Eres Leyenda VIII

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 Los presos de toda la cárcel estaban ansiosos por saber cómo se desarrollaba aquella fuga de locura, siendo más exactos, los presos a los que aún les quedaba algo más de conciencia que a una patata fueron los que se interesaron. Pero en ningún piso disfrutaban tanto como en la F, donde los convictos, que todavía no habían cedido a la prisión, se reían a carcajadas y celebraban cada noticia que les llegaba a través de comunicador de Adamaris. El aparato parecía no tener filtro y retransmitía todas las conversaciones que se daban a través de sus hermanos. Así fue como se enteraron de que Klakla había sacado a Dämon del Coliseo inundado, a través de un portón de acero macizo de más de un palmo de grosor, y que le había robado la camisa al loco redentor antes de volver a desaparecer.

–¿Qué tal sienta saber que has estado custodiando a una demente que podría mataros si quisiera? –le preguntó Bufo a la cuidadora, con ánimo de incomodarla.

–Pero no quiere matarnos –murmuró con la espalda contra la pared.

–Ahí te doy la razón –el hombre azul verdoso se desplazó paralelo al cristal de su celda, evitando pisar con los pies descalzos la sustancia lechosa que manchaba el suelo y que no era precisamente su veneno, la visión de Katya crecidita había sido provechosa–. Pero... ¿por cuánto tiempo?

Riss rio por lo bajo, él también le había sacado provecho a tener a Katya tirada delante semidesnuda. Lástima que las cristaleras la hubieran mantenido a salvo.

–¿Qué piensas hacer cuando vuelva Klakla, Adamaris? –pinchó el ex redentor–. Ahora que no está Dämon para protegerte.

La aludida se tensó más si cabe.

–Está claro que va a volver a por Bufo –intervino Uriel–, no entiendo por qué la Alcaidesa no ha destinado aún a más guardianes a este piso.

–Yo sí lo sé –añadió Riss–. Esa mala perra intenta mantener el control de toda la cárcel, pero la loca encoñada con Bufo está tirando uno a uno a todos sus hombres de confianza.

–Joder, si tuviera la esperanza de que fuera a sacarme de aquí, me sentiría como una puta princesa encerrada en una torre –bromeó el hombre azul verdoso–. Con su caballero repartiendo mamporros –casi no pudo terminar la frase por culpa de las carcajadas que le sobrevinieron.

Todo el pasillo se unió a las risas, algo desquiciadas y macabras, estremecedoras en su conjunto para quien no participara en ellas.

–¿De dónde ha sacado eso de que eres su príncipe del pantano? –planteó Uriel, incluso él sonreía.

–Es obvio, es apuesto y azul –dijo Loidoria desde su celda.

–Y venenoso –añadió el aludido, secretamente halagado.

–Sea como sea, seguro que es lo único agradable que te ha dicho una tía en tu vida –le picó Riss.

–No creas... –se recostó contra el cristal–, una me dijo que me admiraba. Como luchador, claro –esbozó una sonrisa nostálgica al recordar su época como el Sapo–. Me dijo que se llamaba Pandora, era pequeñita, pero matona, y estaba más buena... Lástima que tuviera novio –"y fuera policía", añadió para sus adentros.

Cuentos del InfiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora