2. No tengo miedo.

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"No tengo miedo, no tengo miedo, no tengo miedo". Aquella frase se había convertido en el mantra de Nicoletta en los últimos días. Tras instalarse en su nuevo hogar a sus queridos padres les pareció una maravillosa idea intentar hacer amigos. En otras palabras, estaban organizando una fiesta enorme y opulenta con la escusa de que ella cumplía años, a la que habían invitado a todos los Lairds con los que habían podido contactar. Y estos venían con sus clanes y ejércitos, esperando el día de la fiesta, cuando Nicoletta y sus hermanas, excepto Liliana, sería expuestas como carne en una carnicería y prácticamente puestas en venta para el mejor postor. Quizá eso último fuera un pequeña exageración, pero así se sentía ella. La muchacha soltó un profundo suspiro. "No puede ser tan grave", pensó. "Seguro que conoceré gente interesante, quizá hasta haga algun amigo". Pero una voz en el fondo de su cabeza le recordaba que nadie estaría dispuesto a tener nada en común con una extrajera, una mujer ruda y tozuda como ella nunca sería bien vista en la alta sociedad. Sabía que si alguien se interesaba por ella sería echar la mano a su dote, y no por otra razón. Nicci respiró hondo y decidió salir a montar con su yegua, eso siempre la relajaba.

Los invitado eran tantísimos que el palacete no tenía habitaciones suficientes para acogerlos a todos, de modo que solo los lairds serían acogidos, el resto de los invitado, guerreros de los clanes y familiares de los lairds tendría confortables tiendas de campaña en los alrededores. Aquella mañana llegaron desde Isla Mull el clan de los McPherson, el Laird Murdock McPherson se había empeñado en, a pesar de lo delicado de su salud, asistir junto a su hijo a la fiesta. Murdock estaba completamente decidido a encontrar una esposa para su hijo, alguien que trajera un poco de orden y armonía a Duart Castle, que desembruteciera a su hijo y que, sobre todo, colaborara a continuar con la estirpe de los McPherson. No es que fueran poco los intentos del anciano señor a la hora de encontrar una esposa adecuada para su hijo, pero este siempre acababa espantando a las posibles candidatas de una u otra manera. Si bien era cierto que las muchachas siempre estaban encantadas ante la idea de que un futuro laird, joven y apuesto las cortejara, pronto perdían el interés. Los casi siempre desacertados comentarios de Sloan solían ser el principal problema. A veces Murdock llegaba a pensar que su hijo lo hacía a propósito, y aunque no era un acto premeditado, bien era cierto que Sloan no se molestaba en absoluto a la hora de medir sus palabras o sus actos frente a insípidas muchachitas que solo buscaban halagos vacíos.

-Sloan, hijo mío-le llamó Murdock-. Prométeme que te comportarás. 

-Padre, ya sabéis que no me pienso dejar engatusar por ese italiano para que me coloque a una de sus hijas-se quejó Sloan-. Duda siquiera que hablen nuestro idioma. 

-¿Por qué no te molestas en conocer a las muchachas antes de juzgarlas?-dijo el siempre juicioso laird-. Ni una sola vez las has visto y ya te crees mejor que ellas. Así nunca me darás nietos.

-Padre, la mujeres son todas iguales... No tienen sentido del humor y no ven más allá de vestido y peinado.

-Lo que no puedes, hijo, es andar coqueteando con cualquier mujer que se te ponga por delante y luego esperar que ellas rían tus chistes sin gracia. No es culpa de la doncellas que tú no sepas tratarlas. Además, debería intentar centrar tu atención sólo en una. Porque ningún padre querría dar a su hija en matrimonio a un mujeriego, a alguien que sabe que no la tratará bien. Y por favor, intenta ser más delicado con esas muchachas, buscan un esposo no un guerrero. Más vale que no me dejes en ridículo...

Y la perorata incansable hubiera seguido de no ser por el repentino ataque de tos. Sloan frunció el ceño y obligó a su padre a tumbarse, aquel viaje tan largo no había sido bueno para su delicada salud; Murdock se veía apagado, pálido y ojeroso, más que de costumbre.

El joven highlander  salió de la tienda directo hacia su caballo, la sola idea de tener que pasar toda la noche hablando con aquellas muchacha bobas e insípidas le repateaba. Sólo había tres cosas que Sloan disfrutara realmente: La primera era cabalgar, en soledad a ser posible, la segunda una buena conversación y la tercera, y su favorita, eran los placeres de la carne. La sola idea de pasar la noche escuchando problemas de vestidos y peinados esperando un cumplido en respuesta le repateaba. Estaba agarrando las riendas de Luath, su corcel, cuando vio salir del palacete de lo D'Amico un jinete a toda mecha. "Una mujer", pensó por el larguísimo cabello que ondeaba. Entonces advirtió los dos perros de presa que perseguían al caballo. Sin pensarlo dos veces montó y cabalgó a toda velocidad tras la muchacha. La mujer corría como si huyera del mismísimo demonio y el estaba demasiado lejos como para llegar hasta ella antes de que se perdiera en el espesor del bosque. No tardó en perderla de vista. Durante un tiempo se pudo guiar por los ladridos de los perros, pero estos cesaron también eventualmente.

¿Pero que se supone que hacía allí en medio? Estaba más que claro que aquella dama era más que capaz de dejar atrás a los canes, no necesitaba su ayuda. Estaba a punto de darse la vuelta cuando escuchó un grito agudo, no muy lejano. Sin pensarlo desmontó y se dirigió al lugar del que procedía el chillido. Vio, antes de salir de las sombras de los árboles, a una muchacha morena agachada; ante ella estaban los dos perros que meneaban los rabos mientras se dejaban acariciar, uno de ellos se estiró y lamió el rostro de la chica; esta gritó de nuevo, rió y se limpió con la manga. Sloan se permitió admirarla desde donde estaba. Su vestido dejaba entrever unas curvas suaves, por su espalda caía en cascada el pardo cabello, un cinturón de cuero le sujetaba una espada.

El highlander estaba tan absorto que apenas notó el lago en el claro del bosque ni el caballo junto a la orilla, hasta que ella comenzó a desnudarse. Sloan se dispuso a marcharse, pero al moverse pisó una rama que crujió.

-¿Quién anda ahí?-preguntó Nicoletta, que se maldijo por no haber traído el arco y las flechas.

Él hombre la vio ahí, alerta y lista para la batalla, y decidió asustarla un poco. Haciendo el mayor ruido posible desenvainó su espada.

-Una sola espada, un solo hombre-adivinó ella desenvainando a su vez.

Sloan reprimió la risa al verla tan segura. ¿De verdad creía aquella muchachita que podía con él? Salió del cobijo de los árboles, espada en mano. El hombre estaba tan seguro de si mismo que no se molestaba ni en sujetar su espada con firmeza, pensaba asustarla un poco, nada más.

-Lo que yo decía. Un solo hombre. ¿Qué quieres?

-¿Cual es tu nombre, mujer?

-Te referirás a mi como señorita D'Amico, patán.

"¿Una de las hijas del burgués italiano?" Pensó él. "Esto se pone interesante"

-¿Patán dices?

-Sí, patán. ¿Vas a irte por las buena o tengo que atarte y dejarte aquí para que aprendas que no se espía a las doncellas?

-No puedes conmigo-rió él.

Nicoletta le miró un instante antes de arremeter contra él. Los aceros chocaron cinco veces exactas y la espada de Sloan salió volando fuera de su mano y de su alcance. En ese justo instante el hombre se arrepintió de haber intentado asustarla. Ella parecía muy segura de si misma, ni un atisbo de miedo asomaba en sus ojos.

-¿Qué decías?-preguntó Nicci apoyando la punta de su espada contra el cuello del highlander.

El tragó saliva y la miró desafiante. Ella dio una orden y los dos perros de caza flanquearon al hombre, gruñendo y con los lomos erizados, listos para atacar. Entre tanto la muchacha se dirigió tranquilamente al caballo, sacó una cuerda y la usó para atar de pies y manos al que estaba más preocupado de los canes que de lo que hacía ella. Hasta que, dándole una patada, le hizo caer y se dirigió hasta su montura.

-¡Eh! ¿No irás a dejarme aquí así?

-¡Oh, vamos!-rió- ¡Lo único que tienes herido es el orgullo!

Sloan la miró como si estuviera loca y Nicoletta negó con la cabeza, se acercó a un árbol y, lo más alta que pudo, clavó una daga que sacó de bajó sus faldas.

-Tienes suerte de que esa no se mi daga favorita- dijo antes de montar y alejarse seguida de los perros.

Sloan maldijo y se arrastró hacia el árbol. Ahora sí que tenía ganas de ir a la fiesta y ponerle las cosas claras a aquella malcriada.

Maldito highlanderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora