Capítulo VII

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Fue la última en bajar del autobús. Una vez fuera, se apartó de Jake y del resto del grupo. Había conseguido llegar hasta ahí, y ahora tocaba ir por su lado. Era extraño que, aunque Nueva York estuviera a menos de una hora de su casa, ella no había estado muchas veces. En contadas ocasiones había ido a la ciudad para ir de compras o para acompañar a su padre a algún compromiso, como, por ejemplo, las cenas de navidad de la oficina. Aunque siempre había tenido ganas de visitarla, nunca había pasado por la biblioteca pública. Acababa de cumplir los dieciséis, y Emily sabía que era el mejor momento para ser consciente de lo que le gustaba estar en aquel lugar.

Si volverse loca en York Town era fácil con todas las mentes de sus habitantes, estar en pleno centro de una ciudad tan masificada como Nueva york era un gran reto que Emily solo era capaz de superar con su aparato de música. Así que, mientras escuchaba una canción tras otra a todo volumen y esperaba a que sus compañeros junto al profesor fueran entrando a la biblioteca, ella aprovechó para observar el edificio desde las afueras. Estaba custodiado por unas grandes esculturas de dos leones y la ornamentación y el estilo del edificio le recordaba a la arquitectura griega y romana que había visto en los libros de texto de la asignatura de cultura clásica. Le impresionaba sus dimensiones y no podía dejar de pensar en la gran cantidad de libros que guardaban sus paredes. Unas obras que pronto tendría entre sus manos.

Ahora que sus compañeros ya estaban adentro, era el turno de Emily. Subió las escaleras, se paró un momento ante las columnas para apreciar lo pequeña que resultaba a su lado y para observar los alrededores. De espaldas a la biblioteca, una gran avenida se extendía ante ella. Le encantaba ese contraste entre la historia de la biblioteca y los grandes rascacielos que le rodeaban. Se dio la vuelta y avanzó por el majestuoso arco central.

Una vez dentro empezó a merodear de sala en sala. Percibía el aroma a libro, a tinta seca, a antiguo. En definitiva, a historia. Por fin lo sabía, así era el ambiente de una de las bibliotecas más importantes del mundo, o por lo menos así era como lo percibía ella. Mármoles, pinturas en los techos, enormes lámparas. Estaba lleno de gente. Algunos eran estudiantes que llevaban mochilas cargadas de libros y otros eran turistas, que también llevaban mochilas a sus hombros, pero en su caso con bocadillos, mapas y cámaras fotográficas.

No esperó más y entró a una de las salas de estudio. Tenía unos grandes ventanales en forma de arco de medio punto, y a sus pies las estanterías de madera. Empezó a ojearlas en busca de libros a los que quisiera echarles un vistazo. Unos minutos más tarde, acabaron entre sus manos ediciones antiguas de Las uvas de la ira de John Steinbeck y Las brujas de Salem de Arthur Miller.

La estancia tenía grandes mesas de madera que iban de lado a lado y que tenían sobre ellas unas lámparas con una tulipa negra. Además, las mesas estaban rodeadas de sillas, también de madera. Emily se sentó en una de ellas.

Durante una hora estuvo pasando hoja tras hoja. Casi se olvidó de todo, hasta que recordó que ya eran cerca de las once, y que a esas alturas seguramente en el hospital ya se habrían percatado de su ausencia y avisado a sus padres. Pero eso ahora no le debía preocupar, pensó, al fin y al cabo, ya no podía hacer nada.

Levantó la mirada del libro y la fijó en el chico que estaba sentado de espaldas a ella en la mesa de enfrente. Durante un instante observó su nuca, aunque tardó en darse cuenta de qué era lo que le estaba llamando la atención, hasta que se percató de que el chico tenía una marca muy similar a la que le había salido a ella en su cuello. Tenía que hablar con él, pero le costó reaccionar porque para cuando quiso levantarse, él se estaba largando.

- ¡Eh, Espera! –Gritó movida por un impulso que la empujó a levantarse de un salto y que generó una oleada de miradas de todas las personas presentes en la sala, menos del chico al que se dirigía, que siguió imparable su salida a buen paso.

Emily Foster y los cinco vérticesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora