Eres Leyenda II

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Sacaron al preso azul verdoso para llevarlo directamente al Coliseo. Su oponente era una mujer madura con la particular afición de enterrar vivas a sus víctimas. Allí no tenía una pala, un ataúd y una tonelada de tierra fresca, pero sus músculos marcados denotaban una gran fuerza y sus ojillos rezumaban maliciosa inteligencia. El veterano se lo tomó con calma, manteniendo una distancia prudencial, y se dedicó a arremangarse meticulosamente, desoyendo los intentos de la Sepulturera de hacerlo rabiar. Como siempre, desde el público les llegaban todo tipo de gritos, ella parecía un tanto desconcertada, incluso maravillada por ello, pero no terminaba de aclararse con las largas mangas de las que pendían correas y hebillas.

–Acabemos con esto pronto –dijo acercándose, no tenía ganas para bromas ni fue dejando un rastro de veneno.

–Bufo, Bufo, me suenas, ¿sabes? –contestó ella–. Te pillaron hace más de seis años. Un final patético el tuyo, cometiendo tantos fallos...

Él no hizo caso a sus intentos de sacarlo de sus casillas, no era un psicópata presuntuoso y orgulloso de su gran inteligencia, por lo que no lo afectó lo más mínimo. Lo que sí hizo mella en su ánimo fue saber que tan sólo habían transcurrido seis de los veinte años a los que estaba condenado. Pero no era momento de pensar en algo tan trivial, tenía que centrarse en sobrevivir.

–¿Qué te pasa, sapo? –continuó la Sepulturera con una mueca de desprecio–. Me habían dicho que eras más hablador.

–Pues te han informado mal –susurró con voz ronca, plantándose a un par de metros frente a ella, los brazos se le recubrieron de la sustancia lechosa.

–Lo que yo creo es que en la última pelea te cortaron los cojones.

Bufo alzó un poco las cejas, estaba frente a una mujer de más o menos su edad y un léxico tan obsceno como el suyo, pero no estaba para apreciaciones de ese tipo.

–Y yo creo que no eres tan inteligente si has acabado en este agujero.

Ella dibujó una sonrisa de suficiencia, como si quisiera decirle que no caería en una trampa tan simple y que ella misma estaba intentando. Pero la cara del preso le transmitía la total sinceridad con la que lo había dicho, lo pensaba en serio, opinaba que era una necia presuntuosa, y eso era algo que la Sepulturera no podía tolerar. Le lanzó un potente y rabioso golpe directo a la cara, que Bufo esquivó con aplomo, la agarró de la manga, estiró de ella y le estampó la palma pringada en veneno en los ojos. La mujer emitió un grito furioso, se debatió para golpearlo mientras trataba de quitarse aquella sustancia. Él la retuvo rodeándole el cuello con el brazo, suministrándole más droga hasta que dejó de intentar escapar.

Había más silencio del habitual cuando la dejó caer sobre el suelo de cemento plagado de manchas imborrables de violencia, no estaban acostumbrados a que fuera tan directo, silencioso y serio. Se agachó para improvisar un doble nudo con las largas mangas para inmovilizarle los brazos a la espalda. Mecánico, casi con desgana, le bajó los pantalones a la Sepulturera, después hizo otro tanto con los suyos, demostrando que tenía la entrepierna como nueva, excepto una cicatriz violácea en la base de su miembro, y remató la faena sin pasión alguna.

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