Con fecha de caducidad.

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–¡Uhh yogurt!– exclamó emocionado abalanzándose sobre el producto que estaba encima de la mesada.

–¡No lo bebas! Está caduco– ordenó su madre quitándoselo –Por eso lo aparté.

–Pero... No se ve mal...– murmuró él a medio camino de hacer un berrinche, la comida fue su primer amor.

–Pero te hará daño.

Por algún motivo aquella escena de la niñez regresó a su mente.

Ese día había llegado un chico nuevo al salón, parecía ser una persona muy agradable, por lo que fue bien recibido, sin embargo no pudo evitar escuchar las recomendaciones que los demás le hicieron.

–¡No te encariñes con él! Está enfermo.

–Pero... No se ve mal... ¿Es algo contagioso?

–No, pero te hará daño cuando muera.

Se alejó sin ser visto... Su pecho dolía y no era ese dolor físico que sufría cada tanto, era impotencia pura materializada como dolor...

En ese momento había comprendido que él nació con fecha de caducidad... Como su madre le decía una y otra vez, todas las personas morirían tarde o temprano... Pero desde su más tierna infancia él sabía exactamente el momento en que lo haría...

Aquel médico con pintas de sabio, pero que creía que un niño de siete años no entendería sus palabras, lo había informado a sus padres frente a él; "No pasará la adolescencia". Aquella sentencia fue como ponerle una etiqueta en la frente con esa detestable fecha en la que él simplemente... vencería.

Desde entonces su vida estuvo llena de frases que otros niños de su edad ni siquiera comprenderían...

"Aumentar un poco su esperanza de vida".

"Mientras aún esté con nosotros".

"Puede suceder un milagro".

Su naturaleza dulce y amable hacía que la gente se le acercara de inmediato... Hasta conocerlo y saber de su condición, era entonces cuando todos, sin excepción, se alejaban tan rápido como llegaron... En un sano intento por proteger sus sentimientos... Como si hubieran encontrado un tierno cachorrito en la calle el cual nunca podrían llevar a casa... Alejaban su mirada de él antes de crear cualquier tipo de vínculo y se marchaban de inmediato, deseándole mejor suerte con el siguiente transeúnte...

Un día el profesor le pidió que saliera el salón un momento, no hubo excusas, simplemente el grupo necesitaba hablar con el psicólogo del instituto a solas. Por fortuna para él, aquellas paredes eran bastante gruesas y no pudo escuchar absolutamente nada de aquella charla de casi una hora. Pero un par de días más tarde el director citó a sus padres.

–Buscamos lo mejor para él– habían sido sus palabras –. Un ambiente tranquilo con un maestro especializado capaz de reaccionar adecuadamente ante una de sus crisis.

Nunca le confesó a sus padres, que él sabía bien que aquel cambio no se debió a su propio bienestar, sino al de sus compañeros que se sentían miserables con sólo verlo...

Su rostro era el rostro de la muerte para ellos... Un silencioso recordatorio de que nadie es eterno, y que la juventud no es una garantía de longevidad.

Los entendía, pero aquello no hacía las cosas más fáciles...

Su primer día en aquel salón especial fue cuando menos, curioso... Le sorprendió saber que tenía una compañera, y más aún que al llegar al salón su profesor divulgara abiertamente la enfermedad de ambos...

Aunque su rostro no lo demostrara, aquello le molestó... Esa chica iba a alejarse ahora que lo sabía...

Sintió algo de envidia, por como el profesor habló de sus enfermedades parecían estar a niveles diferentes... Él sufría ataques bastante serios que ponían en peligro su vida y ella... Dormía demasiado y despertaba de mal humor... No estaba seguro de que aquello pudiera considerarse una enfermedad siquiera.

A pesar de todo, y sintiendo que esa chica no debería estar allí sino en un salón normal, con amigos normales de los cuales podría disfrutar más que un par de años más... Aceptó lo mejor posible aquel cambio, y no se quejó ni una sola vez.

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