejas se movieron levemente por un extraño ruido... En realidad, era una risa contenida... muy familiar.

Abrió los ojos para ver a Bolt, asomado al sillón, con un jarrón de miel en las manos, del cual cayó el líquido pegajoso inmediatamente en su hocico, vertiéndose en su garganta.

El rugido de asco, furia y sorpresa de Kurama despertó a la pequeña Himawari, quien hasta hace unos momentos, dormía plácidamente en su camita, rodeada de los peluches de sapo que tanto le gustaban.

La niña, extrañada, se restregó los ojitos azules con su mano mientras se levantaba, mostrando el camisón rosa con flores blancas que llevaba. La pequeña tuvo que ponerse en puntillas para abrir la puerta, y así, pasar por el pasillo hasta llegar al salón, donde se veía una de las escenas más extrañas que había visto en su corta vida.

Su hermano mayor, Bolt, tenía en la cabeza un jarro con miel, boca arriba, sujetado por el tobillo por una de las colas de Kurama, bastante enojado.

-¡Mocoso, se ve que tienes agallas! ¡Esto te hubiera costado bien caro si no le hubiera prometido a tu madre y al mocoso que los cuidaría!- le aseguró enojado Kurama sacudiendo al pequeño de un lado a otro, el cual tenía los ojos dándole vueltas-¡Y más encima yo odio la miel!

-¡Buenos días, Kurama-chan~!- Himawari, contenta al ver al zorro, se le abalanzó, haciendo que este casi soltara a Bolt.

-¡¿Qué tienen de buenos después de que este tornillo suelto me tirara esa estúpida cosa en el hocico?!- preguntó enojado Kurama.

¡Juega con nosotros, Kurama-chan!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora