❦Prefacio❦

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Rodó los ojos al escuchar por enésima vez a sus estúpidas súplicas, pero es que sonaba como disco rayado ante la insistencia del tema, cada vez que él aparecía

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Rodó los ojos al escuchar por enésima vez a sus estúpidas súplicas, pero es que sonaba como disco rayado ante la insistencia del tema, cada vez que él aparecía. El joven vampiro no soportaba el precio que su ahora frágil cuerpo, su desgastada alma y su miserable vida se estaba apagando, por aquello que en un principio le había parecido una excelente idea.

Postrado en la cama, siendo aplastado por la densa aura que se adueñaba de la lúgubre habitación, estaba él. Su fuerza había bajado notablemente, su piel lucía aún más pálida que la de un cadáver y junto a esa imágen, su cuerpo adolorido, los labios resecos y las ojeras violaceas bajo sus ojos, evidenciaba a gritos lo deteriorado que se encontraba.

Con tan solo dieciséis años de edad, Karlheinz el heredero al trono, estaba siendo consumido de la forma más lenta y dolorosa por la muerte.

Pero es que, recibir placer a cambio de entregar un poco de energía en un comienzo no le sonó tan mal, y fue justamente por aquella tentadora idea, que una noche se empujó a iniciarse en las artes oscuras antiguas. Fue la urgencia hormonal y curiosa, la razón por la que abrió el grimonio que compró por curiosidad en una vieja librería, en uno de sus viajes a un pueblo lejano.

Y una noche a la luz de las velas, sus ojos vagaron sobre el viejo libro, para perderse entre las líneas que dictaban las instrucciones que debía seguir para invocar a una especie de «compañera sexual» que cumpliera hasta sus más oscuros deseos a cambio de su vitalidad.

Así que después de ponerlo en práctica, sin pensarlo demasiado, ni carcomerse siquiera por los remordimientos ante el castigo que podría recibir, lo invocó.

Fue divertido ver su reacción, cuando el ser termino siendo un "él" y no un "ella".

Sin embargo, el precio que terminó pagando resultó ser demasiado alto para él. Hizo uso y abuso de la posibilidades de tenerlo cuando quisiera sobre su cuerpo y cada vez que se entregó con mayor frecuencia, y vaya que para él fue fantástico porqué cada encuentro le permitió tomar más y más de él con increíble facilidad.
Pero ahora el miserable le suplicaba acabar con todo a pesar de haber hecho un pactó con aquel ser, y aunque ya siquiera le quedaban fuerzas para levantarse, pena era lo último que podía sentir por cualquier humano, demonio y vampiro, para misericordia solo existe la Divinidad Suprema.

—Te daré lo que quieras, pero déjame libre—suplicó entre quejidos dolorosos, como si fuera su única luz de esperanza entre la oscuridad que había envuelto su vida en los últimos tiempos.

—¿Qué me ofreces tu?¿Que crees que podría ser interesante para mí?—toco la punta de su nariz con su dedo índice de forma juguetona. Estaba seguro de que para el vampiro, está situación podría ser la peor de todas, pero no le importaba en lo absoluto, porque la empatía por los vampiros no era una cualidad que exista en él, ni existirá jamás.

—Almas, todas las que quieras solo para ti—susurró.

—No me interesa...

—Te ofresco mi descendencia— interrumpió. El joven de cabellos negros como la noche ladeó la cabeza y frunció el ceño sin comprender del todo su oferta, a lo que entendió rápidamente y agrego.—Todos ellos.

—Interesante, continúa.

—Mis hijos, serán todo tuyos si me dejas ir—replicó. Estaba desesperado y dispuesto a encontrar una solución cuanto antes a todo con el fin de ser libre y recuperarse.

No necesitaba meditarlo demaciado, la sola idea de tener almas, no una, sino muchas, fueran toda suyas desde el principio, le resultaba interesante, y que pudiera corromper a su gusto sonaba divertido. Entonces aceptó. El albino pasaría a ser el dueño absoluto de su vida nuevamente para que los próximos en su linaje ocuparán su lugar.

—Todos portaran mi marca, incluyendo a cualquier humano que conviertas en vampiro—declaró mientras caminaba a la salida—. Serás libre por el momento.

—¿Y como puedo asegurarme que cumplirás?

—Yo me encargo de que así sea. Te lo prometo.

Karlheinz, quien en la desesperación de liberarse de las ataduras que en un principio el mismo creó, ahora ofrecía en bandeja de plata a sus futuros hijos, su sangre, al mismisimo demonio.

𝐄𝐋 𝐓𝐑𝐀𝐓𝐎 | 𝐃𝐋Donde viven las historias. Descúbrelo ahora