CAPÍTULO 12

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KATE

—Sueltas el embrague demasiado rápido y así se te va a calar. Piensa que es el freno del tuyo, cuando arrancas no lo sueltas de golpe, sino poco a poco.

Intenté obedecerle, pero no solamente se me estaba complicando coordinar los pies y las marchas, sino controlar lo nerviosa que me ponía su cercanía y hacer el ridículo. La idea de parecerle tan torpe como me estaba sintiendo yo me sacaba de quicio. Estaba segura de que ya había empezado a sudar.

Comprobé que seguía metida la primera marcha, mantuve el pie sobre el embrague y lo fui soltando poco a poco, aunque el coche avanzó ligeramente a trompicones.

—Pero antes de soltar del todo el embrague, pisa un poco el acelerador. Tienes que mantenerlo hasta que lo sientas.

—Pero es que yo no siento nada. —dije frustrada.

—Sí que lo sientes, no te pongas nerviosa —apoyó su mano derecha en el salpicadero para sujetarse e insistió —. Venga. Otra vez.

Volví a intentarlo, pero cuando pensé que iba a salirme, el coche se caló.

No soportaba la sensación de fracaso y era justamente lo que sentía en ese momento. Inútil e inservible. Un arrebato de rabia me invadió.

—¿Podemos parar ya? No lo voy a saber hacer nunca y tampoco me hace falta.

—Hazlo de nuevo, pero acelera un poco más antes de soltar el pie izquierdo.

—Estoy harta.

—No vamos a movernos de aquí hasta que lo consigas. Así que mueve ese jodido culo presumido y obedece.

—Te estoy obedeciendo y no aún así lo estoy haciendo fatal.

—Si te está saliendo fatal es porque no me estás obedeciendo bien. Debes soltar el embrague más despacio y acelerar con cuidado, pero sin tanto miedo. Tómatelo con calma que no tenemos ninguna prisa.

No sonaba enfadado, ni frustrado como yo. Sus indicaciones no eran las de un hombre a punto de darse por vencido ante tanta torpeza, sino que me trataba con una tranquilidad y paciencia que no iba mucho con su personalidad y la persona que me había mostrado hasta el momento. Me estaba intentando hacer sentir cómoda, así que intente concentrarme en hacerlo bien para devolvérselo y no decepcionarlo.

Su coche avanzó con suavidad está vez y al coger un poco de velocidad, volví a pisar el embrague para meter la segunda marcha. Puede que la palanca estuviese demasiado dura o que yo fuera tan torpe que ni moverla se me diese bien, pero se me resistió mientras el motor del coche rugía pidiendo auxilio.

—Siempre pisa el embrague hasta el fondo o te lo cargarás y no cambiará como es debido.

Obedecí, pero de repente el coche volvió a calarse.

—Has metido cuarta.

Lloriqueé. 

—Lo siento, esto se me da muy mal. —susurré frustrada, haciendo un puchero inconscientemente.

—No pasa nada. Venga, yo te ayudo.

Respiré profundamente y repetí el mismo proceso de las anteriores cincuenta veces que había fracasado, pero esta vez él puso su mano sobre la mía más femenina y pequeña. Me hizo abrir los dedos para entrelazarlos con los suyos, de la misma manera que lo hizo aquella noche, y los cerró para mantener su mano pegada a la mía y ayudarme a deslizar la palanca de cambios.

Sentir su mano grande y áspera me hizo revolverme en mi asiento. Era la mano de un trabajador, con la dureza que da pasarse horas haciendo algún oficio manual y no sentado en un despacho. Eso me hizo preguntarme si traficar con drogas no era lo único que hacía, pero me pareció demasiado íntimo preguntarlo.

PECADOS OCULTOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora