EL INVIERNO ETERNO

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—¡Capitan!— exclamó el explorador tuerto con desdén, desde otro lado de la colina de nieve

—¿Qué es lo que sucede? — gruñó el capitan entre dientes, con la tosca y carraspeante voz que le caracterizaba

—Será mejor que venga a ver esto

—¿Por qué tanto alboroto?... Por todos los dioses, ¿Qué demonios es esto? —dijo el capitán mientras observaba aquella escena con espeluznante curiosidad. Se trataba de unos cinco cadáveres  humanos apilados uno arriba de otro. El horror en sus ojos era veraz, y por mas que trataban de disimularlo, sabían que algo no estaba bien. Si bien el capitán Makur ya había visto morir a varios hombres en los fríos bosques, y también al cadaver de Ugke, el hijo de Igard, muchos de los guerreros ahí presentes, nunca antes habían visto morir a uno de los suyos.

—Supongo que esto debe ser estar muerto— inquirió uno de los muchachos mas joven del grupo

—Vamos holgazanes, dejen de mirar tanto, tenemos una misión que cumplir, luego volveremos con mas hombres para llevarnos estos cuerpos— refunfuñó Makur

—Señor, es que ya no podemos seguir mas, quien sabe que paso con estos sujetos. La noche caerá en cualquier momento sobre nosotros y si no encontramos un refugio antes, moriremos como estos hombres— exclamó con exaltación uno de los exploradores

—Es verdad capitán—agregó otro

—¡Una tormenta de hielo, se avecina desde el norte!— irrumpió otro de los guerreros, que vino corriendo desde arriba de las colinas de nieve. El capitán solamente sonrió con ironía.

—Creo que la edad ya esta haciendo estragos con ustedes. Miren a los mestizos, tienen menos pieles y capas de abrigo que ustedes y no se han quejado en ningun momento, por el contrario, sus fuerzas vitales estan con la misma energia que cuando emprendimos el camino— replicó el capitán

—Recuerde capitán Makur que los mestizos como estos muchachos, tienen fuego en su interior y corre por sus venas— dijo uno de los hombres

—Si, y nosotros lo tenemos por fuera, en estos pesados collares. Los sacerdotes del fuego, hicieron estos amuletos con rocas igneas para nosotros.

Estoy demasiado fastidioso como para seguir escuchándolos, entre sus quejas y el frio que me pela el trasero, es suficiente— exclamó Makur

—Si me permite, yo buscaré algún refugio para pasar la noche, capitán— dijo un joven mestizo. El capitán se volvió hacia él, y lo observó con detenimiento. Aquellos ojos purpura, le transmitian una seguridad inefable, jamas había visto antes a algún hombre con tanta determinación y confianza en si mismo.

—Ve

—Gracias capitán

El joven Arkwol, camino durante largo rato sobre colinas de espesa nieve. Sus pies estaban tiesos, cada paso que daba lo hacia con muchísimo esfuerzo, el viento era tajante como una espada de dos filos acariciando sus blanquecinas mejillas. Una tormenta de hielo se aproximaba con presteza, pero aún en aquella desesperanza no lograba hallar un lugar donde acampar durante la noche. Entre tanto caminar, se tropezó con algo que lo hizo caer al suelo. Se volvió rapidamente para ver de que se trataba. Era un brazo raquítico de un cuerpo que yacia sepultado en el hielo. Arkwol se percató que en ese lugar habían cientos de cuerpos ocultos bajo una espesa capa de nieve. La razón se le nubló y fue victima de un terror instantáneo que lo abordó, se puso en pie como pudo y hecho a correr. Pero a unos veinte metros, pisó una grieta en el suelo que hizo que se quebrara la fina capa de hielo y terminó en una cueva subterránea. El mestizo se desmayó en aquel pozo, quedando boca arriba, contemplando el techo de hielo agrietado, y viendo un gris cielo con minúsculas y blanquecinas partículas de nieve suspendidas en el aire, que finalmente caían sobre su rostro.

El despertar de los hombresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora