Capítulo 2

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— Hola preciosa, me da gusto que hayas venido – saludó una voz detrás mío.

Al voltearme vi el rostro de Nathan extremadamente cerca del mío, el chico no dejó pasar esta oportunidad y acercó sus labios a los míos rozándolos sin siquiera darme tiempo de reaccionar, me alejé bruscamente de el y le dediqué una mirada venenosa mientras que el me miraba de manera seductora provocándome náuseas.

Me retiré de ahí exaltada y me senté en el pasto abrazando mis rodillas esperando poderme calmar.

Me quedé en esa posición al rededor de una hora hasta que escuché unos pasos dirigirse a mi, el crujido de las hojas delataba al posible agresor acercándose cada vez más, me paré lentamente preparada para correr o trepar un árbol esperanzada de que el crujido tan solo proviniera de una liebre perdida.

Tal sorpresa me llevé al divisar un lobo de ojos verdes y pelaje negro de gran tamaño salir de entre la maleza, no... Este no era un lobo. Era mí lobo.

Ahora que lo veía a la luz del sol podía ver su grandeza y elegancia. Se acercó a mí cauteloso, guardando una distancia de varios metros.

Una vez que se paró frente a mí regresó de nuevo por donde vino girando su cabeza en mi dirección esperando que lo siguiera, cosa que con un cierto temor hice.

La caminata fue silenciosa y de varios minutos hasta que a lo lejos sentí una fresca brisa y un sonido de agua cayendo, inhalé profundamente el olor a tierra mojada relajándome.

Segundos después una pequeña cascada oculta entre la maleza se hizo visible haciendo este bosque todavía más bello de lo que ya era, abrí los ojos sorprendida mirando enternecida al lobo de mi lado, generalmente su mirada era penetrante, peligrosa e intimidante pero ahora esta perdió sus extractos de fiereza dejando solamente paz y tranquilidad.

Sin pensarlo dos veces me senté sobre la hierba seca y el gran canino tomó asiento junto a mi, echándose. Llevé mis manos a su sedoso pelaje negro como la noche y pasé mis manos por encima de este haciendo caricias.

La vista era hermosa, el rocío alcanzaba a caer sobre mi cara y el canto de los pájaros lo hacía aún más perfecto.

¿Cómo es que un lobo puede conocer un lugar así? Normalmente lo pasaría desapercibido. Sin duda hay algo humano en este lobo. Pensé. Probablemente esté domesticado y escapó. Respondió mi lado más realista.

Mientras estábamos ahí los dos echados en el suelo el sol fue desapareciendo de poco a poco sin percatarme hasta el punto que ya casi nada era visible a simple vista.

— Oh no... – comenté preocupada.

Sin más me paré y comencé a andar sintiendo la presencia del canino detrás mío haciéndome sentir protegida.

Después de caminar el tramo de regreso volteé hacia atrás observando al gran animal detrás mío a unos diez metros de distancia. Agité la mano en señal de despedida notando como la cola del lobo de movía ligeramente mostrando entusiasmo.

Llegué a donde estaban todos reunidos; una gran fogata, y tomé asiento al lado de mi amiga.

— ¿Dónde rayos te metiste Oli? – interrogó Ross con enojo y preocupación.

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