Cuento 6: Hugo

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Hay un algo extrarracional y ajeno al control humano, algo en el plano de lo trascendente, un más allá universal que nos mueve hacia lo oscuro, que nos impulsa a la transgresión, incluso a la violencia, sobre todo a la violencia. Quizá eso fue, eso inefable, lo que incitó a Patricio al homicidio, al acto macabro del desmembramiento de un cuerpo y a posteriormente quemar cada parte de Hugo para luego enterrarlo en su propio jardín.

Un acto pulsional siempre atenta contra la razonada reflexión y esto que voy a contar es justamente eso: la historia de un acto pulsional que acabó, nada más y nada menos, con una vida.

No sólo Dios actúa de formas misteriosas, el diablo también suele hacerlo. No es la primera vez que el mal copia las formas del bien.

Salió primero el número 4, después el 15, el tercero fue el 23, el cuarto el 8, el quinto el 16 y por último el 42. El rostro de Hugo congelado, el cuerpo tieso, el mundo entero parecía haberse detenido, como si el planeta hubiera dejado de girar. Tenía los ojos fijos en la pantalla del televisor y la mano que sostenía el boleto le temblaba.

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— Me gané 60 millones de pesos— dijo, como no creyendo, casi preguntándoselo a Patricio y mirándolo asustado.

—¡¡¡ME GANÉ 60 MILLONES DE PESOS!!!— volvió a gritar, esta vez con fuerza, volumen, euforia y con absoluto convencimiento.

Y entonces a Patricio no le quedó otra que hacerlo: le rompió la botella de cerveza en la cabeza. El cuerpo morrudo de Hugo cayó como en cámara lenta y el impacto contra la mesa hizo un escándalo terrible. A Patricio lo asustó más el ruido que provocó la caída que la sangre que saltó de la cabeza de Hugo hasta su cara.

Ni siquiera supo por qué lo hizo o en realidad lo sabía pero de una manera no consciente. No podía encadenar un pensamiento que explicara el porqué de tal violencia, la razón del botellazo se le escapaba. Pero su alma, su yo más profundo, el inconsciente quizá, sabía todos los porqué.

Hugo nació a los 7 meses, estuvo en la incubadora un tiempo largo, la mamá prácticamente vivió en el hospital durante todo ese tiempo. Dicen que durante esos meses de incubadora derrotó a la bronquiolitis, a la neumonía, a resfríos y gripes varias. Se enfermaba de todo, cualquier virus, bacteria o microbio se le pegaba. A pesar de las condiciones de seguridad e higiene hospitalaria, las enfermedades se le metían en su pequeño cuerpecito de recién nacido y él valientemente luchaba con ellas y las derrotaba. Los médicos decían que cualquier otro niño hubiera muerto, que Hugo era especial, que su sistema inmunológico no sé qué...pero que era fuerte de una manera anormal. Así, desde el principio la vida de Hugo iba de una pequeña desgracia a un gran acontecimiento que lo compensaba. Algo ponía las cosas en su lugar, el universo, dios o lo que sea terminaba balanceando todo a su favor.

Fueron a la escuela juntos, desde jardín de infantes hasta terminar la secundaria. Muy amigos, muy compinches. Se contaban todo, se defendían entre ellos. Patricio en especial, que era el más fuerte, tanto en su personalidad como en las trompadas que tiraba, era capaz de volver a casa con las narices llenas de sangre y los puños doloridos con tal de defender a Hugo.

A Patricio siempre le gustó liderar y ejercer el control, le resultaba natural ponerse al frente de todo, le fascinaba la idea de ser "el tipo que manda". El liderazgo era algo inherente a su personalidad. Organizaba los equipos de futbol, planificaba fiestas, era el que les decía a los demás qué hacer, les descubría los talentos y habilidades y les asignaba la tarea correspondiente. De hecho fue el quien le sugirió, o practicante le ordenó a Hugo que debía ser arquero, pues se dio cuenta que tenía buenos reflejos jugando a la "peleadita", un juego donde básicamente boxeaban, se cagaban a trompadas para decirlo en criollo. Hugo esquivaba los golpes con gran reflejo, una reacción instantánea lo hacía inclinarse a un costado y las trompadas de Patricio pasaban rozándole la cara, o ponía los puños y detenía los golpes con gran precisión y firmeza. —Vos tenés que ser arquero — le dijo Patricio. Aunque lo ideal hubiera sido decir: —Vos tenés que ser boxeador— pero no, Patricio dijo «Arquero», pues el deporte del barrio y quizá de todos los barrios, por lo menos acá en Argentina, es el futbol. Hugo que siempre le hizo caso, a partir de ese momento fue el arquero del equipo de futbol del barrio que tenía como capitán, obviamente, a Patricio.

Pero su amistad se rompió exactamente a los 13 años, en el primer año de secundaria.

Según esa trillada metáfora de índole platónica (¿o aristofánica?), el amor es la fascinación por algún otro que supuestamente nos completa. El amor, el deseo de retornar a la antigua unidad. Anhelar el uno original, y para tal fin, encontrar la parte perdida. El amor es un todo, para alcanzar ese todo es necesario juntar las partes del todo. El problema surge cuando ese todo no está partido a la mitad, el tema es cuando al todo se le ocurre dividirse en tres.

Sofía tenía una mirada incandescente, ojos claros, piel blanca, una cara salpicada de pequeñas pecas. De complexión delgada, de personalidad juguetona, de carácter sonriente. Un aire de alegría parecía siempre rodearla. Y cómo no. Hugo sintió el flechazo y se hizo cargo de ese flechazo. Y cómo no. Patricio sintió el flechazo y se hizo cargo de ese flechazo. El problema es cuando a ese todo se le ocurre dividirse en tres y entonces alguien decide poner las cosas en su lugar, ordenar lo originalmente natural.

Sofía amaba a los dos, pero tal vez por cierto aire inofensivo y por la personalidad débil que inspiraba bondad, lo terminó eligiendo a Hugo.

Aquella decisión amorosa adolescente determinó el futuro de Patricio, de Hugo, de Sofia, del mundo. Ese momento activó la maquinaria del resentimiento y desde entonces durante años se acumuló la envidia, año tras año se configuró el odio. Había en Patricio una bronca que crecía, un destino inevitable: un asesino que comenzó a forjarse. Tan sólo 13 años tenían y ya eran dueños del futuro, lo habían fabricado juntos.

10 años no son nada. Ambos ahora, con 23 años de edad, amagan entrar en la adultez y ensayan la madurez, pero inevitablemente conservan aun actitudes infantiles. Se golpean, se empujan, se tratan mal, Patricio le dice "gordo salame" a Hugo a cada rato y le tira "piñitas" en la panza. Hugo se defiende con habilidad boxística y ríe con su risa de niño inocente, con su idiota y hermosa risa de niño gordo de 23 años. Y entonces Hugo deja de reír y mira la hora en la pantalla del televisor. Las 21:30. Un automatismo inmediato en su memoria le hace relacionar esa hora con algo que tenía pensado hacer, algo agendado en su cabeza le dice que a las 21: 30 debe estar atento. Y entonces lo recuerda:

—El quini...tengo que ver el sorteo del quini— dice apresurándose y agarrando el control remoto pone el canal 4.

El cuerpo morrudo de Hugo cayó como en cámara lenta, la botella se rompió en mil pedazos pero quedó intacta en la parte del pico, un fragmento puntiagudo de vidrio agarrado al puño apretado de Patricio, quien estupefacto durante unos segundos largos miraba a su moribundo amigo. Inmediatamente, recobrando su energía asesina reinicio su salvaje acto. Reaccionó con ese mismo pedazo de vidrio puntiagudo contra el cuerpo indefenso de su amigo en el piso. Eran puñaladas continuas y furiosas, golpes llenos de resentimiento y odio.

A todo deseo satisfecho le sigue una vacuidad profunda, un abismo silencioso, la felicidad saciada acarrea una extraña infelicidad. El deseo saciado de descargar la bronca acumulada contra Hugo dejó a Patricio sin aliento, un cansancio físico y existencial lo abrumó y su cuerpo se desplomó encima del cuerpo de su difunto amigo. Patricio estaba entonces igual o más muerto que Hugo.

Se podría decir que la buena suerte fue la que mató a Hugo, podríamos también echarle la culpa al amor, un amor no correspondido, un amor adolescente y pasional, podríamos elaborar teorías intrincadas acerca de una maldad que proviene de otro lugar y que tomó posesión del cuerpo y de la mente de Patricio, lo cierto es que la defensa de Patricio pidió homicidio bajo emoción violenta y que la ley dijo finalmente que fue homicidio agravado con premeditación y ensañamiento. Es decir, que entre la resolución de delinquir y la ejecución, existió reflexión constante sobre el hecho a cometer y que dicho hecho se cometió con la finalidad última de provocarle padecimiento a la víctima.

—¡¡¡ME GANÉ 60 MILLONES DE PESOS!!!...Ahora si vamos a poder organizar la fiesta de casamiento que tanto soñaba Sofía—

Y el cuerpo morrudo de Hugo cayó como en cámara lenta.

Hay mucho Rock aún en tu cerebro loco.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora