CAPÍTULO 2

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ASHTON 

El sonido de la lluvia cayendo sobre el viejo tejado de la casa llenaba toda la habitación mientras se consumía mi cigarro. Mañana temprano debía asegurarme de que la jodida tormenta no lo hubiera dañado más de lo que estaba para evitar goteras graves que necesitaran más dinero del que teníamos. 

La puerta se abrió de golpe y mi hermano Alessandro pasó arrastrando a través de ella. Justo cuando estaba apunto de cerrarla, mi otro hermano, el pequeño Angelo, corrió detrás de él, reflejando el miedo que tenía por los truenos que sonaban a través de los audífonos de sus pequeños oídos.

—Ahora no, Angelo. Déjanos solos. —le ordenó Alessandro enojando, pero sin apartar su oscura mirada de la mía. 

Mi fratellino me miró con sus grandes ojos azules pidiéndome permiso para quedarse. Eso solo sirvió para molestar más a mi otro hermano, que  señalándolo con el dedo volvió a ordenar:—No lo mires a él y me ignores. ¡He dicho que fuera! 

Hizo un puchero que en cualquier otra persona me hubiera dado ganas de arrastrarlo y molerlo a golpes, pero él era mi pequeño cachorro, al que cuidaba con toda mi vida para que ningún hijo de puta le hiciera daño. Daba igual quien fuera. 

Atravesé la habitación hasta arrodillándome frente a él y acaricié su cabecilla rubia que se veía diminuta en comparación con mi callosa mano. Vi cómo sus ojos leían mis labios mientras hablaba. 

—Espérame dentro de la cama que voy en unos minutos. Pero no te quites los audífonos por mucho miedo que tengas. ¿Capisci? 

Asintió con su cabecita y corrió hacia la puerta 

Me giré hacia Alessandro y sin mirarlo, espeté firmemente —: Como vuelvas a gritarle así te rompo la cabeza. 

—Puedes meterte tus amenazas por el culo, cabrón —me empujó—. Estás traficando en mi universidad, en nuestra jodida oportunidad de una vida mejor. ¡Estás vendiendo coca a mis compañeros, Ashton joder! 

Me encogí de hombros. Esos no son tus jodidos compañeros, pienso. 

—Si esos idiotas ricos son una mina de oro no es mi problema. El barrio necesita ese condenado dinero para expandirse y que los salvatruchas no nos quiebren. 

—Pero es que si es mi problema. ¿Ves esta jodida marca en mi cara, hermano? —furioso, señaló el numero dieciocho tatuado en su mejilla izquierda —. ¿A quién crees que van a buscar cuando estalle toda tu basura?

El dieciocho mostraba nuestra conexión con la pandilla y era una declaración aparente de que éramos dieciocheros para toda la vida. La única salida era la muerte. Significaba lealtad, pura y dura.

En mi mente vi a un Alessandro de catorce años pálido y tembloroso hiriendo a un miembro de la pandilla rival, un salvatrucha, para acabar con su iniciación y que todos pudieran ver con quíen se juntaba. Aún podía sentir lo jodidamente orgulloso que estuve de él en ese momento, al demostrar ante mis hermanos que era uno de nosotros.

Esa pandilla había sido mi jodido todo desde los nueve años, cuando gané mi propia marca con Maximiliano Bravo a mi espalda susurrándome que disparara. Mientras la aguja rasgaba mi piel, vi en los ojos de mi padre el orgullo que sentí yo años después con mi hermano. Estoy seguro de que ver a su hijo mayor unirse a la pandilla que encontraba sagrada, a su familia, fue el momento de mayor orgullo de toda su vida.

—¿Qué clase de maldito hermano eres para nosotros, eh? —presionando su dedo en mi pecho, gruñó —. Sabes lo que me ha costado que el entrenador confiara en mí y lo fácil que se puede echar atrás, quitándome la beca. Y encima encuentro la casa llena de homies  que dejaste cuidando de mi hermano de ocho jodidos años mientras cuentan putos fardos de coca. ¿Dónde cojones estabas tu, eh? Porque me queda claro que tampoco estabas visitando a la mamma, a la que llevas sin ir a ver meses. ¡Lo único que te importa es tu puta pandilla y ser la perrita de Salazar!

PECADOS OCULTOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora