Capítulo 13: mis padres fantasmas

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- ¡Esperad! - interrunpí - ¿Qué está pasando? Eduar, ¿quién eres?

- Yo... Diana, te tengo que decir unas cosas, pero más tarde, por favor - me respondió - tu sígueme el rollo - me susurró al oído.

- Vale - le contesté susurrando.

- Y bien, ¿qué haces aquí? - preguntó Eduar a mi supuesto tío.

- ¿Yo?

- Sí, te hiciste pasar por muerto, y ahora apareces aquí, sólo para hacer daño.

- Entiéndeme hermano, Hugo me lo hizo pasar muy mal.

Me quedé observando, hasta que me di cuenta de que podía seguir, ya que Eduar lo estaba distrayendo. Intenté pasar por al lado sin hacer mucho ruido con la excusa de ir al baño. Seguían hablando entre ellos y no me echaron cuenta. Seguí caminando hasta llegar a una especie de cúpula. Entre por una pequeña puerta de madera. Al entrar inspeccioné el sitio, pero no había nada ni nadie. Cuando e disponía a salir, no encontraba la puerta de entrada. Busqué y busqué, pero nada. Me senté en una especie de fuente. De repente, una puertecilla se abrió. Miré a todos lados creyendo que era una trampa, pero expuesta a las consecuencias, decidí entrar por aquella extraña trampilla.
Se escuchaban goteras, chillidos y puertas que se abrían y cerraban todo el tiempo. Estaba súper asustada, pero no pensaba irme de allí, porque.... ¿Y si allí se encontraban mis hermanos? Un inmenso mar de culpabilidad me corría por la cabeza desde hace tiempo.
Después de dos horas andando, estaba cansada y tenía bastante sed y hambre. Cuando me disponía a salir de aquel extraño sitio, escuché una puerta que se abría, pero esta no era como las últimas, está tenía pinta de haberla cerrado alguien con muy mala leche.

- ¡Te dije que no volvieras!

- Tenía que hacerlo, ¿quién le iba a decir si no que sus padres están muertos?

Me acerqué lentamente, hasta aproximadamente a aquellas voces. Asomé la cabeza, pero no veía a nadie.

- ¡Pues yo! Nuestro hermano Hugo me dejó a mi esa responsabilidad.

- ¿Hugo? - día sin querer en voz alta. Un inmenso silencio inundó la sala, las puertas dejaron de abriese y cerrarse, las gotas se convirtieron en rayos de sol y los chillidos ya no eran más que simple risas. De repente, se abrió una puerta, una luz inmensa con forma de portal. Mis padres aparecieron, pero de forma diferente, estaban vestidos con largas túnicas blancas y miraban a todos lados extrañados. Venían acompañados de alguien, no se quien era. Me froté los ojos con intención de despertarme, pero no daba resultado.

- ¡Hija, hija! - dijo mi madre - acompáñame - me dijo señalando la luz. Negué con la cabeza creyendo que me quería llevar al cielo, pero ella insistía.- No te voy a llevar al cielo, sólo te quiero mostrar de alguna manera como podrías encontrar a tus hermanos.

Finales infinitosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora