A medida que va pasando el tiempo y continuamos avanzando, las pantorrillas me arden y me falta el aire. ¿Será la falta de costumbre? Nunca fui muy apasionada por el deporte, y estas son las consecuencias. Incluso se me han cansado los brazos de tenerlos doblados a mis costados. Ahmad se ha dado cuenta de que tardamos aproximadamente un minuto en dar cada vuelta.
¿Hace cuánto tiempo estamos corriendo? Parecen unos siete minutos, quizá un poco más. Cuando le pregunto a Ahmad, que tiene reloj, me dice:
-Cuatro minutos.
-¿Qué? -protesto, indignada. Sin embargo no dejo de mover mis piernas.
Él asiente con la cabeza y aumenta la velocidad, dejándome atrás. Dobla hacia la izquierda para completar la vuelta. Las cosas parecen mucho más fáciles para él. Corre de una manera que lo hace parecer liviano, y ni siquiera abre la boca para tratar de absorber más aire. Supongo que para Ahmad correr es parte de su rutina.
-¿Te ejercitas mucho? -le pregunto, corriendo más deprisa para llegar a su lado, aunque me cueste tanto y tenga ganas de tirarme al suelo. Avur, Thaiss y Gutten no van en grupo, corren por separado rápidamente.
-De vez en cuando -responde él, mirando el piso-. En realidad no es algo que me guste excesivamente, pero debía hacerlo cada vez que...
Se detiene mientras doblamos en la curva del patio. Suspira. Creo que nota que lo estoy mirando fijamente, así que debe de sentirse incómodo. ¿Cada vez que qué?
-Cuando a mi abuela le agarraban sus típicos ataques de locura, yo debía correr hasta la casa de mis tíos, que quedaba a nueve cuadras de la mía -me explica, cabizbajo. Me quedo mirándolo hasta que debo apartar la mirada si no quiero tropezar con una piedra y caerme. Como soy tan inexperta en esto y no sé que decir en situaciones así, le pregunto:
-¿Tu abuela era loca?
Ahmad cierra los ojos un par de segundos y vuelve a abrirlos.
-Lo es. Sattia, ¿tú sabes lo que es vivir con alguien desequilibrado? -me interroga, haciendo una mueca.
-No -me sincero-. Pero sí sé lo que es vivir con el estómago completamente vacío.
-Lo sé, y lamento que haya sido así -dice Ahmad-. Pero convivir con un trastornado no es nada fácil.
-¿Por qué debías ir con tus tíos cada vez que tu abuela enloquecía? -le pregunto, interesada en el tema.
-Porque ellos son los únicos que pueden tranquilizarla. A mi abuelo ni siquiera lo escucha. Pobre viejo, siempre preocupándose por mí -dice él. Es la primera vez que lo oigo hablar así.
-Pero ¿qué hace cuando le agarra un ataque de ésos?
-Dice incoherencias y grita, grita mucho -me responde Ahmad, mirando el frente-. Un par de veces se encerró en la cocina y no nos dejó entrar. No sabíamos que hacía, si se iba a lastimar o algo. Yo realmente la pasé mal.
Me sobresalto cuando Ahmad dice eso. No lo esperaba, sinceramente, ya que el Agente Nitteme nunca lo mencionó. Puede ser que Ahmad le haya pedido que no lo hiciera, como también puede que Nitteme no esté enterado de esto. De repente, el dolor de la pantorrilla, los brazos y la falta de aire desaparecen. Ahora trato de ponerme en el lugar de un chico que sufre por la pérdida de sus padres y por su abuela loca.
-Ahmad, ¿por qué no la llevan a un manicomio? -me atrevo a preguntarle.
Él suspira de nuevo. Un pitido sale de su reloj, lo que supongo que indica que se han cumplido los diez minutos. Caminamos juntos hacia la sombra y nos sentamos apoyando la espalda en la pared del gimnasio. Tomo una bocanada de aire inmensa antes de intentar regular mi respiración.
-Porque a pesar de todo, es la mujer que se ganó el amor de mi abuelo -me explica mirando el cielo, que está comenzando a nublarse.
-Entiendo. De todos modos, en un manicomio no dejaría de verla. Es decir, se permiten visitas -le recuerdo.
-No es lo mismo -responde Ahmad con frialdad. Sigo con la mirada a mis otros tres compañeros, que todavía siguen corriendo-. A mi abuelo le hace mal, me doy cuenta. Aunque no me lo diga, sé que si alguna vez ve a mi abuela encerrada se volverá loco él mismo.
Quiero seguir preguntándole, preguntarle por qué no vivió con sus tíos, cada cuánto le agarraban los ataques a su abuela, y muchas otras cosas más. Pero no me atrevo. Creo que ya he llegado muy lejos, y es evidente que a Ahmad no le gusta hablar de esto. Como prefiero no decir más, me limito a darle un abrazo. Es extraño. Él no me rodea con sus brazos, y yo sólo lo sostengo del cuello. Las manos se me resbalan en su transpiración, y como veo que este abrazo es inútil, me separo lentamente. Antes de mirar su rostro estaba segura de que no tendríamos contacto visual, pero cuando lo hago, me encuentro con que sus ojos marrones están clavados en mí. Sólo eso. No sonríe ni nada, parece que se conforma con mirarme. Pestañea, y es ahí cuando me fijo en la maravilla de sus pestañas rubias envolviendo sus ojos.
-Sattia, Ahmad, ¿están ahí? -dice la voz de Ogel. Cuando la conexión entre Ahmad y yo se rompe, alzo la vista y me fijo en que Ogel está parado en la puerta-. Entren.
Me levanto de un salto del suelo. Por un momento pienso en extenderle la mano a Ahmad para ayudarlo a levantarse, pero tardo tanto en decidir que Ahmad ya se puso de pie solo.
Atravesamos la puerta. Donis y Tarah ya se encuentran aquí. Siento la necesidad de saber qué les ha dicho Ogel.
Mientras caminamos hacia un mostrador que no había visto antes, todos menos Ogel se me acercan para poder hablar. Pero cuando lo hacen, las palabras que sueltan son susurros que casi no logro entender.
-¿Qué hay de Nando? -nos pregunta Gutten.
-No lo sé. Pero ¡qué alivio que él no haya estado! -se alegra Avur-. No soportaré un insulto más.
-Ogel dijo que no se entrena aquí -dice Thaiss-. De todos modos, concuerdo con Avur. ¡Tuvimos suerte!
-Oigan, Nando no es la gran cosa -digo, irritada-. ¡No le hagan el favor de tenerle miedo!
-Sí, bueno, es que... ¿A quién le gusta que lo maltraten? -acota Avur, temblando ligeramente.
-No se preocupen. Yo... -empieza Ahmad, pero ya llegamos al mostrador.
Ogel está detrás de éste, escribiendo algo en una pantalla plana táctil. No nos mira y continúa escribiendo, pero dice:
-¿Qué tal?
-Cansador -replica Gutten apoyando un codo en el mostrador, y se acomoda el cabello.
-¿Te gusta el azul? -le pregunta Ogel, moviendo los dedos ágilmente en la pantalla-. Es mi favorito. -Cuando miro a Gutten veo que tiene las mejillas rojas. No sé si es por el ejercicio o por el comentario de Ogel, pero trata de disimular. -Bueno. ¿Quieren un vaso de agua? Se los recomiendo, ya que esta parte del entrenamiento será mucho más agotadora que correr.
-Oh, por Dios -protesta Gutten tirándose al suelo. Ogel da la vuelta al mostrador, la ayuda a levantarse y camina hacia un aparato simple: es un caño alto, y en la punta tiene un caño horizontal cubierto por una especie de cuero negro. Sin embargo, al mirar el piso, veo que hay una plataforma unida a la base del caño.
-Como ven, hay varios de estos aparatos -nos dice, una vez que estamos con él. Compruebo que hay al menos diez de estos caños.
-Lo veo.
-Bien. Presten atención -dice Ogel.
Él se para en la plataforma de espaldas a nosotros, se agarra del caño horizontal y levanta ambas piernas. Está unos segundos así, y luego empieza a hacer fuerza con los brazos, subiendo y bajando. Se suelta del caño, se baja de la plataforma, se sacude las manos y dice:
-Ahmad y Avur, hagan treinta de estos. Mujeres, la mitad.
-¿Treinta? -pregunta Avur, estirando los brazos-. ¿Eso es todo lo que tienes? ¡Apuesto a que puedo más!
Ogel alza las cejas y mira a Avur, reprimiendo una sonrisa.
-Entonces haz cincuenta -dice Ogel de la nada.
Avur se queda mirando a Ogel con la boca abierta, pero sabe que no puede protestar nada.
Entonces, me coloco en un aparato y me posiciono como lo hizo Ogel. A mi derecha, veo que Thaiss toma el caño que está ahí. El de la izquierda queda vacío, ya que los otros tres están detrás mío.
Empiezo a hacer las quince subidas y bajadas. Parece simple, pero es mucho más complicado. Cuando llevo tres, ya tengo ganas de soltarme y sentarme en la plataforma. Sin embargo, continúo forzando a mis brazos. Pienso en que quizá pueda hacer un poco de trampa y hacer menos de quince. Pero me recuerdo que si el señor Darssat nos obligó a hacer estos entrenamientos, es porque es importante. Y cumplo con mi deber de completar las quince.
Thaiss, a mi lado, parece mucho más agitada. Ogel viene corriendo.
-¿Estás bien? -le pregunta, poniendo una mano en su espalda.
-Sí -responde Thaiss parada en la plataforma.
Lo que me pasa es que a veces olvido los problemas de los demás. Cuando me concentro, normalmente. Es como si sólo importara yo y lo que hago, y me quejo. No pienso en las dificultades de otro, y es algo que intento cambiar. Al menos, intento no quejarme cuando hay cosas mucho peores.
-Toma un descanso -le dice Ogel a Thaiss, serio.
Ella asiente con la cabeza y se va corriendo al baño.
Me siento en la plataforma. Para Avur, hacer esto es una idiotez.
-¿De qué nos servirá esta cosa? -lo oigo protestar. Los músculos de su brazo se tensan tanto cuando sube y cuando baja.
-Probablemente tendrás algo más que cerebro para recordar los nombres de los videojuegos -le dice Gutten, sentada en el suelo-. Músculos, Avur.
-Y ¿qué hay de Ahmad? -dice él-. Es decir, ¡mírenlo! Puede subir y bajar treinta veces y con el meñique.
Cuando lo miro, veo que Avur exagera un poco. Ahmad lo hace rápido, pero no llega a extender los brazos del todo.
-Al menos él usa el cerebro para otras cosas -le dice Gutten atando y desatando los cordones de su zapatillas.
-Habla menos y haz más -escucho que dice Ogel, que viene caminando hacia nosotras con dos botellas de agua en una mano. Me ofrece una y la otra se la da a Gutten.
Ogel se acerca a Ahmad y lo mira mientras éste continúa ejercitándose.
-Baja más -le dice, tomándolo de los hombros y empujándolo hacia abajo.
-No puedo -dice Ahmad. Al mirar sus manos, veo que están rojas.
-Está bien, ya bajen -grita Ogel. Avur se baja dando un salto hacia atrás. Le quita la botella de la boca a Gutten y se la hecha en la cara, tomando un poco. Ahmad me mira como si esperase algo y le tiendo la botella, con las cejas arqueadas. Él esboza una sonrisa y toma toda el agua.
Mientras Ogel se va a buscar a Thaiss, sigo escuchando con alegría las quejas de Avur. Es que es un tanto gracioso que tenga un comentario para todo.
-No puede ser que nos traigan aquí -dice, tocándose el cabello negro.
-¡Y será peor si no te callas! -exclama Ogel volviendo con Thaiss. Luego sonríe y continúa hablando-. Vengan conmigo.
Caminamos hasta una puerta, Ogel la abre y pasamos a una habitación mucho más fría y pequeña. Lo único que hay en ella es un grueso colchón de lona azul en el medio y un mueble de vidrio contra una pared roja. La luz que ilumina la sala es muy tenue y no sé de donde sale.
Ogel abre el mueble de vidrio y saca un par de rectángulos de lona roja que parecen escudos y una bolsa negra.
-Sube, Sattia. Pero quítense los zapatos -dice sacando algo de la bolsa. Me quedo quieta. ¿Que suba adónde? ¿A la lona? El suelo está frío y húmedo, como el ambiente. Cuando pongo el primer pie descalzo allí, descubro que la lona no se hunde bajo mi peso.
Ogel sube conmigo con un escudo en la mano y algo que parece una chaqueta resistente, color azul. Me ordena que levante los brazos. Me pone el chaleco, y lo ajusta desde atrás. Se separa unos tres pasos de mí y coloca las piernas en una posición de ''L''. Pone los brazos frente a su cabeza, uno más arriba que el otro, y cierra los puños.
-Así -dice Ogel, cubriéndose la cara con los puños-. Siempre en el rostro.
Vuelve a su posición normal, mientras yo trato de copiar la anterior. Toma el escudo por alguna parte de atrás que no veo, y flexiona la pierna delantera.
-Pégame -me dice, muy seguro. Nadie me había pedido nunca que le pegue. Supongo que mi blanco es el escudo, así que extiendo un brazo y descargo toda mi fuerza ahí.
-Bien, ahora con el otro brazo. Oh, no olvides dar pequeños saltitos en tu lugar -me recuerda Ogel.
Son muchas cosas que recordar para alguien que está terriblemente cansado: pegar con el brazo izquierdo, dar saltos en mi lugar, cubrirme la cara, y asegurarme de pegar en el escudo.
Pero puedo hacerlo, resulta que logré pegar con los puños con bastante fuerza, y también derribar a Ogel con una patada en el pecho.
Una vez que los cinco hemos practicado un poco de patadas y demás, Ogel llama a Ahmad y a Avur para que prueben la lucha.
-Sean generosos -les dice, cuando los dos están en la lona azul-. Y por favor, patadas desde la cintura hacia arriba.
Veo terrible pavor en el rostro de Avur, al que le caen algunas gotas de sudor por la frente. De todos modos sé que no debo preocuparme porque Ahmad es consciente de lo que hace.
La pelea empieza tranquila, con algunos golpes altos en el costado de la cabeza o el hombro. El que comienza con las patadas, para mi sorpresa, es Avur. Su pierna llega hasta los hombros de Ahmad, pero éste se corre y la pierna de Avur descarga toda su fuerza en la rodilla. Ahmad se cae al suelo, se sienta rápidamente y estira las piernas, haciendo una mueca de dolor.
-Lo siento -se disculpa Avur, acercándose a Ahmad.
-No pasa nada -le asegura Ahmad, sudando.
Cuando ellos dos terminan su lucha (la cual gana Ahmad, por tres a dos), es el turno de Avur con Thaiss.
Ella sube a la lona, temerosa, pero no más que Avur.
-Avur -le dice Ogel, mirándolo mientras salta en su lugar-. Cuidado.
Él asiente con la cabeza y levanta el pulgar izquierdo. Los golpes de Avur son suaves, mientras parece que Thaiss descarga toda su furia contra él. En una de sus patadas, la pierna se le desvía y le pega justo en la cara a Avur. Él retrocede sosteniéndose la nariz con la mano.
-¡Ay! -exclama, mientras observa la sangre en su mano.
-¡Avur! ¡Lo lamento! -grita Thaiss tapándose la boca con las dos manos.
-Ahmad, acompáñalo al baño -le dice Ogel a Ahmad. Mientras ellos dos caminan hacia el baño, el hombre pelirrojo dice-: Gutten y Sattia... es su turno.
Subimos a la lona. Yo estoy segura y para nada nerviosa. No puedo estar nerviosa, en realidad. Porque si lo haría estaría en problemas, ya que la verdadera preocupación estará cuando tenga que enfrentarme a un adversario real.
Gutten descarga su puño derecho contra mi ojo. Me lo sostengo con la mano, un poco atontada por el golpe. Pero no es grave, así que me quito la mano del ojo y, justo antes de poder hacer algo, Gutten me hace una palanca por detrás de la pierna, que hace que me caiga al suelo. Ella me ofrece una mano, la cual acepto. Pero en lugar de levantarme, la tiro al suelo conmigo y me coloco encima de ella. No voy a pegarle mirándola a la cara, claro que no. Me levanto, ella igual y continuamos con los golpes.
Me siento bien al poder ver que yo también tengo fuerza y capacidad. Levanto la pierna derecha y la dirijo hacia la cadera de Gutten.
-Muy bien, ya basta -nos interrumpe Ogel-. Ha sido un empate.
-¿Listo? ¿Podemos irnos? -pregunto, impaciente. Quiero darme una ducha y tirarme a dormir un buen rato.
Ogel me mira y asiente con la cabeza. Suelto un suspiro, aliviada. Pero estoy dándome la vuelta cuando Ogel dice algo más.
-No lleguen tarde mañana, por favor.
Alzo las cejas y me muerdo el labio inferior.
-¿Mañana? -pregunta Avur por mí, al que ya no le sangra la nariz.
-Sí -responde Ogel, mirándonos uno por uno con las cejas arqueadas.
-Pero... ¿No era solo un día de entrenamiento?
Ogel se ríe como si estuviéramos bromeando.
-¡No! ¡En un día aprenden un tercio de lo que tienen que saber! Así que mañana a la misma hora aquí. Oh... y les aconsejo que no desayunen mucho.
Ogel agarra su campera blanca tirada en el suelo, se la cuelga al hombro y se retira de la sala caminando paulatinamente.
Estoy tan exhausta que, como sé que dentro de unas horas descansaré para estar como nueva mañana, no me importa mucho tener que volver a venir. Quizá mañana piense otra cosa, pero en este preciso momento no.El camino hacia el edificio es tranquilo. Bromeamos sobre Ogel, y descubro que Avur no lo soporta. Pero Gutten lo tranquiliza diciendo que es el primer día que lo vemos.
-No puedes odiar a alguien que apenas conoces -le reprocha ella, un tanto furiosa.
-¿Por qué no? -dice Avur-. Con apenas verle esos músculos y esa expresión de superioridad ya me cae mal.
-¿Expresión de superioridad? -dice Ahmad, sin poder creerlo-. Yo creo que Ogel es un gran hombre.
-¡Pero tampoco puedes decir que es bueno, Ahmad! -exclama Avur moviendo las manos, exhasperado.
-No griten -comienza a decir Thaiss-. Simplemente no se puede juzgar a alguien antes de conocerlo. Ni para bien ni para mal.
Me aparto un poco de los cuatro, tratando de evadir tantos gritos y discusiones. Me duele la espalda y la cabeza. Estoy casi segura de que mi dolor de espalda se debe a mi columna desviada sin remedio, y el dolor de cabeza al golpe de Gutten sobre mi ojo. Caminamos sobre la muy cuidada vereda, mientras no pasa ni un solo auto por la calle. El silencio que encuentro aquí es muy tranquilizador, ya que lo único que se escucha en este momento son nuestras pisadas, y el silbido del salvaje viento que anuncia la llegada de una revolución en el cielo. Cuando alzo la cabeza y contemplo las nubes que tan poco han tardado en formarse, una gotita de agua helada me cae en la punta de la nariz. Pero no es la única. A los pocos minutos de caminata, muchas más gotas caen sobre el Arotágono. Llegamos al edificio empapados, con la ropa más pesada que nunca.
-Apúrense -nos grita Avur bajo la lluvia, cuando nos estamos limpiando los zapatos llenos de barro. Él ni siquiera se limpia, y se apresura para estar debajo de un techo.-No me quiero enfermar, y creo que ustedes... ¡Wow! ¿Qué es eso en tu ojo, Sattia?
Al escuchar mi nombre, mi cuerpo se sobresalta y responde automáticamente.
-¿Qué cosa?
Los cuatro se me acercan, preocupados. Sin embargo, antes que nada, Thaiss me empuja suavemente para no mojarnos más con el agua helada. Me sientan en un sillón azul mar del primer piso, y se colocan a mi alrededor. La chica del mostrador nos mira con el ceño fruncido. Insisto en ponerme de pie, pero mis compañeros no me dejan.
-¿Qué les sucede? -pregunto frunciendo el ceño. Y es ahí cuando me doy cuenta de que el dolor de cabeza no es normal en este momento. Siento una puntada en el ojo y, cuando me lo tapo con una mano instintivamente, noto que tampoco el ojo está dentro de su normalidad. Lo siento hinchado, y cuando presiono con la mano, me duele como si me hubiesen pegado con un mazo.
-¡Está morado! -exclama Gutten retrocediendo.
Suelto mi ojo. No sé si hice bien o hice mal, porque cuando lo hago, me mareo y la cabeza se me va hacia atrás, apoyándose en el sillón.
-¡Llamen a una enfermera!
-¿Qué está pasando aquí? -dice una voz vagamente familiar. Cuando la mujer aparece dentro de mi campo visual y me ve en este estado, se tapa la boca con las manos. La comandante Pilay, la amiga del Agente Nitteme.
-Estoy bien, no es nada más que un golpe duro -digo, cuando logro centrar mi vista en la comandante.
-¿Quién le hizo esto? -pregunta Pilay, muy seria.
-Fui yo, sin querer, en el entrenamiento -reconoce Gutten.
La comandante asiente con la cabeza y se relame los labios, mientras le pide a Ahmad que sostenga su cartera. Los aparta a todos, hasta poder estar frente a mí.
-¿Estás mareada? -me pregunta sentándose a mi lado.
-Un... poco -respondo. Odio ser el centro de atención, odio que la gente me mire y sienta pena por un estúpido ojo morado.
La comandante Pilay se acerca un poco más y me examina el ojo. Alza una mano y la dirige hacia mi ojo, pero antes de tocarme, me mira, como para saber si puede hacerlo. Asiento con la cabeza como puedo, ya que casi no puedo moverme con tantas personas cerca. Lleva su índice a lo hinchado de mi ojo. Cuando siento su tacto, me sobresalto y hago que la comandante Pilay corra su mano de inmediato.
-Llamaré a Radda. No te muevas.
No tengo idea de quién es Radda, de si es hombre o mujer, comandante o agente, enemigo o amigo. Pero cumplo con lo que la comandante me pide, y me limito a pensar.
Tanto alboroto por un ojo hinchado. Me pregunto cómo serán las cosas cuando alguno de nosotros cinco tenga una herida grave en verdad, que requiera amputación u operación. Si eso ocurre en la selva o lejos de la tecnología que muchas veces salva vidas, entonces ya no tengo dudas de que de alguna u otra forma moriremos dentro de poco.
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El Pentágono
Ciencia FicciónUn pentágono tiene 5 vértices. Supongamos que cada vértice es una persona, y que esas cinco personas, juntas, forman un grupo irresistible. Esa asociación secreta deberá realizar misiones en conjunto para mantener viva la energía del Pentágono y, po...