Visita.

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–Siéntate por ahí, iré a cambiarme, regreso en un minuto– le dijo Takane antes de desaparecer tras una de las puertas.

Tomó asiento obedientemente en el sofá, aunque lo quisiera, no podía disimular la alegría que sentía... ¡Estaba en casa de Takane! No podía pensar en una mejor tarde que esa.

Hacía un par de días ella lo invitó alegando que su abuela quería conocerlo, y aprovechando que los sábados las clases terminaban sobre el mediodía, en esos momentos tenía la oportunidad de recorrer todo el camino desde la escuela con ella y conocer su casa.

Se fijó en cada detalle, era un hogar humilde, pero muy limpio y ordenado, Takane hablaba mucho de su abuela, imaginaba que fue ella quien bordó aquellos almohadones del sofá. No resistió levantarse y caminar por la sala mientras la esperaba, y tomó una foto que había sobre uno de los muebles, la única allí. Le sorprendió que en ella sólo estuvieran Takane y una mujer que seguramente tendría más de cincuenta años, o su abuela era muy joven, o su madre la había engendrado ya bastante mayor.

El lugar era silencioso, parecía que estuvieran ellos solos allí, no sabía si Takane tenía hermanos, y ella jamás hablaba de sus padres, tal vez todos estuvieran trabajando, ya que por lo que sabía; la abuela aún lo hacía.

–¡Listo!– anunció su amiga regresando, llevaba una remera ancha que le llegaba hasta la mitad de las piernas, las cuales estaban cubiertas por sus inseparables leggings.

–Te ves muy bien en esta foto Takane– comentó consiguiendo que ella se pusiera bastante nerviosa –. ¿La mujer que está contigo es...?

–Mi abuela– respondió caminando rumbo a otra habitación –. Creí que ya estaría en la casa, pero parece que se le hizo tarde– explicó –. ¿Quieres tomar algo?– le preguntó antes de entrar a la que seguramente sería la cocina.

–Agua está bien– dijo él siguiéndola, pero quedándose en la puerta dando un vistazo al lugar, era una cocina muy pulcra y ordenada.

De alguna forma le hacía feliz que Takane viviera en una casa tan acogedora, más de una vez se desveló pensando en su situación económica, pero parecía que sus temores eran exagerados.

–Aquí tienes– le entregó el vaso para regresar a la alacena y buscar algo allí –. Creo que tengo algunas golosinas, servirán como aperitivo hasta que llegue mi abuela y almorcemos, porque imagino que tienes hambre– lo miró de reojo.

Asintió con una enorme sonrisa, viendo como ella sacaba un paquete de galletas rellenas –¿Y el resto de tu familia?– preguntó casualmente.

–¿Ah...?– murmuró ella viéndolo con curiosidad, hasta que finalmente fue capaz de comprender a lo que se refería –No lo sé, no viven aquí– comentó encogiéndose de hombros –. Estarán bien, supongo– echó el contenido del paquete en un tazón grande y esperó a que él se quitara de en medio para regresar a la sala.

Dio un par de pasos al costado siguiéndola con la mirada, mientras asimilaba lo que acababa de escuchar –¿No vives con tus padres?– preguntó bajito, como si así, aquello resultara menos doloroso.

–Claro que no– negó ella dejando el tazón sobre la mesita y sentándose en el sofá –. ¿Vas a quedarte ahí todo el día?

–N-No– negó acercándose aún desconcertado –. ¿Por qué...?– sabía que no debía preguntar, que estaba siendo desconsiderado, pero cuando de ella se trataba, él quería saberlo todo.

–¡Porque vivo con mi abuela! ¡¿Está bien?!– le preguntó viéndolo con molestia –¡Siéntate y come!

–Lo siento– murmuró sentándose a su lado y tomando un puñado de galletas.

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