ASHTON
—¡Mierda! —exclamó mi amigo Carlos, lanzando su comida al plato —. Esto es una pedazo de mierda. Se creen que pueden llamar taco a un pedazo de pan duro lleno de basura. Putos gringos del carajo.
—Tío, si no te gusta nuestra comida vuélvete a tu país. —contestó Grant, burlándose de él y lanzándole la bolsa de papel marrón en la que guardábamos la comida hecha una bola.
—¡Eh, cabrón! ¡Vuélvete a meter con México y hago picadillo con tus bolas!
Gacho, otro de mis colegas, apareció con una camiseta azul demasiado ancha y unos vaqueros negros rotos y me dio una palmada en la espalda antes de aparcar su culo a nuestro lado con un bocata en la mano.
—¿Se han metido con tu patria, chicano? —se rió.
—¿No lo ves? Está llorando como una marica. —dije divertido.
—Joder, me están entrando ganas de vomitar. Pienso subirle la puta cuota al payaso del puesto la próxima quincena. —gruñó Carlos, zarandeando el taco ofensivamente.
—Que ya nos da la comida gratis, gilipollas —canturreó Grant con sarcasmo —. Pobre miserable.
—Esto no se puede llamar comida. Se la pienso tirar a la cara.
—Deja de ser tan malagradecido, hostia —maldije entre dientes —. Me encargaré personalmente de meterte un tiro en los huevos si te pasas con el tipo.
Carlos decidió no malgastar más el tiempo en discutir conmigo y se llevó las manos a las pelotas para hacer malabares con ellas.
Era un chulo vago de cojones, el típico tío al que nunca querías ver enfadado, que si detectaba que alguien no era legal se encargaba de que volviera a serlo o de que no acabara convirtiéndose en un soplón recurriendo a cualquier método. Sin escrúpulos. Pero en el fondo, era como todos, un pobre tipo con una puta vida de mierda. Se había criado en el mismo vecindario que yo y fue mi amigo antes de que nos iniciáramos en la pandilla, formaba parte de mi familia porque él no disponía de una propia. Su madre se marchó hace años, dejándolo con el indecente de su padre, que cuando no estaba borracho dedicaba su tiempo a pegarle palizas. Yo era de las pocas personas que conocía los abusos que había sufrido en su casa desde que era un niño.
A Grant también lo consideraba parte de mi familia, aunque su personalidad no era tan dura, le daba el mismo miedo involucrarse demasiado con las personas.
Era arrogante y presumido, un ligón empedernido. Era el desprendido, que disfrutaba de todo lo que le rodeaba y que intentaba exprimir al máximo la vida. Un desapegado. Sin embargo, su fachada de tipo indiferente a todo lo que no fuera él mismo, escondía un niño abandonado. Su madre fue una puta que retozó como una perra en celo entre los brazos de todo el barrio, lo que acabó por destruir y ofuscar a su padre hasta convertirlo en alguien completamente taciturno que se suicidó. Tanto Grant como su hermana pequeña acabaron en un hogar de acogida, y tras pasar por numerosas familias conflictivas, él encontró en la pandilla una familia que le dio seguridad y su hermana en la heroína una felicidad que acabó en sobredosis con catorce años.
El mundo nos veía como lacras, como criminales, pero solo éramos gente a la que nunca le había pasado nada bueno en la vida. Yo había sido un niño con las responsabilidades de un hombre, exactamente igual que los tipos que trabajan conmigo.
Estábamos sentados delante de uno de los talleres mecánicos que llevaba la dieciocho para blanquear sus negocios, tirados en el suelo como gañanes mientras tomamos nuestro almuerzo. Eran las cuatro de la tarde y sentía un hambre voraz, porque no habíamos podido descansar antes, ya que la mañana había sido una jodida mierda llena de problemas.
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PECADOS OCULTOS
RomanceLos Ángeles. La guerra entre el FBI y las pandillas ha estallado. A Kate, las pandillas le han destrozado la vida. Mataron a su hermano y obligaron a su padre a mandarla a vivir a Europa por su seguridad. Sin embargo, una tragedia consigue traerla d...