Aunque a regañadientes, Christian invitó a la extraña a pasar. Se hizo a un lado abriéndole la puerta y la chica dio dos pasos entrando en el recibidor. Tras ella, Christian cerró con un sonoro portazo. Emily se asustó a causa del golpe.
Una vez que su ritmo cardiaco hubo disminuido, se quedó anonadada observando el entorno: las paredes eran grises y sin demasiado esfuerzo se podían apreciar en ellas algunas humedades. El desorden, era como una bofetada para ella, acostumbrada a la neurosis de su madre con mantener todo limpio y en su lugar, no pudo evitar sentir grandes dosis de vergüenza ajena.
Emily recordó a Alicia a su llegada al País de las Maravillas. Si bien ella cayó por una madriguera a un mundo completamente desconocido con conejos blancos preocupados por el tiempo, gatos parlantes con siniestras sonrisas y sombrereros adictos al té. Emily en su lugar había descubierto un entorno deshecho, sin forma, caótico. Un entorno que hasta ahora no había tenido la oportunidad de conocer.
Lentamente, empezó a dar pasos hacia el salón que quedaba a su izquierda. En su recorrido, continúo con el reconocimiento del territorio: Grandes pelusas sobre el parqué que se movían a la más mínima corriente de aire, cajas de pizza con restos sobre la mesa de fumador de cristal... Lo peor para ella fue el momento de tomar asiento. Unos calzoncillos rojos aparentemente usados reposaban sobre uno de los cojines. Esperó que Christian, que estaba tras ella, se disculpara por ello y corriera a retirarlos. Era evidente que los había visto, porque paró en seco como si ante ella se encontrara un profundo precipicio.
Efectivamente, Christian era consciente de que aquella niña pija no estaba cómoda y que le había dado un paro cardiaco ante sus gayumbos. Sabía que las reglas sociales estipulaban que era momento de sentirse avergonzado. En lugar de ello, prefirió sentirse satisfecho. Se contentó al ver que, sin apenas haber abierto la boca, le había hecho sentir incomoda. Además, recapacitó; las normas sociales también establecen que no es de recibo ir a una casa sin ser invitado y sin previo aviso. Merecía sentirse fuera de lugar.
Ante la inexistente reacción por parte del anfitrión, Emily decidió sentarse en el lado del sofá derecho, el que quedaba libre de ropa interior. Aunque tuvo que apartar unos vaqueros que colgaban del respaldo y que todavía llevaban el cinturón puesto. Una vez que ella hubo tomado asiento, él se tiró sobre un butacón de cuero marrón que quedaba frente a ella.
- ¿Qué sabes de la estrella? – Emily intentaba mantener la compostura a pesar de estar jugando fuera de su territorio.
Christian, que había estado en silencio hasta ese momento para que la "invitada" preguntara, había esperado para tener la oportunidad de volver a incomodarla.
- Me parece que ahora me toca preguntar a mí. ¿Cómo me has encontrado?
- Pues, ya sabes... en la biblioteca escuché tu mente y supe tu dirección...
La sonrisa de chulo que Christian había dibujado en su rostro desde que Emily había visto sus gayumbos empezó a desvanecerse lentamente. De repente, la conversación empezaba a tener un cierto interés para él.
- Tú también tienes el símbolo de la estrella... - dijo Emily.
- Niña- soltó un par de carcajadas- yo no escucho mentes.
- ¿Entonces?
- Yo... Yo me convierto en agua- hizo una pausa-. Manipulo el agua.
La chica no esperaba esa respuesta. Desde que se topó con él en la biblioteca se imaginó que él tendría el mismo problema. Que la entendería, que sabría ayudarle a deshacerse de su enfermedad; o, por lo menos, controlarla.
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Emily Foster y los cinco vértices
ParanormalA las chicas como Emily Foster no les suele pasar nada especial. O así es hasta que lo único que encuentran de ella es su pijama ensangrentado. Su posible vinculación con drogas, o incluso la relación con su controladora madre, son algunas de las cl...