Capítulo XXIII

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Emily se asomó a la puerta de la casa, se aseguró de que Christian la viera y le dirigió un gesto indicándole que entrara a la mansión. Él, que se había quedado dentro del coche escuchando música, apagó la radio y se dirigió al interior por el mismo camino empedrado por el que hacía casi media hora había caminado Emily. Los aspersores se habían puesto en marcha hacía poco tiempo y tuvo que ir con cuidado de que el agua no le salpicara.

Si el jardín delantero y la fachada de la casa eran impresionantes, el interior no les desmerecía en absoluto. Con la boca abierta empezó a observar la entrada de la casa de lado a lado, admirando la gran escalera situada a la derecha. Emily caminó hacia adelante y Christian siguió su estela aún perplejo. Una vez dentro del salón, no pudo evitar soltar un silbido de admiración. Se dirigió al ventanal para ver el famoso puente rojo a la lejanía, el mar y lo que más le gustó: la gran piscina rodeada de palmeras que los Davenport tenían en su gran jardín trasero.

— ¡Menuda choza! —comentó sin apartar la atención de las vistas.

— Muchas gracias —una voz que Christian no conocía sonó detrás de él. No pudo evitar sentir algo de vergüenza.

Barbara se acercó hasta donde estaba él, extendiéndole su mano.

— Soy Barbara Davenport, la tía de Emily —se presentó con un tono cercano y amable.

— Christian —dijo a la vez que le estrechaba su mano con una fuerza que a Barbara le pereció bastante desmedida. La fina mujer siempre se dejaba guiar por las primeras impresiones y valoraba un apretón de manos que no fuera ni demasiado fuerte ni demasiado suave.

— El... ¿novio de Emily? —supuso.

No entendía el motivo, pero hacía años que no se sentía así, tan apocado. A lo largo de su vida, siempre que alguien había dicho algo que incomodaba a Christian de alguna manera, él encontraba una respuesta o reacción hilarante con la que dejaba claro quién estaba por encima de quién. En esta ocasión las palabras no llegaron, se mantuvo quieto como un pasmarote, incluso puedo notar cómo un rubor empezaba a calentar sus mofletes. Menos mal que Emily acudió al rescate, se colocó junto a él y le agarró del hombro izquierdo.

— No, tía; Christian es... un buen amigo. Nada más ni nada menos.

Aunque no lo hubiera reconocido nunca, a Barbara esa respuesta le tranquilizaba. El muchacho parecía una buena persona, pero no era precisamente un chico con gestos y modales refinados, eso era visible. No le gustaba concebirse a sí misma como una mujer clasista, pero mucho menos le gustaba la idea de que alguien de su familia se mezclara con alguien que, evidentemente, no era suficiente para ella.

— Le he comentado a mi sobrina que os podéis quedar todo el tiempo que necesitéis, esta casa es demasiado grande y nos encanta tener invitados.

A Christian esa idea le complació por dos motivos: el primero es que era evidente que el plan marchaba sobre ruedas, la idea era intentar que Emily se alojara ahí, lo que no se imaginaban es que la hospitalidad de su familia también permitiría al chico hospedarse con ellos. El segundo motivo, y no menos desdeñable, es que podría disfrutar de esa pasada de mansión, esto último le hizo esbozar una pequeña sonrisa que Barbara interpretó como agradecimiento —aunque, en realidad, estaba motivada por imaginarse a sí mismo tumbado en una colchoneta en esa impresionante piscina mientras disfrutaba de un mojito—.

— ¿De verdad?

La tía asintió con pequeños y rápidos movimientos de cuello.

— Sí, yo creo que es lo mejor. Aquí vamos a estar muy bien— respondió Emily.

Emily Foster y los cinco vérticesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora