Capitulo Cuatro.

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Capitulo Cuatro.

-¿Al hospital? ¿Que hiciste ahora, Justin?

-Nada. Maldita sea. Necesito ayudar a alguien Roberto. Alguien... muy importante para mi. ¿Puedes ayudarme?

Me observó por lo que parecieron horas. Aunque quizás era porque para mi cada segundo contaba. El ceño fruncido no había abandonado su cara en ningún momento. Ya me estaba dando por vencido. ¿Ahora a quién mierda le pediría ayuda? Spike estaba al otro lado de la ciudad y posiblemente había llamado a su novia en el momento en que me fui. Pero no me quedaba otra opción.

-Está bien. Voy por el auto.

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La tomé entre mis brazos y la dejé sobre su cama. La expresión de Roberto decía muchas cosas. La miraba confundido y es normal. Se preguntaba que demonios le había pasado para quedar así.

Sus bellos ojos grises se abrieron con dificultad, y nos observó. A Roberto con cierta desconfianza. Y luego a mi. Sus ojos en los míos. Desnudando mi alma. Mirándome con algo que creí era alivio. Sorprendentemente había estado aún conciente veinte minutos. Y eso era bueno. Sí caía en la inconsciencia, daba paso a un coma, y no estoy dispuesto a eso.

-Te mantuviste despierta, ángel. -traté de sonreír, pero más que eso, lo que logré fue una mueca.- No te preocupes, ya todo está bien.

Y con una leve sonrisa en sus labios, volvió a cerrar sus ojos. Esperé a que los abriera nuevamente pero no, no los abría. ¿Se había desmayado? No, todo iba bien hasta aquí. No podía desmayarse ahora, no era posible que aguantara veinte minutos para nada.

Debíamos llevarla al hospital ya. Le dije a Roberto que me ayudara a llevarla al auto. Lo hicimos lo más rápido que pudimos, teniendo en cuenta que debíamos ser cuidadosos. La acomodamos en el asiento trasero. Yo subí por la puerta izquierda, para poder colocar su cabeza sobre mis piernas. Cuando lo hice Roberto subía en el asiento del conductor, y partíamos hacia el hospital. Gracias a él, que juraría, estaba excediendo los limites de velocidad, y a que nos saltamos todos los semáforos en rojo. Llegamos en unos minutos.

Una enfermera se nos acercó y al ver a ángel, mandó buscar una camilla con urgencia. Los paramedicos llegaron con ella y subieron a ángel ahí. La llevaron por ese pasillo tan rápidamente, que hasta me costaba seguirles el paso. Entraron a una sala y me dejaron ahí. "No puede entrar, joven." No me podían pedir eso. ¿No entendían que me pondría a escalar los muros sí no sabía que le pasaba?

-Necesito saber cómo está, señorita. No me puedo quedar aquí. Necesito entrar.

-Que no puede joven, entienda. Son las reglas.

-¡Es usted la que no entiende...

Antes de que pudiera subir más la voz, una mano apretó mi hombro. Volteé y encontré a Roberto.

-Calmado, chico. Ellos te avisarán cuando tengan noticias.

-Con permiso.

No pude seguir reteniendo a la enfermera. Ocupó mi descuido para correr dentro de la sala. Maldición. Tendría que quedarme aquí.

Roberto se sentó en las incómodas sillas de espera. Y me miró. Posiblemente buscando una respuesta, y se la debía. Además de darle las gracias, debía decirle qué nos había traído hasta aquí. Me senté a su lado. Apoyé mis brazos sobre mis piernas y entrelacé mis manos.

-Gracias, Roberto.

Sonrió levemente, una sonrisa torcida.

-De nada. Pero podrías explicarme que cabajos pasó.

Two Pieces.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora