16-Calosfríos

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Él no pronunció una palabra, su mirada estuvo puesta en la nada por horas, su expresión no cambió, su respiración no se aceleró

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Él no pronunció una palabra, su mirada estuvo puesta en la nada por horas, su expresión no cambió, su respiración no se aceleró. Le estaba costando más tiempo del necesario aceptar su inminente derrota.

Una vez que lo hubiera procesado todo desaparecería, su sistema se formatearía, quedaría en blanco, vacío.

Él conocía el secreto.

Miró pasivamente el horizonte lo que restó de la tarde, cuando los rayos del sol se hicieron tenues, finalmente se colocó de pie. Sus ropas estaban manchadas de sucio y carbón al igual que su rostro y cabello, era la viva imagen de un soldado que había perdido la guerra.

Ella no quería hablar, pero finalmente lo hizo.

—¿Te irás?

Él no respondió.

—¿No crees que deberíamos enterrar sus cuerpos al menos?

Él siguió avanzando con pasos lentos y renegados hasta la salida.

—Ian —Mel pronunció su nombre sin motivo, en el fondo deseaba que se detuviera.

Pero él no lo hizo.

Como quién se adapta a ver películas de terror, las escenas se repiten una y otra vez hasta llegar un punto en el que te das cuenta de que nada de ello es real, que es una farsa y te engañan. Efectos especiales, sangre comestible de miel y colorante rojo, maquillaje, mucho maquillaje. Se pierde el sentido, la magia se esfuma, una vez que sabes los secretos, una vez que caes en la monotonía, una vez que te adaptas a presenciar escenas macabras, lo empiezas a considerar normal.

Ya no te causa miedo.

Te has familiarizado lo suficientemente con ello y...

Te has vuelto inmune.

Sus voces resonaban en su cabeza con una claridad aturdidora.

Ian.

Las risas de los niños.

Ian.

Las historias de los ancianos.

Ian, Ian, Ian.

Mariya, Vera, Máxim, Lenin...

Todos muertos.

Sabía que a partir de ese momento ya nada podría ser igual, la sangre artificial que corría por sus venas era una mezcla de oscuros componentes que lo mantenían con vida y entre ellos estaba el odio. Moléculas perfectas, glóbulos violetas y grises, odio, desprecio, rencor. Los había obviado por algunos instantes, pero seguían allí, paseándose por sus entrañas, llenando cada fibra de su ser.

Oh.

Qué bien olía el perfume glorioso de los cuerpos calcinados.

Que grandioso sería si una bala fragmentaria traspasara el cráneo de un Vigilante.

SOLITARIOS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora