Los gritos eran menos audibles desde aquí, me di cuenta el mismo día que no pude aguantar más y corrí atravesando todo el jaleo que había en la sala. Hace un poco de frío, pero gracias a la alfombrilla –que tenía las palabras "Welcome" escritas– aislaba el frío de mi trasero.
— Buenos días —me saludó uno de mis vecinos que justo salía para la escuela.
— Buenos días —repetí con el mismo tono de voz y luego desapareció escaleras abajo.
Yo también debería aligerarme si quería llegar a tiempo, pero al poner mi oreja en la puerta seguí escuchando esos dichosos gritos.
Eran las 15:30 de la tarde y por fin llegué a casa. Tiré mi mochila a la cama, pero ésta cayó al suelo después de rodar un par de veces. No me molesté en volver a cogerla, en cambio agarré mi portátil y eché un pequeño vistazo a las redes sociales. Sólo observaba con curiosidad, ni foto de perfil tenía y mucho menos personas agregadas. Ni sé muy bien para qué tenía cuenta.
Quedé dormido a eso de las 16:00 y desperté un par de horas más tarde con un rugido de mi estómago que pedía a gritos llenarlo con algo. Cogí un trozo de pizza que sobró la anoche anterior y un vaso de zumo de piña. Me senté en el posabrazos de un pequeño sillón que estaba pegado al balcón y mientras observaba la calle llenaba mi estómago. Me encanta observar, pero odio que me observen, quizás porque la vida de cualquiera me parece más interesante que la mía propia.
Una vez terminé, lavé mis manos y justo escuché el tintineo de unas llaves.
— Ya estoy en casa —dijo mi madre al entrar y posando un beso en mi frente.
— ¿Qué tal el día? —era tonto preguntar, porque se notaba que estaba cansada, pero cada día preguntaba lo mismo y se convirtió en una costumbre.
— Cansado —suspiró y se despidió de mí dirigiéndose a su habitación. A dormir supongo.
Aburridos, así eran mis días. Un chico de mi edad debería tener decenas de amigos e incluso pasarse la mayor parte del tiempo en la calle, que si beber e incluso tener novia, ¿por qué no? Pero yo no tenía nada de eso y tampoco tenía un motivo. No es que fuera uno de esos chicos deprimentes y penosos, simplemente las personas me aburrían. Y para qué engañar, adoraba la soledad.
Al llegar la noche mi padre llegó a casa y eso sólo significaba una cosa: comienza la guerra de gritos. Comí lo primero que pillé de la despensa, pan y un poco de crema de cacao, lo unté rápidamente y después de llevarme un regaño –que ignoré– salí de la casa, cerrando la puerta tras de mí.
Me llevé el pan a la boca y quedé sentado en mi amada alfombrilla.
Quedé dormido unos minutos, pero el comienzo de los gritos me despertaron, dándome un fuerte cabezazo con la puerta por el susto.
— Joder —me quejé sobando mi cabeza a la vez.
— ¿Estás bien? —giré mi cabeza al lado derecho, dónde provenía la voz, y vi a uno de mis vecinos subiendo el último escalón, andando ahora por el amplio descansillo camino a su puerta.
— Sí —afirmé a la vez que asentía.
Era el mismo chico de esta mañana. Pelo castaño claro, alto, delgado y unas orejas algo grandes. Apenas cruzaba palabras con él, a excepción de los saludos, aunque en realidad no cruzaba palabras con nadie. Mis vecinos a mi derecha llevaban bastante tiempo viviendo aquí, el piso de enfrente estaba vacío; nunca vi a nadie viviendo allí, y a su lado vivían tres chicos estudiantes -según mi madre-, los veía entrar y salir, saludaban cuando me veían y nada más.
Ni siquiera me di cuenta que volví a dormirme, pero esta vez los rayos del sol que entraban por una ventana situada en la pared de las escaleras, me despertaron. Froté mis ojos dañados por la claridad y al moverme un poco sentí un pequeño dolor en la espalda. Me quejé escuchando una pequeña risa a la vez. Forcé mis ojos a abrirlos y vi a un chico de cuclillas junto a mí. Su cabello era rojo, tenía unos ojos muy pequeños; que apenas pude ver de que color eran, sus labios eran gruesos y estaban ensanchados sonriendo.
— ¿No tienes una cama mejor que una alfombrilla? —su voz era algo aguda y al fijarme en sus brazos marcados pensé que no pegaba nada con él.
El chico se levantó y cogió en peso una caja que tenía a su lado con la palabra "frágil" escritas con rotulador. No fue lo único que vi, tenía una manta oscura tapando mi cuerpo, la alcé y lo miré extrañado; pensando si era suya.
— Tranquilo, luego me la devuelves —me guiñó un ojo y entró en el piso de enfrente.
Crují mi espalda al levantarme, sin moverme de ahí, fingiendo parecer desinteresado, pero la verdad es que observaba el interior del piso. Lo que llegué alcanzar a ver es que estaba lleno de cajas, todas por el suelo o amontonadas unas encima de otras. Un par de hombres subieron con más cajas a cuestas y las dejaron en el suelo.
¿Vecino nuevo?
Doblé como pude la oscura manta y ladeando mi cabeza intenté visualizar al chico que minutos antes lo tenía pegado a mi cara.
— P-perdona —lo llamé cuando vi que cruzaba a otra habitación.
— Dime —salió al descansillo.
— Aquí tienes —le di aquella manta y giré sobre mis pies para entrar a mi piso.
— ¡Espera! —se volvió a acercar y extendió su mano— Mi nombre es Park Jimin —lo miré, bajando luego a su mano y la estreché por cortesía.
— Yo soy Jeon JungKook.
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Sólo Vecinos [JiKook]
Fiksi PenggemarAburridos, así eran los días de JungKook hasta conocer a un nuevo vecino y que hiciera despertar en él la curiosidad de conocerlo un poco más. ❝Porque cada escalón que subo me hace estar más cerca tuyo❞ • Mención a: NamJin. » Historia Original. » No...