Eres Leyenda IV

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 Antes de que los redentores pudieran reaccionar, Klakla se subió a la mesa de un salto y, sin dejar de gritar, agarró una gran tetera con cada mano y giró con ellas. Bufo cerró los ojos al ver salir el líquido caliente por los pitorros y se encogió esperando el momento en el que le escaldase la cara. Pero no sintió nada.

Abría los ojos para ver lo que ocurría justo cuando la loca lanzó las teteras hacia los paralizados bailarines, acertando a Hervé en el estómago y a Katya en la cara, tumbándolos a ambos. Pimeys entró en escena blandiendo sus varas de metal, que había alargado hasta alcanzar el metro y medio cada una. Apunto estuvo de golpear a Klakla, que lo esquivó saltando hacia adelante, haciéndole un placaje a Bufo.

Él sintió el brutal golpe en el pecho, seguido de un chirrido de metal al desgarrarse, notó una caída al vacío y un impacto contra la espalda. "¿Me he muerto?", fue lo primero que pensó, justo antes de sentir unos labios tibios sobre los suyos, en el instante anterior a que el peso de Klakla dejara de aplastarlo y una de las varas de Pimeys lo pasara rozando.

Se creó un momento de silencio y calma. Bufo asimiló la situación al comprobar que seguía entero. Continuaba amarrado a la silla, pero volcado en el suelo. Las patas de acero ancladas al cemento habían sido arrancadas. La aguja se le había salido y ahora estaba sangrando un poco, pero peores heridas había sufrida a lo largo de su estancia en Redención.

A su derecha, al fondo de la estancia, Katya y Hervé yacían desmayados, cubiertos de pedazos de cerámica y restos de té. Bastante más cerca, Pimeys permanecía de pie, alerta con una vara en cada mano. A su izquierda, a dos metros e inquietantemente inmóvil, Klakla observaba a la redentora. La loca estaba agazapada con una mano en alto, los dedos los tenía cubiertos por el veneno que Bufo había segregado al sobresaltarse. Bajo la mesa estaba Cristina, debía de haberse metido ahí para evitar el té hirviendo.

–Bufo, dime dónde está –habló Pimeys.

El aludido miró a la guardiana; a juzgar por su cuello extendido, se notaba que intentaba captar cualquier sonido. Sabía que la ciega podía hacerse un mapa de lo que la rodeaba percibiendo la diferencia de calor, pero si algo adquiría la temperatura del ambiente, se volvía invisible para ella. Bufo giró la cabeza hacia Klakla, que debía de haber sido quien le había roto las correas de esa zona y sacado la aguja del cuello; hubiera jurado que se había aproximado unos centímetros, permaneciendo en la misma posición, inmóvil como una estatua de escalofriante mirada. Bufo dudó. La presa desvió la mirada con un movimiento seco, como si sus ojos fueran canicas vencidas por la gravedad, los fijó en él y dibujó una demencial sonrisa de complicidad. Bufo le aguantó la mirada un par de segundos, después observó a Cristina acurrucada bajo la mesa, los compañeros catatónicos con la cara escaldada, Pimeys ciega, los otros redentores fuera de juego... y soltó una carcajada.

–No te lo diré –prometió malicioso.

–Es un peligro para todos, no tendrá camaradería contigo –le advirtió Pymeys barriendo el aire ante ella con la vara.

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