Capítulo 10

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Me vestí, me peiné y me maquillé, y cuando creí estar lista salí del baño.

James no estaba en la habitación, así que decidí bajar al aparcamiento, donde efectivamente me esperaba al lado de un coche.
Se notaba que estaba cansado de esperar y no tardó en protestar.

-Ya era hora.

Reí. Me subí al coche y salimos de los aparcamientos.

-Estabas más guapa sin todos esos potingues en la cara.

Siempre tenía que decir algo para cagarla.

Lo miré enfadada.

-¿Crees que por estirarte las pestañas estarás más guapa?

-Déjame, James.

El chico quitó una de las manos del volante y me golpeó bromeando la cabeza.

-James-pregunté-¿si tienes diecisiete años, como tienes carnet para conducir?

El chico sonrió mirando a la carretera.

-No tengo carnet.

Perfecto, fabuloso, acababa de poner mi vida en manos de un loco.

-No te asustes, Kat, domino la conducción.

-Ya...-dije rodando los ojos.

Al cabo de un rato llegamos a una ferretería. James insistió en que me quedara esperando en el coche pero me negué.

-De eso nada, no he venido para quedarme ahí dentro.

Tras cerrar el coche avanzamos por la acera.

-¿Qué hemos venido a buscar?-me interesé.

-Unos cables para arreglar el despacho de mi padre.

James pasó su brazo por encima de mi hombro.

-Vamos.

Entramos en la ferretería y después de haber comprado todo lo necesario y tener una profunda charla con el dependiente sobre los cables, volvimos al coche.

-No hemos tardado nada-dijo James-¿Crees que te habrías muerto esperando?

Lo miré con desprecio y seguí mi camino al coche.

Dedicó todo el camino de vuelta a cantar las canciones de la radio y yo lo pasé rogándole que parara y tapándome los oídos.

Una vez aparcado el coche en el aparcamiento del hostal nos dirigimos al despacho de Franklin para llevar las cosas. Recorrimos todo el pasillo y nos tomamos la libertad de entrar al despacho sin llamar.

-Hola papá.

Pero ambos nos quedamos paralizados con la escena que teníamos ante nuestros ojos.

Franklin estaba sentado en su sillón, como siempre, pero un agujero de bala dividía su frente en dos mitades.

-Mierda-dijo James-¿llevas la pistola que te dio mi padre encima?

Hacía tiempo que la guardaba en mi habitación, puesto que no creía que me fuera a ser necesaria.

-No.

James se estaba poniendo nervioso y tiró de mí.

-Tenemos que salir de aquí.

Pero cuando nos dimos la vuelta para salir, un bulto obstaculizaba la puerta. Una persona con una pistola en la mano. Y fue entonces cuando mis ojos vieron a mi peor pesadilla.

Daños irreparables© Donde viven las historias. Descúbrelo ahora