CAPÍTULO 8

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KATE

Sonreí con entusiasmo forzado cuando los fuegos artificiales irrumpieron a todo volumen porque el equipo de nuestra universidad había marcado su tercer gol a tres minutos de la mitad del primer tiempo. Tomé la mano de mi hermana y la agarré con fuerza, buscando su apoyo para soportar la mirada del hombre que me estaba quemando las entrañas.

—Lo está haciendo otra vez. —me susurro Reagan al oído con un tono molesto mientas movía la barbilla hacia atrás, en dirección a Ashton Bravo.

Le había visto mirándome fijamente, con rabia, la mayor parte del partido.

Sentada, con las piernas cruzadas acabando en unos botines de tacón con pedrerías, una larga melena castaña y unos labios muy gruesos pintados de rojo, se encontraba Reagan mirando hacia mí aparentemente inquieta.

Reagan personificaba la antítesis de lo que yo era. 

Era alta, delgada, de proporciones perfectas, con unos pechos que eran cuatro veces los míos y una comodidad con su cuerpo que yo no sentía. Pero no éramos diferentes solo en nuestro aspecto. Ella era extrovertida, soltaba lo primero que cruzaba por su cabeza sin ningún tipo de vergüenza porque fuera inapropiado y tenía la capacidad de dirigir a todo el mundo para que hicieran lo que ella quisiera. En el poco tiempo que la conocía, había comprobado que todos sabían quién era ella y la respetaban como hija del entrenador, pero la adoraban porque tenía la capacidad nata de seducir.

Me recordaba a mi hermana Olivia, sentada a mi otro lado, por lo que no me estaba extrañando nada que hubieran congeniado tan bien. Habíamos venido al partido con el grupo de amigos cercanos de Reagan, que lo componían dos chicas y tres chicos. Rebecca, una simpática pelirroja rizosa que estudiaba periodismo, y la tímida Bianca, estudiante de cuarto de medicina. Dos de los chicos eran mellizos, Connor y Nicholas, que compartían hasta la carrera de matemáticas, y el divertido Mike que por lo que me había dicho, era un friki de la informática.

Me quedé inmóvil ante las palabras de Reagan y me encontré atraída a mirar al banco de Ashton. Mis manos temblaron cuando sus entrecerrados ojos marrones conectaron con los míos. Era más grande, imponente y musculoso de lo que recordaba. Igual influía el pequeñín rubito que tenía sentado a su lado y que no paraba de parlotear emocionado con él. ¿Sería el hermano pequeño del que el FBI carecía de información?

—Enserio, ¿por qué el Conde se ve como si quisiera matarte? ¿Lo conoces, Kate?

—¿El Conde?

Sabía que ese era su alias dentro del mundo de las pandillas, pero no me imaginaba que fuera conocido fuera de allí. Si lo era, entendía entonces que no era casualidad la manera que tenía todo el mundo de mirar hacía él. Era el miedo y la amenaza encarnados.

—Sí. Así lo llaman. ¿Has oído hablar de la pandilla Barrio 18?

—La he visto en las noticias por tiroteos con más bandas callejeras, tráfico de drogas y todas esas cosas.

—Pues el Conde es la esencia de esa pandilla. Hay rumores de que estuvo en un reformatorio unos meses hasta que finalmente se escapó. Es peligroso como el infierno —exclamó con los ojos muy abiertos —. El hermano es el siete del equipo. Mi padre dice que es un buen chico atormentado, que su familia está en serios problemas. No es tan malo como el Conde.

—¿No sabes su nombre?

—Son los hermanos Bravo, pero nadie sabe cómo se llama el mayor. Deberías estar preocupada.

—No me importa si me está mirando. No lo conozco.

Reagan se inclina de nuevo para susurrar entre nosotras.

PECADOS OCULTOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora