Celos

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Santos:

No, Bárbara no podía estar muerta. Había pasado por montones de cosas mucho peores y siempre se había repuesto. Un pequeño golpecito en la cabeza no podía matarla, ¿o sí? Lentamente me acerqué a ella y le tomé el pulso. Por suerte, sí tenía. Al acercarme tanto aspiré su fragancia, miré sus carnosos labios y... ''No, Santos, ¿estás enfermo o qué?'' me dije a mí mismo puesto que no lograba entenderlo, aun en ese estado me atraía mucho más que cualquier otra me había atraído nunca.

Aunque me había quedado más tranquilo al saber que aún respiraba, seguía preocupado por que no despertara. Tenía que verla un médico, ¿pero quién? Bárbara estaba en busca y captura por la policía, si la llevaba a cualquier hospital sería como entregársela en bandeja de plata. De pronto, me acordé de mi amigo Tomás Palacios, quien dejó la carrera de Derecho para convertirse en médico. Sin ninguna duda, decidí llamarle. Sabía que me ayudaría sin hacer demasiadas preguntas y eso era lo que más me importaba y así fue, se comprometió a venir lo más pronto posible y, en menos de una hora, ya estaba en mi casa. Desaté a Bárbara para que no sospechara y bajé a recibirle.

— ¡Santos, hermano!— me dijo mientras me daba una palmadita en la espalda a modo de saludo— ¿Qué tal todo? ¿Cuál es esa emergencia que me contabas por teléfono? ¿Estás bien?

— Sí, yo estoy bien, pero mi... Bárbara se dio un golpe en la cabeza y está inconsciente en mi habitación...

— Llévame hasta ella. Voy a revisarla.

Llegamos a la habitación  y observé cómo se acercaba a Bárbara

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Llegamos a la habitación y observé cómo se acercaba a Bárbara. Observé cómo la miraba, pareciera que se la quería comer. ''Son imaginaciones tuyas, Santos, tranquilo'' ¿Estaba celoso? Si yo ya no sentía nada por ella, ¡era ridículo! Pero Tomás siempre había tenido fama de mujeriego y no quería, no toleraría que le hiciera daño. Él abrió su maletín y sacó un pequeño botecito que colocó bajo la nariz de Bárbara. Al momento, esta comenzó a abrir los ojos.

— ¿Dond... Dónde estoy? ¿Qué ha pasado?— dijo ella lentamente. Era obvio que estaba aturdida y me volví a sentir culpable. Tomás me miró y Bárbara hizo lo mismo, puesto que yo era el único capaz de responder a esa pregunta. Por alguna razón, me quedé en silencio, no me atreví a decir nada en ese momento y Bárbara comenzó a desesperarse y se llevó la mano a la cabeza, haciendo un gesto de dolor.

— Por favor, señorita, no se altere. Usted se dio un fuerte golpe en la cabeza. ¿Recuerda cómo se llama?

— Por supuesto que sí, yo soy Doña Bárbara— dijo con altanería y me sorprendió que hasta en esos momentos se mostrara fuerte— ¿Qué hago aquí? ¡Le exijo que me lo diga!

— Señorita, ya le he dicho que no se altere. Tengo que revisarla.

— Usted no me va a poner una mano encima hasta que no me diga qué hago aquí.

— Bárbara, por favor— intervine yo, ya que la conocía y sabía lo terca que era— Deja que el doctor te revise y luego hablamos tú y yo tranquilamente y te lo explico todo.

Doña Bárbara II: Verdades como puñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora