Cuando Felicia Foster encontró la ropa ensangrentada de su hija en el bosque situado junto a su casa no gritó ni lloró. Prácticamente no respiraba, solo se tomó unos instantes para observar la escena. Unas cintas amarillas con letras negras que impedían el paso rodeaban el hallazgo y unos diez policías revoloteaban a su alrededor como pollos sin cabeza, sin saber cuál era el protocolo que debían seguir. Y no era de extrañar, porque Yorktown Heights era una localidad pequeña, en la que el cuerpo no acostumbraba a enfrentarse a casos de semejante índole. Su día a día transcurría entre riñas de vecinos y alguna pelea de borrachos en algún antro de mala muerte de la zona.
Al mismo tiempo que analizaba la palpable incompetencia de los agentes, Felicia apreció la reacción de su marido, que, situado junto a ella, soltó varios sollozos al mismo tiempo que se dirigió a pedir explicaciones al comisario, que ya había hecho acto de presencia. Ese fue uno de los momentos en el que la señora Foster echó de menos tener a su lado a un hombre menos blando y lo suficientemente capaz como para afrontar la situación sin perder la dignidad en el intento.
Un inspector sacó a la mujer de su meditación y le pidió que le acompañara. Era preciso que se acercara para corroborar que las prendas encontradas pertenecían a Emily. No necesitó acercarse demasiado, y a unos tres metros de distancia de la cinta amarilla, Felicia asintió. No tenía ninguna duda, se trataba del pijama y las zapatillas de su hija.
Instintivamente, Felicia levantó su muñeca para mirar la hora. Era algo que hacía continuamente, nunca perdía de vista el tiempo, necesitaba tenerlo controlado. Las nueve y cuarto de la mañana, a esa hora su marido tendría que estar de camino al trabajo y su hija en clase. Y ella, como siempre, estaría haciendo la colada y otras tareas. Fue entonces cuando recordó que con todo el jaleo de la desaparición esa mañana no había hecho la cama. Se sintió culpable por ese despiste, pidió disculpas al inspector que le había solicitado que comprobara las prendas, le dirigió una amplia sonrisa y con un paso lento y lo más digno que le permitieron los tacones sobre la tierra del bosque, se dirigió de vuelta a su casa para componer la cama.
Lo que nadie sabía por aquel entonces es que realmente la desaparición de Emily Foster no comenzó esa mañana del doce de marzo de 2016. La desaparición se había empezado a gestar aproximadamente tres meses antes, en una mañana parecida a esa del veintiocho de diciembre, día en el que Emily cumplió dieciséis inviernos.
ESTÁS LEYENDO
Emily Foster y los cinco vértices
ParanormalA las chicas como Emily Foster no les suele pasar nada especial. O así es hasta que lo único que encuentran de ella es su pijama ensangrentado. Su posible vinculación con drogas, o incluso la relación con su controladora madre, son algunas de las cl...