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Amanecer tardío.
Anoche estuve en una fiesta, en la que hubo demasiado alcohol.
No lograba recordar nada, ni siquiera, de que debía ir al trabajo por la noche.
Debía irme de aquí a las nueve p.m., algo que por cierto, no hice.
Me levante de la cama con toda la tranquilidad del mundo, puesto que ya no llevaba prisa alguna. Eran las dos de la mañana, y ¿qué dirías si fueses mi jefe y llegara cinco horas después de lo establecido a mi puesto?
— ¡Maldición! Debería estar trabajado en este momento. — Me dije a mí mismo. Aunque dudoso de ello. Creo que ni tenía empleo. Me habían despedido y lo único que me quedaba era la costumbre, no más.
La cabeza me dolía como si fuese a explotar, por lo que decidí tomar un baño, para ver si al menos, se calmaba un poco. Casi un cuarto de hora desperdiciando agua, pero al fin termine de ducharme y en cuanto me coloque la toalla y salí, encendí el televisor, justo como lo hacía a diario. Lo extraño fue que no podía visualizar ningún canal. Solo se veía la clásica estática junto con aquel ruido tan molesto que penetra los oídos. No me quedo de otra, más que apagarla.
Me estaba vistiendo cuando de pronto, comencé a escuchar demasiadas sirenas. Parecían acercarse hacia donde yo me encontraba, pues cada vez, el ruido era más fuerte y mi curiosidad me obligo a asomarme por la ventana por la que se veía mejor hacia la calle.
Quede atónito al ver que se trataba del departamento de la policía, quienes estaban varados alrededor del edificio en el que me hallaba hospedado.
Quizá alguien asesino a su pareja o tal vez, algún imbécil salto por la ventana con el afán de suicidarse. Eran las dos cosas que se me venían a la mente en ese instante.
Estaba tan concentrado tratando de especular el motivo de todo esto, que cuando comenzó a sonar el teléfono que se localizaba encima de aquel mueble de roble, di un brinco de susto.
Estire mi mano, levante el mismo y me lo acerque al oído.
—Buenos días John. — Respondió la recepcionista sin que yo dijera una palabra. Su voz poseía un tono alarmado.
La chica se llamaba Wendy, una mujer muy hermosa que, desde que llegue aquí por primera vez, quise invitarla a salir.
— John, podrías venir a la recepción, es urgente. — Fue lo último que dijo antes de colgar la bocina. Dejándome con la duda y el misterio de los: “¿porque? ¿Para qué?” Estaba en problemas, para mí, era lo más seguro, quizá la empresa a la que le robe millones de dólares cuando me despidieron, me ha encontrado al fin.
De todos modos, no le tenía miedo a lo que fuese que iba a suceder allí abajo. Tome mi chaqueta de cuero y me dirigí al elevador a toda prisa, y una vez ahí, presione el botón con el que se le alerta al elevador, que hay gente esperando en tal piso.
— ¿porque tarda tanto? — Me pregunte en voz alta al ver que la puerta no se abría.
Demoro bastante, pero al fin me dejo ingresar al interior en el que tres hombres uniformados me tomaron por los brazos y me pidieron que los acompañase.
“Es el final de mi triste, miserable y alcohólica vida.” Pensé.
Pasare el resto de mi desdichada vida en una prisión de mierda en donde comeré aún más cagada. Compartiré mi baño, mi habitación y si a alguien le caigo mal, terminare apuñalado y en la tumba.