De cero

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Santos:
Después de esa llamada que me alegró el día, bajé al sótano a ver a Bárbara. La había llevado allí porque tenerla atada a la cama me parecía inhumano, así que acomodé la bodega con una televisión, un mini fridge, una cama y algunos sofás. Un pequeño espacio para que su 'cautiverio' no fuera tan horrible, dentro de lo malo.
Abrí la puerta con decisión, llevando una bandeja de dulces, a ver si le endulzaban un poquito la vida a Bárbara y le hiciera más fácil aceptar esta resolución.
— Buenos días, Bárbara— anuncié pero ella ni me miró, permaneció con la vista fija en la pared— Te he traído esto.
Entonces ella dirigió lentamente su mirada hacia mí, se levantó, cogió la caja y me miró a los ojos.
— Santos, ¿ya puedo salir de aquí? De verdad aprecio lo que haces, pero no soporto estar encerrada, ¡siento que me ahogo!
— La policía te sigue buscando, tú sabes que no es seguro salir—Tuve que mentirle y decirle que la policía había estado preguntando por ella en el barrio para evitar que tratara de escaparse, pero su paciencia comenzaba a colmarse.
— Santos, no me importa, quiero irme. ¡No aguanto más! Además, que son unos estúpidos policías para doña Bárbara? Lidiaré con ellos a mi modo, como lidio con Pernalete y el resto de idiotas.
— Estos no son iguales, ni todo el oro del mundo impedirá que te encierren de por vida. No los puedes sobornar porque ya son corruptos. Mira, Bárbara, no quería decirte nada para no preocuparte, pero ayer estuvieron aquí y querían pasar a registrar la casa. Logré que se fueran porque no traían una orden de registro, pero pueden volver en cualquier momento.—Entonces Bárbara apretó los puños y se levantó decidida, por lo que me levanté a frenarla.
— Santos, me voy. Si la policía me quiere, que me tengan, pero no voy a permitir que caigas conmigo— dijo impasible.
— ¿Te... Te vas a entregar?
— No me queda otra opción— yo vi en sus ojos que estaba abatida— Si en realidad me lo merezco. Será mi penitencia por todo el daño que hice, aunque en muchos casos no me arrepiento, yo sé que es necesario que pague. A todo cerdo le llega su San Martín.
— Tú no eres ningún cerdo, Bárbara. Quizá tus métodos no fueron los más ortodoxos, pero estabas muy dolida, es normal— dije eso para calmarla, porque por supuesto que yo no pensaba eso, ¿verdad? Sí, claro que sí. No era excusa, ella había matado y torturado, pero por alguna razón no podía dejar que se quedara atrapada en su propia tela de araña, básicamente porque eso habría dañado profundamente mi relación con Marisela, al fin y al cabo, Bárbara es su madre.
— ¿de verdad? ¿En serio crees eso?— me preguntó mirándome con sus brillantes ojos azules inundados de lágrimas que luchaban por no caer, partiéndome el alma en mil pedazos. Le cogí la mano para tranquilizarla, y sin darme cuenta la empecé a acariciar.
— Claro que sí, Bárbara. Me ha costado darme cuenta de que fui un idiota, tú tenías derecho a vengarte, lo que ellos te hicieron fue inhumano...— antes de que acabara la frase ella se levantó y se lanzó a mis brazos, abrazándome con fuerza. Pasamos varios minutos abrazados, en los que volví a sentir que tocaba el cielo, inspirando el dulce aroma que desprendía su pelo y sintiendo su piel de terciopelo junto a la mía. Podía haber estado así toda la vida. Era obvio que aún sentía algo por ella, pero todos sus crímenes, todas sus mentiras y todos sus engaños eran un abismo que nos separaba. Además, estaba Marisela, yo también la amaba y ella era pura y buena, era como comparar una selva virgen con un bosque quemado, al que le costaría volver a sanar y que necesitaría mucho amor y perdón para hacerlo. Pero yo me decanté por el camino fácil.
— He encontrado una casa en España, en Madrid. Allí podrás empezar una vida nueva, lejos de todo esto...— le dije una vez que nos separamos, mientras le secaba las escasas lágrimas que corrían por sus mejillas.
— Está bien...— se limitó a decir Bárbara y no pude sentirme más feliz.
— ¿Es en serio?
— Sí, Santos. Vámonos a España— esta vez fui yo el que la abracé con fuerza, pero ella se separó y me miró entre preocupada y temerosa— pero... ¿Y Marisela?
— ¿Marisela?
— Sí, ella es tu novia, ¿no?
— La verdad es que lo dejamos, me di cuenta de que no la amaba tanto como creía— Eso era una mentira (o eso pensaba yo) para que no se preocupara o se sintiera culpable por huir con el novio de su hija (si es que existía la remota posibilidad de que eso le importara) Pero en vez de calmarla, se enfadó. ¿Quién entendía a las mujeres?
— Eso no cambia las cosas— se limitó a decir con frialdad y yo la mire confundido y sí, también algo dolido, sí. Pero no me quedó otra que aceptar y marcharme cuando ella me pidió que la dejara sola.
— Está bien, iré a preparalo todo, mañana de madrugada salimos— le digo antes de irme y ella asiente, pero me parece ver un atisbo de sonrisa. En el fondo estaba ilusionada por el viaje y lo sabía.
Bárbara
Desperté con unos toquecitos de Santos en mi brazo.
— Buenos días, Bárbara— me dice cuando abro los ojos y contemplo su apuesto rostro. He de admitir que echaba de menos que su cara fuera lo primero que viera al despertar, pero obviamente no se lo iba a decir— Arréglate, en una hora nos vamos al aeropuerto. Enseguida te bajo el desayuno.
Pude sentir que estaba emocionado y eso me emocionaba a mí también. Me acordé de aquel viaje que hicimos juntos a la capital por primera vez, en el que el medio se mezclaba con la emoción y los nervios. El viaje que haríamos ese día me producía los mismos sentimientos, pero a gran escala. Y por suerte, como aquella vez, Santos estaba a mi lado.
Me levanté de la cama y miré por la ventana: aún no había amanecido. Miré la ropa que me había dejado Santos en la silla y me la puse. Era otra vez, un vestido de los años cincuenta o sesenta a lo sumo, seguramente de su madre. Tenía que admitir que no era a lo que estaba acostumbrada, pero me gustaba. Era más femenino de lo habitual y también más sobrio y elegante, pero me gustaba, mucho.

Como había dicho, Santos bajó con el desayuno a los pocos minutos y vi cómo trataba de disimular una sonrisa al verme

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Como había dicho, Santos bajó con el desayuno a los pocos minutos y vi cómo trataba de disimular una sonrisa al verme. Conocía esa sonrisa, era aquella sonrisa de aprobación que indicaba que le gustaba lo que veía y yo también me sonroje un poco. No pude evitar entristecerme pensando, ¿cómo pudimos pasar de tener confianza a esa situación en la que parecía que acabábamos de conocernos? Era como dar mil pasos atrás, pero, ¿lograríamos empezar de cero?
Un rato después, Santos y yo ya estábamos en el coche camino al aeropuerto y mis nervios iban in crescendo.
— ¿Estás nerviosa?— me dijo cuando estábamos a punto de embarcar.
— No, para nada— respondí secamente y desvié la mirada.
Sin embargo, Santos me cogió la mano para darme seguridad. Aún me asombro al darme cuenta de lo fácil que puede leerme, es como si para él fuera transparente.
Nos subimos al avión y buscamos nuestro sitio. De pronto, todo empezó a temblar y temí por mi vida, pero Santos me apretó la mano con más fuerza.
— Tranquila, es normal— me susurró al oído y me estremecí.
No recuerdo que pasó después de eso, debieron de empezar a hacerme efecto esos somníferos que me tomé antes de salir de casa. Desperté cuando ya quedaba un poco menos de la mitad del vuelo y justo sobre volábamos el inmenso océano Atlántico. En mitad del avión había una pequeña pantalla que Santos miraba fijamente. Sin embargo, solo se veía a las personas moverse. Hice lo mismo que él y traté de mirar la película, pero no podía concentrarme sin oír sus voces.
— ¿cómo sabes lo que están diciendo?— le pregunté intrigada cuando vi que se reía.
— ¿qué?— preguntó extrañado y entonces cayó en la cuenta— Ahh, es que necesitas unos cascos como estos que tienes que enchufar.
— ¿y yo no tengo cascos de esos?
— Mmm, déjame ver— se acercó mucho a mí, hasta el punto de que casi estaba subido encima de mí y yo me puse muy nerviosa, sin saber por qué— Aquí están. Cógelos si puedes.
Alejó el brazo y tuve que usar todas mis fuerzas para intentar quitárselos, mientras él solo se reía.
— Si hubieras tomado más leche de pequeña, ahora no serías tan bajita y podrías recuperar tus auriculares— dijo en broma. Le gustaba hacerme de rabiar.
—¿Pasta o pollo?— nos preguntó la azafata, haciendo que dejáramos nuestro juego.
— Pasta— dijo Santos.
— Pollo— respondí yo.
— Muy bien, en seguida les traeremos la comida— anunció ella— Hacen muy buena pareja.
— Gra...— comenzó a decir Santos. ¿Qué estaba haciendo? Después de todo lo que me había hecho sufrir no se si esperaba que volviera a sus brazos como si nada hubiera pasado. En algún momento volvería, pues era débil, pero en ese momento éramos de todo menos una pareja y así sentí que se lo debía hacer saber a la azafata.
— No, no somos pareja. De hecho, él estuvo hasta hace un par de semanas con mi hija.
— Vaya... Eh, lo siento— se fue de allí la joven, avergonzada.
— ¿Por qué le has dicho eso, Bárbara?— me increpó Santos.
— ¿Acaso no es la verdad?— dije y él solo me miró. Supe que mi comentario le había dolido, pero era la verdad, tenía que aguantarse con lo que hizo.
— Toma los cascos, se enchufan aquí para inglés y aquí para español. La película se llama Annie— me dijo antes de cerrar los ojos e ignorarme el resto del camino.

Doña Bárbara II: Verdades como puñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora