Eres Leyenda V

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 En la oscura habitación, dos cuerpos sudorosos jadeaban y se contorsionaban buscando encajar el uno en el otro.

–Vamos, Dieter –ronroneó ella lasciva–. Dame fuerte.

Él la aplastó contra la cama y la mordió en un hombro, disponiéndose a... Un zumbido agudo los interrumpió.

–¿Qué es eso? –se extrañó el redentor.

–Acaba lo que has empezado y vamos a ver –Violet lo obligó a entrar en ella con un violeto tirón.

Un segundo zumbido acudió a interrumpir las embestidas de Dieter.

–Creo que es la alarma de fuga –jadeó desconcertado.

–Lo es –respondió Violet con fastidio.

Por silencioso acuerdo mutuo, hicieron oídos sordos a la sirena y continuaron para presentarse aliviados cuanto antes frente a la Alcaidesa.

De repente, la puerta del cuarto se abrió derramando sobre ellos un chorro de luz. Ambos se sobresaltaron, temiendo que fuera la jefa.

–¡¿Qué hacéis así?! –gritó una desconocida voz femenina, la figura estaba a contraluz–. ¡Una presa se ha escapado! ¡Moveos! –y se marchó dejándoles la puerta abierta.

Paralizados un par de segundos por la irrupción, desataron su mal humor con violencia.

–¡¿Quién coño es ésa?! –exclamó Violet.

–Me voy a cargar a esa novata –gruñó Dieter–. Joder, yo así no puedo –añadió al darse cuenta de cómo estaban sus partes bajas.

–¡Impotente! –les llegó desde el pasillo.

–¡Yo me la cargo!

Dieter se levantó de la cama, se guardó el género y se ató los pantalones al tiempo que se asomaba. El pasillo estaba desierto.

–Esa zorra se ha largado –cerró de un portazo.

Violet suspiró resignada y frustrada, se levantó y buscó su ropa interior.

–Cacemos a esa guarra –indicó con frialdad, vistiéndose.

–Me pregunto quién se habrá escapado –se preguntó él poniéndose la arrugada camisa morada.

–Me refería a la cuidadora –aclaró Violet poniéndose los pantalones y las botas.

–¿Has visto quién era? –preguntó Dieter ciñéndose la chaqueta y guardó las navajas en el estuche del cinturón.

–Tenía la camisa roja. Pero llevaba el sombrero y las gafas, así que no me he quedado bien con su cara –se ató los botones de la camisa con la nudillera de hierro ya colocada–. Será alguna novata de la B o la C.

Cuentos del InfiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora