''La venganza no es la solución''

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— Te lo advertí y no me hiciste caso— dijo Bárbara, mirando al Sapo con desprecio y superioridad.

— Suéltalo, Bárbara, suéltalo— trataba de gritar Santos, que estaba amordazado y atado a una columna; pero Bárbara no parecía escucharle.

— Perdóname, Bárbara— le rogaba el Sapo, en cuyos ojos se veía el miedo— Yo sé que no merezco tu piedad, pero Santos tiene razón: esta es tu última oportunidad para salvarte. No me mates, te lo suplico.

— Tú sabes que en eso no te puedo complacer. Tú vas a morir, Sapo— ella lo miraba fijamente, sin titubear y, si las miradas matasen, Humberto Chávez ya llevaría un rato muerto.

— Entonces, si lo vas a hacer que sea rápido ¡pero no me quemes, por favor! ¡No me quemes! ¡Eso es horrible, Bárbara!

— Sí, eso es horrible, como también fue horrible lo que tú y los otros me hicieron cuando era niña, ¿te acuerdas? Yo también grité, supliqué, pero tú no me oíste. Así es la vida. Ahora yo también estoy sorda, sorda de odio.

 Ahora yo también estoy sorda, sorda de odio

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— No, tú no lo harás. Tú en el fondo eres mejor que yo. Tú no me puedes hacer eso— el Sapo trataba de apelar a la compasión de Bárbara, pero esta permanecía impasible, para desgracia de Santos. Este tenía que hacer algo para evitar que Bárbara lo matara, tenía que evitar que acabara de desgraciar su vida, tenía que evitar que se condenase. Haciendo un esfuerzo sobrehumano, comenzó a soltarse las manos de su amarre, sin que Bárbara ni el Sapo se dieran cuenta.

— No, Sapo. Yo soy peor que tú, yo soy Bárbara Guaimarán, soy peor que el demonio— al decir esto el Sapo se estremeció y Santos pudo soltarse finalmente— Soy la venganza en persona, no lo olvides.

En ese momento, Bárbara sacó el encendedor y lo prendió, mostrándole la llama al Sapo mientras le miraba con odio y este se acongojaba. Justo cuando estaba a punto de dejar caer el mechero para que el Sapo ardiera en el infierno, Santos se abalanzó sobre ella y le arrebató el mechero, mientras ella lo miraba furiosa.

— ¿Qué haces, maldito imbécil? ¡Devuélvemelo!— le gritaba Bárbara.

— No, Bárbara, tú no lo vas a hacer.

— ¡Tú no te lo vas a impedir! Maldito, deja de creerte con derechos, ¡tú no eres nada mío! Tú vas a darme ese mechero como que me llamo Bárbara Guaimarán— le gritaba ella, fuera de sí, mientras sacaba su pistola y le apuntaba al pecho— Te juro que si no me lo das, te mato a ti también.

— Adelante, mátame— dijo Santos con confianza, abriendo las manos— Pero no te voy a dar ese mechero. No quiero ser cómplice de cómo desgracias tu vida, Bárbara.

— Tú no sabes nada. Él desgració mi vida cuando me violó— señaló al Sapo, sin dejar de apuntar a Santos— Tengo que matarle, tengo que vengarme de él. Quiero que arda, que sufra como yo sufrí.

— No, Bárbara, la venganza no es la solución. Solo genera más odio.

— Eso Barbarita, la venganza no te lleva a ningún sitio— dijo el Sapo y Bárbara se giró hacia él, apuntándole con el arma.

— Tú te callas, infeliz, si no quieres que te corte la lengua.

Santos aprovechó que Bárbara había dejado de apuntarle, para coger una piedra que había allí y golpear a la castaña en la cabeza, haciendo que esta cayera inconsciente.

— Gracias, Santos. Ya sabía que eras un buen hombre— le dijo el Sapo, mientras le extendía las manos para que le soltara.

— De eso nada— le dijo mientras cargaba a Bárbara— Yo no te voy a soltar. La policía va a venir y tú vas a pagar por lo que le hiciste a la mujer que amo— ambos se sorprendieron al oír eso, puesto que Santos no lograba comprender por qué lo había dicho.

— Fíjate que yo creía que a quien amabas era a su hijita, pero quién te culpa, Barbarita está muy bonita, mucho más que su hija. Nosotros nos divertimos mucho con ella, así que te la llevas usadita ya.

— ¡Desgraciado!— Santos tomó la piedra con la que había golpeado a Bárbara y le golpeó a él también. Entonces reparó en el mechero que había en el suelo, a escasos centímetros de sus pies y pensó en cogerlo, se sintió tentado a cogerlo, puesto que él también quería que ese violador muriera de una forma dolorosa. Sin embargo, Santos se contuvo, pues hacer eso estaba en contra de sus valores.

Salió de allí con Bárbara en brazos y subió al caballo con ella, para llegar al puerto y tomar ambos un bongo con destino a San Fernando, para después poner rumbo a la capital.



Doña Bárbara II: Verdades como puñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora