Cuento 2: El Cuerdo

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Sin hacer demasiado uso de mis facultades intelectuales debo decir que amo a los idiotas. Dijo el cuerdo, mientras miraba maravillado como un grupo de tarados terriblemente alcoholizados bailaba ridículamente una cumbia que sonaba a niveles auditivamente peligrosos.

Cómo es que hacen estos idiotas para olvidarse del mundo y para vivir la vida a 180 kilómetros por hora, cómo es que hacen para no detenerse a pensar en lo trágico de la vida ni en el desastre que somos como seres humanos.

El cuerdo se acercó a ellos, quiso hablarles. Fue imposible, estaban hipnotizados por la música, danzando caóticamente, dando pasos de baile bamboleantes, gritaban y cantaban mientras tragaban litros de cerveza y vino.

Mientras observaba cautivado por el grotesco espectáculo, El cuerdo se perdió en otra reflexión:

Si como dice Paul Valery "Lo más profundo es la piel", entonces no debemos buscar tan al fondo de la gente, porque quizá esa persona es simplemente eso que vemos.

Y entonces, qué es lo que ven esos locos cuando me miran. ¿A un tipo con cara de jubilado haciendo cola en el banco para cobrar la pensión? ¿Un aburrido burgués, profesional, rutinario y de ridícula corbata? No puedo (aun no tengo ese poder) meterme en la cabeza de la gente pero es casi 100% seguro que eso es lo que piensan de mí. Bueno, es hora, es ahora. Es momento de destruir esos pensamientos prejuiciosos y derrocar esas cabezas cuadradas. El cuerdo respiro hondo, se desaflojó la corbata, la revoleó. Su cutis colorado brillaba por el calor, algo nervioso y con pasos temerosos se acercó, quiso decir algo, pero su voz fue tapada por el sonido ensordecedor de la música bailantera y el espectáculo alocado de los jóvenes. Probó de nuevo, esta vez gritó: "se están divirtiendo". Ni siquiera él supo si era una pregunta o una afirmación y lo grito de nuevo. Pero ésta vez, sonó como pregunta: "¿Se están divirtiendo?".

No hubo respuesta alguna, sólo ruido y gritos de jóvenes salvajes en estado de frenesí. Una chica en particular le llamó la atención. Ella parecía endemoniadamente feliz, movía los brazos y saltaba. Tenía la remera mojada, un pantaloncito roñoso y estaba descalza. 

Parecen seres de otro planeta, pensó el cuerdo y en un movimiento rápido se sacó la camisa sudada y su panza gorda y su pecho peludo quedaron al descubierto, y entonces dijo: Yo quiero, yo tengo ganas, de habitar ese planeta y se confundió entre los adolescentes bailando ridículamente, contorneando su cuerpo obeso, intentando movimientos sensuales, queriendo seguir el ritmo de la música o de la locura.

Hay mucho Rock aún en tu cerebro loco.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora