Era lunes 1 de febrero y todos los alumnos de secundaria, en vez de ir de uniforme, iban con ropa de calle para la excursión que tenían ese día. Saúl llegó corriendo y se dirigió a la columna, al lado de secretaría, para hablar con sus amigos.
-¡Por fin tenemos una excursión después de tantos exámenes! -exclamó Saúl.
-Y lo mejor de todo, es que ¡vamos a poder jugar a paintball! -dijo alegremente Mario, mientras se acercaba a saludar.
Siguieron hablando sobre lo que iban a hacer ese día, hasta que sonó el timbre, y se dirigieron a clase. Ellos tenían su sitio al fondo de la clase, al lado de Héctor, el chico más listo del curso. Tenía el pelo moreno y rizado, una forma física atlética, y era un fanático de la medicina.
-Por fin nos vamos a divertir de una vez -dijo Mario mientras se quitaba la visera que llevaba encima de su pelo pelirrojo.
Héctor se acercó al grupo y les dijo: -Pero hay que tener mucho cuidado con la pintura, si no os protegéis bien, puede haber graves consecuencias.
-Cállate y diviértete -dijo Mario interrumpiendo la conversación-. Por una vez que hacemos algo divertido, hay que relajarse.
D.Ignacio, el encargado de curso de 4º A y profesor de lengua, entró en clase para calmar a los alumnos y en la otra clase hizo lo mismo D.Fidel, encargado de curso de 4º B y profesor de física y química.
-En unos minutos iremos al autobús -dijo D.Ignacio, mientras todos los alumnos se sentaban en sus respectivos pupitres-. Tenéis que tener muy en cuenta la estrictas medidas de seguridad en el autobús, acordaos siempre del cinturón. Y si alguien se marea, que me avise.
Saúl levantó la mano para avisar de sus mareos en los viajes, al igual que uno de los alumnos de la primera fila, Erik. Unos minutos después salieron las dos clases y se dirigieron al autobús. Tenían un autobús de dos plantas, aunque en la primera solamente entraban 3 personas, el conductor y dos profesores. Primero entraron Saúl y Erik, y de la otra clase: Ian y Quique. En la planta de arriba tenían unas vistas increíbles y los que se sentaban en la primera fila podían ver la carretera perfectamente, para no marearse.
El viaje comenzó tranquilamente, y pudieron llegar hasta el campo de paintball sin ningún contratiempo. Estuvieron allí varias horas, comieron, y dieron un paseo por un sendero que había cerca, pero tuvieron que volver rápidamente porque el tiempo les fue en su contra. Al llegar al autobús todos se sentaron en sus respectivos sitios. La lluvia golpeaba fuertemente en los cristales, y la luz se fue yendo poco a poco, volviéndose el cielo nublado y negro. El autobús seguía su trayecto con precaución, hasta que llegaron a una montaña bastante elevada. La lluvia, se convirtió en nieve y el camino cada vez era más difícil de proseguir.
D.Ignacio subió a la planta en la que se encontraban todos los alumnos y les dio un aviso: -Como os conozco muy bien, sé que la mayoría de vosotros no lleva puesto el cinturón, así que por favor, hacedme caso ahora que estamos en estas condiciones de clima, y cualquier área puede hacer que nos estrellemos.
Esa advertencia no tardó mucho en hacerse realidad. El camino cada vez era más resbaladizo, y lo único que se podía ver era el blanco de la nieve. El conductor intentó parar, ya que no se podía conducir en esas condiciones, pero no se dio cuenta, de que se dirigía hacia un barranco y una pequeña placa de hielo, hizo que el autobús se resbalara y fuera directamente por el barranco. Los frenos no funcionaban en esas condiciones, entre la empinación y las capas de hielo, no había forma de que el autobús pudiera parar y dio varias vueltas de campana, hasta quedarse de lado al llegar abajo.
Todos los cristales se habían roto y los dos profesores fueron a ver cómo se encontraban los alumnos, y vieron como los de la primera fila estaban llenos de cristales rotos y muertos. Siguieron por el pasillo, había alguna persona inconsciente y otras dañadas por los cristales, pero seguían vivos. Pidieron ayuda a Héctor, ya que sabía mucho de medicina. Se soltó el cinturón y se dirigió a los alumnos de la primera fila, pero sin embargo, él no pudo hacer nada, ya estaban muertos y no podía revivirlos. Se dirigió a la planta baja para pedirle al conductor su botiquín, y allí descubrió lo que le había ocurrido. El conductor seguía vivo, pero llevaba un gran trozo de cristal, que le había rajado una gran parte del brazo. Le indicó la ubicación del botiquín y comenzó a curarle.
Primero le iba a quitar el cristal incrustado en el brazo y dijo: -Esto va a doler un poco -. Al fin consiguió sacarlo, pero la herida comenzó a echar sangre en abundancia e intentó taponar la herida con unas gasas. Las gasas tuvieron un color rojo en cuestión de segundos, así que puso varias capas más. En la tercera, la herida parecía haber dejado de sangrar, y no se lo podía creer. Quitó una capa y vio que no salía más sangre. La siguiente tenía un poco más, pero no tenía suficiente como para ser una herida tan grande. La última capa era la más ensangrentada, pero al quitarla, no pudo creer lo que veían sus ojos.
-Es imposible que la herida haya parado de sangrar, y además ¡ya está cicatrizada!
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Kinesis: El Origen
Ciencia FicciónDespués del maleficio nadie recuerda lo que había pasado anteriormente, excepto un grupo especial. Ese grupo les ayudará a recordar a los demás sus aventuras pasadas y a recuperar sus poderes. ¿Volverán a ver a sus amigos difuntos? ¿Se descubrirá al...