Capítulo 1: La secretaria y el contador

1.3K 44 4
                                    

Hoy en el Distrito Capital, siendo las siete y media de la mañana, tendremos un clima templado, es mejor que tomen sus previsiones y nos preparemos para que llueva en cualquier mome

-Oye estaba escuchándola granuja-. Reprendí con una sonrisa a la preciosa muchacha de cabellos dorados sentada en el asiento de copiloto, quien llevaba rato jugando con la emisora.

-Pero que mentirosa eres bruja, mira esta es buena-. Respondió en su asiento al mismo tiempo que me iluminaba con una sonrisa y la preciosa voz de Alejandro Fernández comenzaba a inundar el auto.

Nuestro amor es así, y al hacerlo tu y yo todo es más bonito...

-¿Ves que es mejor que el clima, mamá?-. Volvió a decir sonriente mi preciosa hija,  fijando de nuevo la vista en su Smartphone.

-Si, está buena-. Respondí intentando sonar despreocupada, fijando nuevamente la mirada al tráfico matutino. 

Cuando nos abrazamos, tantas cosas sentimos...

-Pero si te vuelves loca por Alejandro mamá ¡Eres la peor!-. Gritó indignada, al mismo tiempo que se llevaba una mano al pecho dramáticamente.- Además, no te dije pero ese nuevo color chocolate en tu cabello hace que resalten tus ojos, te ves... caliente-. Dijo con una risita pícara mientras mi guiñaba un ojo. 

Un encuentro perfecto, entre el tuyo y mi pecho nuestra ropa no va...

- A ver Melisa ¿Pero por que mi niñita que supongo es "inocente" usa esa palabra?-. Volteé a mirarla con una ceja enarcada y allí estaba, el perfecto reflejo de su padre, una carita tierna y blanca como una hoja, adornada con unas mejillas rosadas,  lacio y dorado cabello que caía hasta su cintura, un hermoso cuerpo perfeccionado por el ballet  que practicaba desde sus cinco años y encima esos preciosos ojos, que eran lo único que tenía de mí, un color verde oliva que le daban una mirada mortal. Definitivamente tenía una preciosa hija, corrijo, una preciosa hija adulta universitaria.

Había olvidado por completo lo increíblemente alborotadas que se vuelven las hormonas a los dieciocho años, e incluso mucho antes como a mí, Clarisa Bustamante. Salí embarazada de Melisa un poco antes de cumplir mis quince años, en ese entonces yo estaba enamorada de un muchacho bastante mayor de mi barrio, llamado Eric Zabaleta. Él estaba por cumplir los veintidós y era lo suficientemente atractivo como para convencerme de tener sexo con él. Evidentemente no reconoció la paternidad y decidí patearlo fuera de mi vida sin mendigarle ni una vez. Recibí mucha ayuda por parte de mis padres,  aunque perdí un año escolar. Difícilmente, logré llevar una vida con mi bebé a esa prematura edad, pero a mis dieciocho años me gradué del colegio e inmediatamente me dediqué a trabajar. 

Desde que nació, Mel siempre fue una niña muy inocente y me negué rotundamente a la posibilidad de salir con alguien y que por ningún motivo ella tampoco lo hiciera. Actualmente soy la secretaria principal del Juez Juan Burgos, un amigo muy preciado y gracias a ello, logré reunir lo suficiente para mantenernos a ambas y poder costear ahora los estudios universitarios de ella, que casualmente iniciaban hoy en la Universidad Central. Melisa quiere ser contadora.

-¿A qué hora llegaremos a la universidad?-. Se quejó Melisa desde su asiento al mismo tiempo que se retorcía con impaciencia y golpeaba con sus botas el suelo del auto.

Adoraba contemplar cada gesto de ella, era absolutamente la luz de mis ojos, por ello me encuentro absolutamente aterrada a la idea de que conozca algún hijo de puta que le haga daño, la embarace o la deje. Había evitado cualquier tipo de contactos masculino hacia ella, por ello termine inscribiéndola en un colegio sólo de mujeres pero ahora sucedería lo inevitable, no podría evitarlo, ahora estaría en la universidad y definitivamente allí habrán miles de muchachos que se fijarán en semejante belleza. Se me revolvía el estómago de sólo pensarlo.

Cansada de ser yo (+18 Adulto)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora