3.3- Puedo hacerte feliz

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—¡Christian!—

¿Anastasia...?

Alguien me sujeta por debajo de los brazos. Esa persona se resbala junto a mi y ambos caemos contra el lateral del escritorio. Apenas puedo sentir algo mas que dolor, mis sentidos no funcionan como deberían, comienzo a transpirar demasiado. Le doy un apretón en la parte superior de mi rodilla y grito desesperado.

Cuando esa persona se pone enfrente de mi, el dolor me enceguece, pero creo ver a mi luz.

—A...na—me he es complicado decir algo. Apenas escucho mis gritos y un zumbido horrible. El dolor no podría ser mas intenso, creo desmayarme pronto a causa de este.

—Christian, ¿Que te sucede? ¿Que puedo hacer?—dice desesperada y llorando como jamas la había visto llorar, se me partió el corazón, por sentirme tan inútil y por ser la causa de sus lagrimas.

—no...—mi respiración es débil— puedes hacer...nada. Solo...vete y espera afuera. Debo...hacer esto solo.

—no, no te dejare. No importa si no soy tu luz o nada para ti, no te voy abandonar jamás.

Sonreí por un momento, sus palabras parecían una hermosa promesa.

—vete Ana

Se negaba a dejarme

—vete...—dije nuevamente y el dolor se convirtió en algo insoportable.

—¡VETE!—le grite tras dejarme abalanzar por el dolor, y ella dio varios pasos atras y uno en falso, tras caer, su llanto aumento y se negaba así misma a verme en ese estado. Un hombre millonario y con un gran futuro empresarial fue dominado por el terrible dolor y doblegado, mientras trata de no derrumbarse delante de la mujer que quiere.

Vi cuando salio por la puerta, pero a través de esta aún podía escucharla llorar. No quería que ella me viera de este modo. No quería que se enterase de esto. De mi demonio personal, lo que he de cargar desde hace tiempo. Solo me entere una semana antes de haber conocido a Anastasia. Quería evitar a toda costa que algo sucediera, pero mis deseos se anteponieron a mi enfermedad. Pensé en disfrutar lo que me quedaba de vida en las cosas que pensé eran importantes, además del trabajo. Nunca soñé que seria tan feliz con Ana, a pesar de lo que ella tuvo que sobrellevar. No somos tan distintos después de todo, huérfanos, un pasado doloroso. Pero no puedo, no quiero empujarla a esto. Era mejor acabar con esto, que una vida de agonía.

El dolor muchas veces no me dejaba pensar claramente. Tuve que arrastrarme por el suelo para conseguir mis pastillas, que estaban dentro de mi chaleco, en el mueble. Estire mi brazo lo mas que podía, pero la vista empeoraba y eso era una  desventaja que aumentaba la probabilidad de un colapso, como ocurrió a mis diecinueve años. Mis dedos llegaron a tocar el chaleco y lo jale con mi índice, el frasco salió rodando hacia mi mano, se me dificultó abrirlo ya que me dolían las articulaciones y no podía fijar en el blanco, tras lograrlo, todas salieron desperdigadas por el suelo y me tome una dosis alta. A continuación, me quite la faja y la enrolle a alrededor de mi rodilla derecha y jale con fuerza, apreté la mandíbula lo mas que pude hasta que mi maxilar inferior se canso y ajuste el fajón creando un torniquete. Tarde como veinte minutos en darme cuenta que el dolor había desaparecido, pero que este me había dejado invalido de la pierna derecha. No puedo sentir nada. A la hora me pude poner de pie, aun sudaba, mi cuerpo temblaba y quería un vaso lleno de agua fresca. Salí del despacho atolondrado y busque por todos lados tratando de encontrarla, pero observaba en el lugar incorrecto. Cuando la encontré estaba sentada en el suelo a orillas de la puerta. Su maquillaje corrido me dio a entender que realmente si lloraba, aunque minutos antes pensaba que era una mínima alucinación provocada por el dolor. Al verme se puso deprisa de pie y se limpio las mejillas, los ojos y su nariz rezongo.

Prisionero entre las Sombras ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora